“Dios ha visitado a su Pueblo”. Lc 7, 16b

Ante las señales que realizaba Jesús, como las sanaciones y hasta la resurrección de
muertos, las personas simples que se encontraban con él, se sentían visitadas por Dios.
Experimentaban en él la misericordia y el amor del Padre eterno. Ciertamente, necesitan
dar un paso más en la fe y descubrir que aquel no era solo un profeta, sino el propio Hijo
de Dios encarnado, pero estaban en la estrada justa, pues sentían la presencia de Dios.
Lo mismo quiere hacer en nuestra vida Jesús. Abramos nuestro corazón pues él es el
Emmanuel, el Dios que continúa visitándonos y a realizando misericordia en nuestra
historia. Paz y bien.

Jueves de la tercera semana de Pascua

“El pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Jn 6, 51


Jesús, en su predicación, prometió a sus seguidores un pan que era su carne y que tenía una fuerza vital. Esto él lo realizó cuando instituyó la Eucaristía. Por la fuerza de la gracia de Dios, en la celebración de la misa, un sencillo pan, hecho de harina de trigo y agua, se transforma en el propio cuerpo de Cristo, con una fuerza tal que hace casi dos mil años viene transformando la vida de muchas personas: genera mártires, inspira consagraciones, conquista servidores incansables, anima a perdonar, a amar y a testimoniar. Paz y bien.

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Miércoles de la tercera semana de Pascua

“Esta es la voluntad del que me envió: que no pierda a ninguno de los que me confió…”. Jn 6, 39


Dios no quiere perder a ninguno de sus hijos. Él tiene un verdadero interés por cada uno de nosotros. Para Dios no es lo mismo si yo estoy en el buen camino o en el equivocado. Él siempre está buscando recuperar a aquellos que se desvían. Jesús fue enviado por el Padre al mundo justamente con esta misión: recuperar a todos los que estaban perdidos. Por eso él está buscando a cada hijo de Dios desviado, herido o muerto en el pecado. Y los que él rescata se hacen colaboradores de él en esta misión. Paz y bien.

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Martes de la tercera semana de Pascua

“Yo soy el pan de vida”. Jn 6, 35

Cuando Jesús hizo esta afirmación, ciertamente sus discípulos no lograron comprenderla. Sin embargo, después de su pasión y muerte en la cruz, ellos sabían que cada vez que hacían lo que Jesús hizo en la última cena, con el pan ázimo y la copa de vino, tenían como alimento el pan de vida, verdadera carne sacramental de Cristo. La Eucaristía nos ofrece el mejor alimento que puede haber en esta tierra: aquel pan capaz de saciarnos en lo más íntimo de nuestro ser, capaz de dar sentido a nuestra existencia. Es un pan que parece inofensivo, pero capaz de transformar, revitalizar y fortalecer. Paz y bien.

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