XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario (C)

“Jesús contestó: «tengan cuidado y no se dejen engañar, porque muchos vendrán en mi lugar, diciendo: Yo soy el Salvador, ésta es la hora de Dios. No los sigan»” Lc 21, 8

Estamos casi al final de más un año litúrgico, pues el domingo próximo será su conclusión con la fiesta de Cristo Rey del Universo. Es por eso que el evangelio de hoy nos quiere preparar para el futuro para las cosas que podrán suceder en nuestras vidas antes de su culminación.
Es natural que todos tengamos un poco de curiosidad por las cosas futuras, pues queremos sentirnos seguros, queremos hacer buenos programas en la vida, queremos ser felices… El problema es que tal curiosidad muchas veces nos hace caer en trampas pues existen algunas personas mal intencionadas que manipulan la realidad y se presentan como adivinos: descifran las estrellas, leen las cartas, juegan al Tarot, dicen tener contactos con espíritus… y acaban sembrando una gran confusión. A nosotros también hoy Jesús dice «tengan cuidado y no se dejen engañar».
Estas personas nos quieren convencer de que existe un destino y que todo ya está programado. Y porque el destino ya está todo definido, ellos creen que pueden tener acceso a través de algún medio y conocerlo. Así, porque creen poder consultar nuestro futuro se ponen a disposición, mediante una oferta o un pago, para contarnos. «No los sigan» dice Jesús.
Pero, la pregunta es: si el destino ya está todo trazado, ¿de qué nos sirve conocerlo? Y si conociéndolo podemos hacer algo para cambiarlo, entonces, significa que no estaba trazado, sino que en verdad lo construimos con nuestras acciones.
Que nadie nos engañe: nuestro futuro depende en gran parte de nuestras elecciones presentes y todos sabemos de esto. Siempre que ponemos nuestro esfuerzo para realizar algo, es porque entendemos que el futuro, que las conquistas dependen en gran parte de la fuerza de voluntad que tenemos. Dios se conmueve con el sudor de los hombres de bien, y bendice las obras de sus manos.
Sin embargo, debemos estar atentos a otro fenómeno muy peligroso.
Existen personas que están convencidas que el futuro está en sus manos, o que pueden realizar cualquier cosa, o que son tan capaces que saben lo que es mejor para los demás, o que recibieron una iluminación especial y que todos tienen que darle la razón en todo… Ellas acaban pensando que son exactamente ellas, Salvadoras del mundo. Los grandes dictadores que la historia conoció, que se creían realmente con una misión especial, por la cual hicieron muchas víctimas, son un ejemplo de cuanto mal puede hacer el hombre cuando acaba creyéndose un Dios. No podemos dejarnos engañar por estas personas. Tampoco a estas debemos seguir.
Todos somos llamados por Dios a colaborar en la construcción del futuro, pero nadie debe creerse el único llamado, ni tampoco debemos creer y seguir a aquellos que quieren tomar el lugar de Dios. Ciertamente la colaboración que Dios espera de nosotros, no es hacer anuncios de catástrofes o predicar sobre los futuros sufrimientos del infierno. Estas cosas pueden generar miedo, y no una autentica conversión. El reino de Dios no será jamás impuesto por la fuerza, pues donde existe violencia él no puede crecer. Al reino de Dios están invitados los pacíficos, los mansos y los humildes. Son invitados los que desean conocer el amor de Dios y están dispuestos a dejarse transformar por él, descubriéndose un hermano entre hermanos, donde todos son importantes, pero nadie es el único necesario, fuera de Cristo Jesús.
«Tengan cuidado y no se dejen engañar, porque muchos vendrán en mi lugar, diciendo: Yo soy el Salvador, ésta es la hora de Dios. No los sigan.»

El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino.

Sábado de la tercera semana de Pascua

“Señor, ¿a quién iremos? Solo tú tienes palabras de vida eterna”. Jn 6, 68

Cuando no conocemos bien a Jesús, pensamos que él es solo una alternativa entre tantas. Hay quien dice que todas las religiones son buenas y que lo importante es tener un credo. Sin embargo, los que conocemos un poco más profundamente al Señor descubrimos que solo él es capaz de satisfacer todas nuestras necesidades, incluso aquella de vivir para siempre. Pueden existir muchas palabras en el mundo que son sabias, consoladoras, placenteras o que nos, animan, pero solo la palabra de Cristo puede darnos aquella plenitud que transciende la historia y nos lanza a los brazos de la eternidad. Paz y bien.

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Viernes de la tercera semana de Pascua

“Quien come este pan vivirá para siempre”. Jn 6, 58


Para alcanzar la inmortalidad, Jesús nos enseña que debemos recibir el pan de vida que es su cuerpo. Esto es posible cada vez que participamos de la Eucaristía, pues el pan consagrado es su carne, fármaco de vida eterna. No existe comunión más intensa con Dios que poder recibir en nuestro cuerpo su propio cuerpo. Lastimosamente, muchas personas comulgan sin conciencia, sin colaborar con la gracia… y terminan recibiendo en vano los sacramentos. Pero la vida de quien recibe a Jesús y vive su Palabra en este mundo no se termina con la muerte corporal, sino que se transforma y se abre a la vida eterna. Paz y bien.

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Jueves de la tercera semana de Pascua

“El pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Jn 6, 51


Jesús, en su predicación, prometió a sus seguidores un pan que era su carne y que tenía una fuerza vital. Esto él lo realizó cuando instituyó la Eucaristía. Por la fuerza de la gracia de Dios, en la celebración de la misa, un sencillo pan, hecho de harina de trigo y agua, se transforma en el propio cuerpo de Cristo, con una fuerza tal que hace casi dos mil años viene transformando la vida de muchas personas: genera mártires, inspira consagraciones, conquista servidores incansables, anima a perdonar, a amar y a testimoniar. Paz y bien.

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