Viernes Santo
111 - “Uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua”. Jn 19, 34
Hasta qué punto puede llegar la maldad humana: clavar en una cruz a aquel que pasó su
vida haciendo el bien: predicando y sanando. Pero lo interesante de Dios es que puede
transformar incluso nuestras maldades en oportunidades de gracia. Este soldado, al
traspasar el corazón de Jesús, nos dejó abierto para siempre el corazón de Dios. En
efecto, la herida de su costado permaneció después de la resurrección y continúa hasta
hoy derramando sangre y agua para nuestra salvación. Acerquémonos y pongámonos
bajo su cruz para que nos lave su preciosísima sangre. Paz y bien.
Miércoles de la segunda semana de Pascua
- “Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único”. Jn 3, 16
Son muchas las señales del amor de Dios: la naturaleza con todas sus magníficas manifestaciones, nuestra familia, las personas que nos aman y son capaces de sacrificarse por nosotros, los eventos lindos que nos suceden; pero la prueba más grande de su amor fue enviar a su Hijo único al mundo para enseñarnos el camino de la redención. Aun sabiendo todo lo que los hombres le harían sufrir, Dios no escatimó a su Hijo único porque sabía que en su donación total estaba la única medicina eficaz para sanar la metástasis del pecado en nuestra vida. Esto es amor y no macana. Paz y bien.
Martes de la segunda semana de Pascua
“Para que todos los que crean en él tengan Vida eterna”. Jn 3, 15
Todos queremos ser inmortales, queremos vivir para siempre. Sin embargo, solo existe una posibilidad de que esto nos suceda de verdad: adherirnos a Cristo Salvador. Los que creen en él, esto es, aceptan y viven su mensaje, no morirán sino serán transformados. Cristo es la puerta de la vida eterna y solo la alcanza el que pase por él. No nos ilusionemos: quien en algún modo no camina hacia Cristo no resucitará. La salvación es para todos, pero Dios no llevará a la fuerza a nadie al cielo. Hay que renacer en Cristo y así empezar la Vida eterna. Paz y bien.
Lunes de la segunda semana de Pascua
“Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios”. Jn 3, 3
El Señor nos desafía a nacer de nuevo. Todos tenemos mucho para cambiar. Cuando nos dejamos iluminar por Cristo, descubrimos nuestro egoísmo, inconstancias, vicios, debilidades y pecados favoritos. Es necesaria, de nuestra parte, la decisión de ser un hombre nuevo y entonces pedir al Señor la gracia del nuevo nacimiento, que se hace en el agua y en el Espíritu. Sin la ayuda de lo Alto difícilmente conseguiremos renovarnos por completo, pues ni conseguimos ver todo lo que tenemos que cambiar. Ilumínanos, Señor, para que podamos ver bien, sin las deformaciones del pecado. Paz y bien.