IV Domingo de Adviento (A)

“Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió
repudiarla en secreto. (…) Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le
había mandado, y tomó consigo a su mujer” Mt 1, 19.24

En este cuarto domingo de adviento la Iglesia nos da la oportunidad de mirar y
admirar la figura de san José, y así aprender con él a recibir en la fe la presencia misteriosa
de Jesús en nuestras vidas.
José y María aun no vivían juntos cuando María queda embarazada por obra del
Espíritu Santo. Ciertamente José se quedó muy asustado con toda esta historia. María le
habría contado todos los detalles, pero igual él no conseguía entender lo que estaba
sucediendo.
¿Cómo era posible que Maria esté encinta?
¿Sería verdad, que Dios había elegido justo a su promesa-esposa, para ser la madre
del salvador?
Y él, ¿qué es lo que debería hacer?
¿Qué implicancias para su vida traía la presencia de este niño?
Se hizo noche en la vida de José. Él no entendía. Él tenía miedo. Él sufría. Él rezaba.
No sabemos todo lo que habrá pasado por su mente. Además, él sabía que si la gente se
enteraba que María estaba esperando un hijo que no era suyo, ella sería posiblemente
lapidada en público. Y esto, él no quería. Él la amaba: María era la mujer de su vida. Pero,
por otro lado, no se sentía capaz de asumir esta responsabilidad. Le superaba la dificultad
de tal situación: o porque no estaba completamente convencido, o porque no se sentía a
la altura de una misión tan importante.
El hecho, es que él decidió repudiarla en secreto. José quería escapar de esta
situación. Sin embargo, aun en esta actitud, en esta decisión de dejarle, podemos
reconocer la nobleza de este hombre. Él quería proteger a la virgen María. Repudiándola
en secreto, probablemente, era él quien se quedaría con la mala fama, más a María nadie
le tocaría.
José, hombre sensible, no quería perjudicar a María, pero tenía miedo que la
presencia de este niño, cambie demasiado su vida.
Es en este momento que el Señor interviene con la presencia de su ángel. Dios pide
la colaboración de José. Dios cuenta con su ayuda. No solo la virgen María era la elegida
para esta misión. También José estaba en los planes de Dios. Era él, José descendiente de
David, que debería dar el nombre a Jesús. Su presencia en la vida de María no era una
casualidad, sino que Dios en su providencia ya lo había pensado. Y por eso, José no podría
huir. Dios necesitaba de su presencia, de su colaboración.
Escuchado al ángel, los ojos de José se abren, él se despierta del sueño de la duda y
del miedo, se termina su noche, recibe de nuevo la luz, y ahora puede tomar una nueva e
iluminada decisión: entregar su vida por aquel niño que María lleva en su vientre. Asume

la misión de sostener este niño, de amarlo y educarlo como un padre, de proveer en su
pobreza todo lo necesario para que él y su madre puedan vivir el proyecto de Dios
protegiéndolos en los peligros. José dijo sí a Dios.
¡Ah José, que bella tu historia! ¡Tan humana! ¡Tan sentida!
Ciertamente, tienes mucho que decir a cada uno de nosotros, pues la Navidad no
debe ser vivida solo como un recuerdo histórico de algo muy lejano, sino como una
intervención actual de Dios en nuestras vidas, si entendemos que este niño que viene
quiere cambiar toda nuestra historia, quiere enseñarnos un nuevo modo de vivir, de
pensar, de relacionarnos con los demás, de utilizar los bienes materiales, de trabajar …
entonces, también nacerá en nosotros el miedo, la angustia, la duda … también nosotros
sentiremos la tentación de huir, de escondernos, o de decir “no, esto no me toca” …
Oh, Dios, como has enviado un ángel a José, en nuestro interior, manifiéstate
también a nosotros. Ilumínanos con tu palabra. Abre nuestros ojos. Ayúdanos a entender
tu voluntad.
Ah, José, ayúdanos a decir sí, al proyecto de Dios. Ayúdanos a acoger este niño con
su madre en nuestra casa, en nuestra vida, asumiendo con alegría sus consecuencias.
Ayúdanos a tener el coraje de cambiar nuestra rutina, de conformar nuestra vida a la
voluntad de Dios, sin miedo de ser feliz.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino.

Viernes de la tercera semana de Pascua

“Quien come este pan vivirá para siempre”. Jn 6, 58


Para alcanzar la inmortalidad, Jesús nos enseña que debemos recibir el pan de vida que es su cuerpo. Esto es posible cada vez que participamos de la Eucaristía, pues el pan consagrado es su carne, fármaco de vida eterna. No existe comunión más intensa con Dios que poder recibir en nuestro cuerpo su propio cuerpo. Lastimosamente, muchas personas comulgan sin conciencia, sin colaborar con la gracia… y terminan recibiendo en vano los sacramentos. Pero la vida de quien recibe a Jesús y vive su Palabra en este mundo no se termina con la muerte corporal, sino que se transforma y se abre a la vida eterna. Paz y bien.

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Jueves de la tercera semana de Pascua

“El pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Jn 6, 51


Jesús, en su predicación, prometió a sus seguidores un pan que era su carne y que tenía una fuerza vital. Esto él lo realizó cuando instituyó la Eucaristía. Por la fuerza de la gracia de Dios, en la celebración de la misa, un sencillo pan, hecho de harina de trigo y agua, se transforma en el propio cuerpo de Cristo, con una fuerza tal que hace casi dos mil años viene transformando la vida de muchas personas: genera mártires, inspira consagraciones, conquista servidores incansables, anima a perdonar, a amar y a testimoniar. Paz y bien.

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Miércoles de la tercera semana de Pascua

“Esta es la voluntad del que me envió: que no pierda a ninguno de los que me confió…”. Jn 6, 39


Dios no quiere perder a ninguno de sus hijos. Él tiene un verdadero interés por cada uno de nosotros. Para Dios no es lo mismo si yo estoy en el buen camino o en el equivocado. Él siempre está buscando recuperar a aquellos que se desvían. Jesús fue enviado por el Padre al mundo justamente con esta misión: recuperar a todos los que estaban perdidos. Por eso él está buscando a cada hijo de Dios desviado, herido o muerto en el pecado. Y los que él rescata se hacen colaboradores de él en esta misión. Paz y bien.

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