Miércoles de la segunda semana de Pascua
- “Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único”. Jn 3, 16
Son muchas las señales del amor de Dios: la naturaleza con todas sus magníficas manifestaciones, nuestra familia, las personas que nos aman y son capaces de sacrificarse por nosotros, los eventos lindos que nos suceden; pero la prueba más grande de su amor fue enviar a su Hijo único al mundo para enseñarnos el camino de la redención. Aun sabiendo todo lo que los hombres le harían sufrir, Dios no escatimó a su Hijo único porque sabía que en su donación total estaba la única medicina eficaz para sanar la metástasis del pecado en nuestra vida. Esto es amor y no macana. Paz y bien.
Martes de la segunda semana de Pascua
“Para que todos los que crean en él tengan Vida eterna”. Jn 3, 15
Todos queremos ser inmortales, queremos vivir para siempre. Sin embargo, solo existe una posibilidad de que esto nos suceda de verdad: adherirnos a Cristo Salvador. Los que creen en él, esto es, aceptan y viven su mensaje, no morirán sino serán transformados. Cristo es la puerta de la vida eterna y solo la alcanza el que pase por él. No nos ilusionemos: quien en algún modo no camina hacia Cristo no resucitará. La salvación es para todos, pero Dios no llevará a la fuerza a nadie al cielo. Hay que renacer en Cristo y así empezar la Vida eterna. Paz y bien.
Lunes de la segunda semana de Pascua
“Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios”. Jn 3, 3
El Señor nos desafía a nacer de nuevo. Todos tenemos mucho para cambiar. Cuando nos dejamos iluminar por Cristo, descubrimos nuestro egoísmo, inconstancias, vicios, debilidades y pecados favoritos. Es necesaria, de nuestra parte, la decisión de ser un hombre nuevo y entonces pedir al Señor la gracia del nuevo nacimiento, que se hace en el agua y en el Espíritu. Sin la ayuda de lo Alto difícilmente conseguiremos renovarnos por completo, pues ni conseguimos ver todo lo que tenemos que cambiar. Ilumínanos, Señor, para que podamos ver bien, sin las deformaciones del pecado. Paz y bien.
Segundo domingo de Pascua o de la Divina Misericordia
«Luego dijo a Tomás: “En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”». Jn 20, 27
Santo Tomás no consiguió creer fácilmente que Jesús estaba resucitado. Él quería creer, él deseaba que fuera verdad que Jesús estaba vivo, pero le costaba creerlo. Era un hombre sincero. Y Jesús vino hacia él para sanar la duda. Y él, delante de Jesús, profesó su fe: «Señor mío y Dios mío». Para Dios no es un problema dudar. Si de verdad deseamos creer, Él encontrará el modo de sanar nuestra duda. El problema es cuando no queremos creer, cuando decidimos que no vamos a creer, pues así inútil será cualquier esfuerzo. Paz y bien.