III Domingo de Adviento (B)

 

“Vino un hombre de parte de Dios: éste se llamaba Juan. Vino para dar testimonio;
vino como testimonio de la luz, para que, por él, todos creyeran. No era él la luz, pero

venía como testimonio de la luz” (Jn 1, 6-8)

Estamos ya en el tercer domingo del Adviento, y hoy la Palabra de Dios nos habla
fuerte del testimonio de Juan Bautista. De hecho este hombre tiene mucho que decirnos
aun hoy.
En verdad, su vocación – ser testimonio de la luz – es también la vocación de todos
los cristianos, en todos los tiempos. Y sobre todo ahora, en la preparación a la Navidad de
Jesús, sus palabras, sus gestos y su vida adquieren una elocuencia toda especial, pues él
supo reconocer la presencia de Dios en el mundo y la anunció, con mucho coraje y osadía
a todos los demás.
La primera cosa que nos encanta en su persona es que él sabía reconocer quien era
y no quería engañar a nadie. Era honesto consigo mismo y con los demás. Él no era la luz.
Él no era el Cristo. Y esto él lo decía a todos. Cuántas veces nosotros, al contrario,
queremos engañar a los demás haciendo que crean que somos nuestras mascaras.
¡Cuánto nos alegraríamos si las personas empezasen a creer que somos el Salvador, o que
tenemos poderes extraordinarios…y cuánto miedo tenemos de que las personas
descubran nuestras limitaciones, nuestros defectos o nuestras fallas y se den cuenta de
que no somos perfectos. En el fondo tenemos un deseo de ser nosotros mismos la Luz,
queremos ser independientes, queremos llamar la atención, queremos brillar por nuestros
propios medios.
¡Oh, Juan Bautista, en este adviento ayúdame a reconocer y a amar lo que soy!
Ayúdame a decir con serenidad y paz en mi corazón a los demás: yo no soy la Luz.
Otro aspecto de su persona, también muy interesante, es que él sabe también cuál
es su misión – dar testimonio de la Luz. Cuando somos capaces de reconocer que no
somos la Luz, podemos tener tres tipos de relación con ella. Podemos intentar apagarla,
podemos serle indiferente o podemos buscar promoverla. Ciertamente todos conocemos
ejemplos de los tres tipos.
Los primeros son aquellos que luchan contra Jesucristo, contra la Iglesia, contra las
personas que asumen su fe. La Luz les molesta. No la aceptan y mucho menos quieren que
ella crezca. Promueven en la sociedad los anti-valores, y a través de libros, filmes,
reportajes, músicas… tratan por lo menos de sembrar dudas, para que la fe deje de ser
una motivación para la vida de las personas. Tratan de decir que la Iglesia es anticuada y
que el cristianismo es una cosa del pasado.
Los indiferentes son aquellos que viven su vida como si Dios no existiera. No les
importa nada. Puede ser que hasta vayan de vez en cuando a la iglesia, pero las palabras
de Jesús no le dicen mucho y, finalmente, hacen sólo lo que les viene en mente.
Los que la promueven son aquellos que como Juan Bautista quieren dar testimonio
de la Luz para que los otros la conozcan, se dejen iluminar y tengan sus vidas cambiadas.

¿En cuál de estos estamos nosotros? Damos testimonio de Luz. ¿Alguien ya
empezó a creer en Jesucristo porque yo le hable o porque le invité a participar en la iglesia
o porque reconoció que mi vida tenía una motivación especial? ¿O será que tengo
vergüenza y pienso que esto es sólo para padres y monjas? Seguramente todos nosotros
ya perdimos muchas oportunidades, aun en las cosas pequeñas, de reflejar la luz de
Cristo.
¡Oh, Juan Bautista, en este adviento ayúdanos a descubrir nuestra misión en el
mundo!
Ayúdanos a decir con valor y coraje a cada persona que encontramos: yo no soy la luz,
pero la conozco y quiero mostrártela.
Creo aun que es importante resaltar un tercer aspecto de la vida de Juan Bautista:
él no tuvo miedo de las consecuencias por realizar su misión. Los promotores de la cultura
de la muerte, esto es, los amantes de las tinieblas se molestan muchísimo con los testigos
de la Luz, y por eso, los persiguen y los quieren hacer callar. Juan sabía de los riesgos de
evangelizar, del peligro de ser un profeta de la luz, pero prefirió perder su vida que vivir
sin la Vida.
¡Oh, Juan Bautista, en este adviento ayúdanos a vencer la cobardía y el miedo!
Ayúdanos a entender que los males que nos pueden hacer son insignificantes delante del
bien que Jesús nos hará.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino.

Miércoles de la cuarta semana de Pascua

“Yo soy la luz y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas”. Jn 12, 46

Cuando estamos en las cosas del mundo, los negocios, las modas, el consumismo, los placeres, las peleas, las envidias, los celos…, estamos envueltos en las tinieblas. El mundo y sus cosas no tienen luz. Solo cuando nos encontramos con Jesús, que es la luz, podemos ser rescatados de las tinieblas. Pero, si nunca he visto la luz, pienso que lo normal es la oscuridad, que no ver nada es bueno. Solo cuando experimento la luz, puedo darme cuenta de lo que estaba perdiendo anteriormente. Por eso, es importante iluminar a las personas con Cristo, aunque en principio ellas no tengan interés. Paz y bien.

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Martes de la cuarta semana de Pascua

“Mis ovejas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos”. Jn 10, 28


Esta es la promesa de Jesús a sus ovejas. Nos llena de consolación saber que el Buen Pastor no permitirá que perezcamos, pues siempre estará providenciando los mejores pastajes, las aguas refrescantes, esto es, buscará facilitar todo lo que necesitamos para una vida plena, así como será nuestro protector en los peligros, en las trampas, en las oscuridades y no permitirá que el enemigo nos arranque de su rebaño. Pero no olvidemos que ser sus ovejas es conocer su voz y seguirlo. Por eso, si me dejo seducir por otros, si empiezo a jugar con el lobo o si empiezo a buscar satisfacción por mi cuenta, entonces es probable que me pierda. Paz y bien.

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Lunes de la cuarta semana de Pascua (años B y C)

“El buen Pastor llama a las ovejas por su nombre”. Jn 10, 3

Jesús, en su afán de hablar del Reino de Dios de un modo que los que le escuchaban pudieran entenderlo, se compara con un pastor, figura muy bien conocida por todos sus contemporáneos. Todos sabían que había pastores que trabajaban solo por la plata y no les importaba el rebaño, no vibraban con el trabajo. Jesús es el buen pastor, que se ocupa y se preocupa por cada oveja ya que las conoce a cada una por su nombre. Es un pastor que se desvive por su rebaño. De él se puede decir: “¡El Señor es mi pastor, nada me puede faltar!”. Paz y bien.

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