Viernes de la primera semana de Adviento

008 – «Cuando Jesús se fue, lo siguieron dos ciegos, gritando: “Ten piedad de nosotros, Hijo de David”». Mt 9, 27
Una de las promesas mesiánicas era que, cuando venga El Ungido de Dios, el descendiente de David, haría ver a los ciegos. Pero para esto las personas tenían que creer en Él. Muchos no creyeron que Jesús de Nazaret era el Mesías esperado. Y, porque no creyeron, no pudieron sentir su gracia. Sin embargo, estos dos ciegos profesaron a gritos su fe y fueron sanados. También nosotros, si creemos que Jesús es el Hijo de Dios y lo profesamos con convicción, podremos sentir en nuestra vida las maravillas de su amor y de su poder.
Paz y bien.
Hno Mariosvaldo Florentino, capuchino.

Viernes de la tercera semana de Pascua

“Quien come este pan vivirá para siempre”. Jn 6, 58


Para alcanzar la inmortalidad, Jesús nos enseña que debemos recibir el pan de vida que es su cuerpo. Esto es posible cada vez que participamos de la Eucaristía, pues el pan consagrado es su carne, fármaco de vida eterna. No existe comunión más intensa con Dios que poder recibir en nuestro cuerpo su propio cuerpo. Lastimosamente, muchas personas comulgan sin conciencia, sin colaborar con la gracia… y terminan recibiendo en vano los sacramentos. Pero la vida de quien recibe a Jesús y vive su Palabra en este mundo no se termina con la muerte corporal, sino que se transforma y se abre a la vida eterna. Paz y bien.

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Jueves de la tercera semana de Pascua

“El pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Jn 6, 51


Jesús, en su predicación, prometió a sus seguidores un pan que era su carne y que tenía una fuerza vital. Esto él lo realizó cuando instituyó la Eucaristía. Por la fuerza de la gracia de Dios, en la celebración de la misa, un sencillo pan, hecho de harina de trigo y agua, se transforma en el propio cuerpo de Cristo, con una fuerza tal que hace casi dos mil años viene transformando la vida de muchas personas: genera mártires, inspira consagraciones, conquista servidores incansables, anima a perdonar, a amar y a testimoniar. Paz y bien.

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Miércoles de la tercera semana de Pascua

“Esta es la voluntad del que me envió: que no pierda a ninguno de los que me confió…”. Jn 6, 39


Dios no quiere perder a ninguno de sus hijos. Él tiene un verdadero interés por cada uno de nosotros. Para Dios no es lo mismo si yo estoy en el buen camino o en el equivocado. Él siempre está buscando recuperar a aquellos que se desvían. Jesús fue enviado por el Padre al mundo justamente con esta misión: recuperar a todos los que estaban perdidos. Por eso él está buscando a cada hijo de Dios desviado, herido o muerto en el pecado. Y los que él rescata se hacen colaboradores de él en esta misión. Paz y bien.

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