El robacoches fantasma y la deuda de sangre (Parte 2)
El único testigo, el cirujano Saldaña, insistía en que un robacoches mató a su hermano. Pero dos agentes no quedaron convencidos de esta versión y comenzaron de cero. La cacería del tirador fantasma concluyó en tres días.
- Por Óscar Lovera Vera
- Periodista
MARCOS Y LUCAS, DOS DETECTIVES
Día 1. No todas las luces estaban apagadas para la Policía. Marcos y Lucas –dos policías de la división que investiga homicidios– recibieron la carpeta del caso. Pasó de ser un problema local de la Comisaría 6ª del Área Metropolitana a un acertijo que debía resolverse en el departamento de Investigación de Delitos.
Marcos era un hombre a punto de llegar a la cuarta década, los años provocaron en él la falta de paciencia debido al carácter tosco, pero efectivo, al momento de presionar a aquellos sospechosos que optaban por ocultar la verdad. Ya llevaba 25 años en la fuerza y no escatimaba en denotar su experiencia y olfato como investigador.
En cambio, Lucas le sacaba 10 años de ventaja a su pareja. Su juventud le daba la dinámica al dúo de agentes. Apenas pasó unos meses en una comisaría metropolitana y su voluntad en el trabajo le dio el pase para llegar a ser un detective. Un factor común en ellos era la insistencia. Cuando ambos terminaron de leer el expediente, se dijeron que esta no sería una excepción, debían saber quién mató al ingeniero.
ALGO POCO CLARO
Marcos comenzó a citar en voz alta los puntos poco claros que lo llevaban a creer que esto no fue hecho por robacoches. Primero: el delincuente subió por detrás, ¿quién hace eso? Se preguntó. Segundo: ¿por qué disparar a matar? Ningún ladrón hace esto si al menos quiere llevarse algo sin levantar tantas sospechas… Tercero: ¿se escapó aprovechando el semáforo en rojo y ahora se lo tragó la tierra? Esto, más que los otros, no tiene sentido alguno.
Ante esa duda, Marcos ordenó a Lucas que obtenga el resultado de la autopsia. Necesitaban una pista y ya no dar vueltas sobre un cazabobos, lo que creían que era la tesis del robacoches. Nada de lo que el doctor Saldaña decía en sus declaraciones tenía lógica.
Una hora después, el joven agente llegó con una carpeta bajo el brazo y en las manos traía el almuerzo. Ambos comerían algunas empanadas, no había tiempo que perder.
“La bala es calibre 45 (punto cuarenta y cinco), jefe”, dijo Lucas con un tono liberador, el informe llevaba la firma del forense René Molinas y eso les daba la confianza sobre la veracidad del resultado. “El disparo le destrozó el cráneo, provocándole un traumatismo importante, la muerte fue al instante”, concluían unas líneas de un párrafo.
Miraban con detenimiento el documento, encontraron el hilo que los llevaría al sospechoso. Ellos sabían adónde debían recurrir para descubrir quiénes podrían ser los propietarios, al menos legales, de un arma de esta característica. No era común que en Paraguay tengan a principios de los 90 una pistola tan poderosa.
“Lucas, dejá que yo me encargo de indagar sobre el proyectil, iré a ver la lista de dueños de armas similares a esta”, dijo el agente con más experiencia apuntando con el dedo índice derecho la fotografía del plomo obtenido en el perímetro donde mataron a José.
“¿Yo qué hago, jefe?”, respondió rápidamente el joven con la energía que lo caracterizaba, la misma que le valió ganarse un puesto en la oficina.
Marcos se detuvo un instante a pensar y recordó parte de las declaraciones del doctor Eduardo; en lo que ese pensamiento se descargaba en su memoria, le dio órdenes a Lucas: “Andá a la casa de la suegra del doctor, él dijo que fue caminando hasta ese lugar después del disparo. Corroborá que haya estado ahí, también la hora. Luego nos encontramos acá para ver qué tenemos”.
Marcos llegó a la Dirección de Industrias Militares. Una antigua institución castrense, cuya creación data de 1955. La oficina funcionaba en el Comando de la Armada de la Nación, sobre avenida República y Hernandarias, en el centro histórico de la capital. El agente llegó a la entrada principal. Dos fornidos marinos custodiaban el puesto uno.
Pese a ese semblante de hombres rústicos, uno de ellos se dirige con amabilidad al policía: “¿Qué desea señor?”. Marcos en ese momento vestía una remera celeste, unos jeans gastados y calzaba unas botas de cuero vacuno oscuro. Pensó que quizás esa vestimenta casual le abriría una puerta de cortesía.
Aunque imaginó, también, una situación adversa en los segundos que transcurrirán después de presentar su placa de agente policial. Aquella vieja rivalidad militar-policial de los tiempos de la dictadura aún persistía. “Busco al coronel Amarilla”, contestó Marcos al soldado. A lo que este le respondió: “Aguarde aquí, veré si puede recibirlo”. Marcos retrucó aquella respuesta para sí: “Claro que me recibirá”.
Al coronel Amarilla lo conocía de un curso –sobre inteligencia y búsqueda de perfiles criminales– que ambos realizaron en los Estados Unidos un par de años atrás.
A los pocos minutos el soldado lo hizo pasar a un salón de recepción bastante amplio. Dentro de él tenían alojadas varias maquetas a escala de barcos de guerra, todos protegido en una gruesa caja de vidrio. Unos segundos después, Amarilla lo vino a buscar. “¡¿Qué te trae por acá Marcos?! Desde aquella última reunión de los becarios te perdí el rastro”, reclamó su ingratitud –al policía– el jefe militar. “¡Amarilla!, el trabajo che amigo, (mi amigo) sabés cómo esto es”, dijo Marcos.
“Bueno, perdonado. ¿En qué te puedo servir?”, replicó curioso el soldado.
“Mirá esto, amigo”, Marcos le entregó la carpeta con las fotos obtenidas del plomo percutido por el arma que mató al ingeniero Saldaña.
“Es una punto cuarenta y cinco esta”, dijo el militar sin dudar. “Así es, y justamente esto es lo que me trae junto a vos”, asintió Marcos. “Sé que tenés la lista de portadores legales de las armas que pueden disparar esta bestia. Necesito una copia de eso para investigar un asesinato. ¿Puedo contar con eso?”, preguntó el agente, mientras inclinaba una ceja sobre su particular mirada inquisidora.
Amarilla suspiró, algo resignado, y dijo: “Te debo una y con esto estamos a mano, así que espérame aquí Marcos; veré en registro de armas qué tenemos”.
Quince minutos después, Amarilla viene marcando el paso sin darse cuenta. La costumbre de la instrucción militar ahora le dictaba su caminar diario. En las manos llevaba una carpeta amarilla no por el color, sino por lo gastada que se encontraba. Desde su asiento –al fondo de aquella enorme sala de recepción– Marcos se percató de ello, “quizás estos tienen menos presupuesto que nosotros”, pensó, intentando consolarse.
Amarilla le pasó el documento y le explicó: “Dentro de esto vas a encontrar solo 43 nombres, estas son todas las personas que tienen este tipo de armas, una pistola semiautomática calibre punto 45”.
Marcos miró la lista y no encontró nada llamativo, le parecía hasta estéril. Se preguntó si hallaría al tirador fantasma en esta lista, era parte de la incógnita que más le atormentaba. Decidió que debía retirarse. Se encuadró, como gesto de cortesía, y estrechó las manos de Amarilla, agradeciendo el gesto. “Espero algún día repetir lo del Norte”, esbozó el policía con una mueca de satisfacción. “Para servirte Marcos, pero acuérdate: deuda saldada…”.
Día 2. Marcos volvió a su oficina con la lista en la mano. No sabía por dónde empezar, eran 43 personas con papeles de un arma que coincide en calibre con la utilizada para asesinar al ingeniero Saldaña, pero sin más que eso. Era la única pista que lo conduciría al asesino, al menos si el arma homicida era legal.
Se sentó, encendió un cigarrillo, su rostro se iluminó por unos segundos. El olor del fósforo lo apartó con una mano y dejó que el humo se disipe en su rosto, mientras observaba cómo las letras de aquellos nombres se mezclaban en su cabeza. “No hay de otra”, dijo. Tuvo que llamar a cada uno hasta encontrar un cabo suelto.
Faltaban aún diez nombres por ser verificados, la paciencia no era su fuerte. Marcos imaginó que esto le tomaría semanas, ya que además de confirmar si esas personas – de la lista– tenían sus armas, debían establecer una conexión con el crimen. Es decir, pedir todas las armas registradas y someterlas a pericia balística, y esto no aseguraba el éxito. Aún quedaba la posibilidad de una pistola no registrada y, con ello, la posibilidad infinita de quién mató a ese hombre. Aún con tanto margen de análisis, el agente no permitió que esto lo perturbe e imaginó que sería exactamente eso que dicen muchos: “Una aguja en un pajar, pero no imposible de encontrar”, pensó determinante.
En el décimo en la lista encontró a un militar –de la Caballería–, de nombre Mario González. Marcos no esperó mucho para marcar en el teléfono el número registrado en la lista. A los pocos segundos González contestó, para su fortuna estaba de franco. El soldado explicó que esa arma la vendió a finales de los 70 a un civil de nombre Mamerto Romero. “Este es un buen dato”, dijo el agente y continuó de largo, necesitaba chequear toda la lista de portadores de una pistola punto cuarenta y cinco.
Una vez acabado ese registro, se encontró que solo una de esas armas fue vendida. Retomó el hilo de su pesquisa con el civil Mamerto Romero, mediante la guía telefónica lo ubicó y lo llamó. El hombre le contó que se deshizo de la pistola, también vendiéndola a una persona llamada Thomas Binicio Irala Lomaquis. “¡Otro nombre más!”, dijo Marcos, con una corazonada de que estaba por buen sendero.
EL TERCER COMPRADOR
“¡¿Usted es el señor Lomaquis?!”, preguntó Marcos. “Sí, soy yo… ¿quién habla?”, respondió algo confundido del otro lado del tubo. “Mire señor, soy el comisario Marcos Gayoso. Estoy investigando un hecho de robo y me encontré con una pista que me condujo a usted…”, contestó el agente. “¿Y eso? ¿De qué se trata?”, consultó el hombre, ahora con temor.
El agente siguió indagando: “Bueno, se trata de una pistola calibre 45, la usaron para un asalto y quería saber si usted tiene la suya para cotejar que no se trate de la misma. Debo hacer esa comparación obligatoriamente para descartarlo como sospechoso, usted comprenderá”. Marcos sabía cómo intimidar a alguien, si era su sospechoso saldría con una coartada frágil, si no le daría un elemento más que seguir.
“Señor… ¿comisario me dijo, verdad?”, expresó Lomaquis. “Sí, sí, Gayoso…”, respondió Marcos. “Bueno, mire, esa arma la vendí hace cuatro años, en el 87. Un médico, amigo, me ofreció plata por él y se lo di”. “¿Médico?”, preguntó levantando la voz el policía. “Sí, un médico que se llama Eduardo Saldaña, se lo vendí por 225.000 guaraníes…”.
Marcos hizo una pausa de asombro. Mientras que Lomaquis del otro lado buscaba una deferencia al dato: “¿Hola?, ¿hola?”. “Sí, sí, disculpe señor, me sonó familiar el nombre, solo eso. Le agradezco el dato, que tenga buen día”. Marcos colgó el teléfono y su mente comenzó a imaginar una historia diferente a la que le habían contado.
“¡Jefe!”, irrumpió Lucas. “Muchacho, ¿qué tenemos?”, preguntó Marcos. “Jefe, mirá, fui a la casa de la suegra de Eduardo y ella me confirmó que ayer no estuvo por ahí, nunca fue hasta esa casa, comisario”, respondió Lucas.
Marcos cada vez estaba más convencido que el hombre que buscaba era el propio hermano de la víctima, pero necesitaba de más indicios. “Hay que hablar con los testigos, Lucas. Andá y de nuevo pregúntales cómo ocurrió el crimen, hay algo de este rompecabezas que falta”, dijo el comisario.
Lucas interrogó a los comerciantes del barrio Mburucuyá, a varios que tienen sus locales sobre la calle donde todo pasó. Uno de ellos relató algo que les llamó la atención. El día del crimen, solo dos personas estaban en la camioneta, no hubo un tercero. Una de ellas bajó del vehículo, llevaba puesta una abrigo de color negro, corrió y luego ya no lo vieron. Pero se detuvo a unas cuadras y subió a un Chevrolet, modelo Opala, con neumáticos de masilla blanca. Ese desconocido subió al automóvil y desapareció. La descripción física de ese extraño coincidía con la del doctor Saldaña. Cada vez el círculo se cerraba más en torno a él.
Día 3. Lomaquis –el segundo comprador del arma– llamó al comisario Marcos. “¿Qué tal comisario? Me dijo que si algo se presentaba se lo comunique. Bueno, hoy estuvo en mi casa el hijo del cirujano, me pidió que no hable del arma que le vendí al padre porque ustedes lo involucrarían equivocadamente en el crimen de su tío, me insistió en que guarde silencio”.
Para Marcos, eso era suficiente. Eduardo era el sospechoso, debían detenerlo. La Policía lo llamó con la excusa de repasar una vez más sus declaraciones. Cuando se encontraron, el peor miedo del médico se confirmó. Señor Saldaña, queda usted detenido por el asesinato del ingeniero José Saldaña…
Eduardo al principio se mostró reticente a hablar, pero ante la insistencia de aquellos investigadores, confesó que mintió sobre su presencia en la casa de su suegra y, en realidad, fue a lanzar su arma al río Paraguay. La búsqueda se extendió por 10 horas. La Policía insistió y mediante una presión, Saldaña volvió a hablar. “Está bien, les diré dónde está. La arrojé a orillas del casino en Itá Enramada, en Lambaré”. Finalmente, el 8 de agosto, aquella pistola fue encontrada y llevaba a pericia.
LOS CABOS SUELTOS
“Presta atención, Lucas: Eduardo, siendo médico, nunca auxilió a su hermano, prefirió ir a la casa de su suegra, que finalmente comprobamos que fue mentira, no pidió auxilio a los vecinos, no llamó a la Policía, un comerciante describió a Eduardo como el único que bajó de la camioneta tras la detonación del arma, su jeans no estaba manchado con sangre –él dijo que su hermano se desvaneció sobre él tras recibir el disparo–, no pudo explicar por qué la palanca de velocidades de la camioneta estaba en neutro si el delincuente supuestamente escapó, tampoco dio sentido a los documentos que estaban sobre las piernas de su hermano, el cenicero y la guantera abierta y, lo principal, tenía un arma del mismo calibre, la cual tiró ese mismo día del asesinato. Solo nos falta balística, muchacho”, finalmente Marcos terminó de enumerar todos los elementos que para él apuntaban a Eduardo como el asesino.
Un año y cuatro meses después, el 14 de diciembre de 1992, en un juicio oral, los detectives relataron al juez que Eduardo Saldaña mató a su hermano motivado por la envidia en los negocios –y el poder económico que eso le daba–, algo que a él no le ocurría con su parte en la sociedad comercial. Esto lo llevó a desviar fondos de las cuentas bancarias y fue descubierto por su hermano. Para acabar con el pleito, decidió acabar con él y convertirlo en una deuda de sangre.
El tribunal lo condenó a 18 años de cárcel. Eduardo fue ubicado en el dispensario médico de la penitenciaría de varones en el barrio Tacumbú. Con el tiempo, las visitas de amigos y familiares disminuyeron, llevándolo a una depresión profunda. En el 2009 debió cumplir con su condena, pero murió debido a un ataque cardiaco.
Obs.: Los personajes de los detectives y el jefe de la armería fueron creados para darles conexión con los hechos, con base en lo narrado por agentes que investigaron el homicidio. Todos los datos de la investigación fueron extraídos de la carpeta fiscal y policial.
La educación cívica como herramienta para corregir la vida política
La educación cívica busca preparar a los ciudadanos para impulsar el desarrollo de la sociedad y reclamar los espacios de decisión que, a entender de Isócrates, debían quedar en poder de los mejores preparados, y no siempre a merced de los más votados y/o populares.
Por Gonzalo Cáceres-periodista
En diferentes momentos y en diferentes lugares, la educación cívica adoptó diversas formas y enfoques, reflejando las necesidades y valores específicos de cada sociedad. Sin embargo, su propósito fundamental ha sido siempre el mismo: promover una ciudadanía activa, informada y comprometida con el bienestar de la comunidad y el respeto por los derechos y la justicia.
La educación cívica tiene sus raíces en la antigua Grecia, donde se valoraba la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos, especialmente con Isócrates, su principal referente.
¿QUIÉN FUE ISÓCRATES?
Isócrates fue un destacado orador y educador griego cuya influencia perdura a lo largo de los siglos. Su larga vida (436 a.C.-338 a.C.) atestigua una época bastante convulsa de su natal Atenas como de los conflictos entre las ciudades-Estado de Grecia y el enfrentamiento con el Imperio Persa, cuando apenas se veían superadas las guerras Médicas (492 a.C.-449 a.C.).
Este gran pensador se enmarcó en un ideal democrático diferente a las concepciones más directas de las que se practicaban en su tiempo. Aunque apoyaba el concepto general de la democracia (como forma de gobierno), tenía reservas sobre la forma en que se llevaba a cabo en la práctica, por lo que abogaba por una ‘versión’ modificada y más equilibrada del sistema democrático.
CIVISMO
Isócrates creía en la palabra como “transformadora” del régimen político y puso por delante la razón en lugar de la fuerza, porque el “punto crucial para mejorar a una sociedad” es la educación y, en especial, “la educación cívica como vía para recuperar y fortalecer a la democracia”.
Es por ello que se dedicó fervientemente a la enseñanza de la retórica y la formación de líderes, esmerándose en su instrucción para que estos puedan expresar sus ideas y opiniones con claridad, en pro de influir en la toma de decisiones y, así, promover el bienestar común de la sociedad, a través de la participación.
Y marcó distancia de los sofistas, que a menudo enseñaban retórica con fines lucrativos, al sostenerse adrede en ciertos argumentos sin necesariamente basarse en la verdad o la moralidad. Al contrario, Isócrates dotó a su método pedagógico de un componente moral y ético, con el fin de inculcar virtudes cívicas como la justicia, la tolerancia y la moderación.
Su oratoria más suave, en contraposición a los estilos más agresivos y confrontacionales de otros oradores contemporáneos como Demóstenes, se centró en el arte de la persuasión, la práctica de la escritura y análisis de otros modelos de discurso.
IDEAL DEMOCRÁTICO
Isócrates evitó involucrarse en la vida política y, de una manera práctica, mantuvo una postura mesurada para, consecuentemente, tener voz ante la celosa élite de la Atenas clásica.
Se alineó con un ‘tipo’ de democracia en la que los ciudadanos estuvieran educados -y comprometidos- con el bien común. No creía en una “democracia directa” en la que las decisiones se tomasen exclusivamente mediante votaciones populares, ya que podría haber tendencias a la demagogia y la manipulación de masas por parte de líderes carismáticos (no necesariamente sabios o éticos).
No rechazaba por completo las votaciones o la participación ciudadana, pero creía que una “democracia efectiva” requería un equilibrio entre la participación popular y el liderazgo experto.
“Los estadistas que hicieron grande a esta ciudad no eran gente de la calaña de los actuales demagogos y agitadores. Fueron hombres de elevada cultura y espíritu superior los que expulsaron a los tiranos e instauraron la democracia y los que luego vencieron a los bárbaros y unificaron a los griegos liberados bajo la dirección de Atenas”, escribió.
Isócrates fue contra las tiranías “donde una sola persona habla y las demás callan” y apeló al corte de las democracias porque “todos los hombres hablan y todos escuchan”. Dio cuenta de que “la democracia es ante todo una forma de discurso que no puede ser monopolizado por alguna persona en específico”, que ese discurso “sólo puede ser aprendido en medio de muchas voces”.
Pero también apuntó contra los “ciudadanos indiferentes” y “poco instruidos en los asuntos públicos”, que en momentos de agitación y ante la carencia de una educación cívica adecuada “viran al extremo opuesto” (fanatismo). “Son presa de los demagogos o de movimientos radicales que proclaman, precisamente, la dictadura revolucionaria”, escribió.
Un punto fundamental entre sus argumentos fue la promoción del buen gobierno democrático como subordinación a la ley, la honestidad, la formación de una conciencia social, el respeto por los bienes ajenos, la rendición de cuentas, la sobriedad en las costumbres, entre otros. Estos generarían las condiciones ideales para la prosperidad, porque de lo contrario, solo habría inestabilidad, indiferencia y pobreza.
“La pobreza envilece al pueblo. Lo transforma en una masa vulnerable. Esa masa empobrecida y sumida en la ignorancia es proclive a ser manipulada por los charlatanes. Hacen leva de ella diciéndole lo que quiere oír, no lo que debe escuchar. Son los ‘lobos con piel de oveja’ que al final terminan sojuzgando al mismo pueblo que los elevó al poder”, escribió.
Discípulo de los sofistas Gorgias y Proágoras, Isócrates estableció su propia escuela, a la que atrajo a numerosos estudiantes, muchos de los cuales pertenecían a las familias más adineradas y quienes llegaron a desempeñar roles importantes en la política de la época. Instó a los mismos a “practicar sus derechos” y a no temer a “las libertades para que sean reales” y “no se queden en simples pronunciamientos”; ser “parte de la koiné (la vida pública) y no quedarse arrinconados en la idia (la vida privada)”; actuar “con base en la razón y no ser arrastrado por las pasiones”.
Entre sus alumnos sobresale Timoteo, prominente general, Nicocles, rey de Salamina y Chipre, y dos grandes historiadores: Ephorus, quien escribió una historia universal, y Theopompus, quien escribió la historia de Filipo II de Macedonia (padre de Alejandro Magno).
El legado de Isócrates repercute en la tradición intelectual occidental. Sus obras llenan todos los requisitos para ser enlistadas dentro de los grandes libros de filosofía política y de educación. Algunos de sus discursos más famosos incluyen “Panegírico”, “Areópago” y “Para Nicocles”.
Isócrates nos lo dejó bien claro: la educación cívica y la democracia van de la mano; uno no puede ser sin el otro. Un gobierno que se crea ‘del pueblo’ jamás será ejercido con eficiencia por quienes carecen de la formación necesaria como para anteponer el bien común a sus propios intereses.
Domingo de Ramos y pindo karai: una tradición que combina la fe y la convivencia familiar
Trenzados en ramos de forma artesanal y adornados con romero, ruda y el color lila de la siempreviva (Ghomprena globosa), el “Pindo Karai” (palma en el idioma guaraní) copan este Domingo de Ramos, uno de los festejos más tradicionales que da inicio a la Semana Santa paraguaya.
El Domingo de Ramos es una celebración religiosa profundamente arraigada en la tradición y la cultura del país, marcando el inicio de la Semana Santa con solemnidad y devoción. Durante esta festividad, se conmemora la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, donde fue recibido con ramas de palma y aclamaciones de “Hosanna”, en los días previos a su crucifixión y muerte.
Una de las principales costumbres durante el Domingo de Ramos (y días previos) es la elaboración de los pindo, los cuales son bendecidos en las iglesias y luego llevados en procesión o colocados en los hogares como símbolo de protección y bendición.
Las iglesias suelen estar adornadas con palmas, flores y otros elementos simbólicos para recibir a los fieles que acuden a las misas especiales dedicadas al Domingo de Ramos. Durante la liturgia, se recuerda la Pasión de Cristo y se reflexiona sobre el sacrificio redentor que culminará en la celebración de la Pascua.
Además de las ceremonias religiosas, el Domingo de Ramos en Paraguay también se vive en un ambiente festivo y familiar.
EN PANDEMIA
Vale recordar que, esta tradición se interrumpió en parte hace cuatro años, en el contexto de la pandemia que obligó en su momento a millones de personas en todo el mundo a permanecer en sus hogares, sin posibilidad de participar de ninguna celebración litúrgica.
En el 2020, el Domingo de Ramos se vivió de una manera distinta en Paraguay, con los templos católicos cerrados al público y la participación de los fieles en la misa a través de las transmisiones en radio, televisión o redes sociales (principalmente Facebook).
Así también, varios sacerdotes y obispos se ingeniaron para llegar hasta los fieles. En algunas parroquias, los curas optaron por salir a las calles y realizar la tradicional bendición del “pindo karai” casa por casa, a fin de evitar la aglomeración de personas y dando cumplimiento a la cuarentena. Uno de ellos fue el padre Miguel Ángel Castro, de la parroquia Santa Catalina de Fernando de la Mora. Otro fue el arzobispo de Asunción, Monseñor Edmundo Valenzuela.
De esa situación, cuando reinaba la incertidumbre, la preocupación, pero la fe seguía intacta, quedaron anécdotas como ese peculiar Domingo de Ramos. Hoy, miles de familias paraguayas se vuelcan en alegría a las iglesias para participar de la celebración religiosa que combina la fe, la tradición y la convivencia en torno a una festividad que marca en esta jornada el inicio de una Semana Santa llena de reflexión, recogimiento y esperanza para los creyentes.
El Niño va cediendo en la región y La Niña podría empezar a manifestarse en agosto
Pese a que los pronósticos indicaban que el fenómeno de El Niño podría tener una evolución intensa en el país, desde la Dirección de Meteorología e Hidrología afirman que su intensidad fue moderada. Alcanzó su máximo nivel en octubre y noviembre del año pasado, pero comenzó a ceder desde diciembre. Actualmente, está camino a una etapa de transición donde, en un 80% de probabilidad, La Niña ingresaría a robar protagonismo en la región.
En noviembre de 2023, Meteorología proyectaba que El Niño iba a presentarse con una calificación que pasaría de moderada a fuerte en enero de este año, pues, las lluvias intensas, tornados, inundaciones y crecida de los ríos en varias zonas de la región, daban todas las señales.
El Lic. Carlos Salinas, gerente de Climatología, explicó que, el niño rozó los valores de fuerte entre octubre y noviembre del año pasado, meses donde alcanzó la intensidad máxima, pero siempre presentó una calificación moderada.
“Ese fue el momento en donde se llegó a la intensidad máxima rozando los valores de fuerte. Podemos considerar al Niño como moderado. En este momento los índices ya están descendiendo y nos muestrna que ya está cediendo y está camino a pasar a una etapa denominada neutral”, comentó el Lic. Salinas en conversación con HOY/Nación Media.
De acuerdo a sus declaraciones, la fase neutral es un periodo de transición en el que, los valores de los índices indican que podría pasarse de un fenómeno a otro, es decir, El Niño comienza a apagarse y comienza a dar paso a La Niña.
Agregó que, El Niño se manifestó con mayor intensidad por la zona del centro, sur y este de la Región Oriental, siendo Misiones, Itapúa y Alto Paraná algunos de los departamentos más golpeados.
El gerente de climatología, al ser consultado sobre si el comportamiento actual del clima, la falta de precipitaciones y el intenso calor de los últimos días, guardan relación con la fase neutral, explicó que, todas las manifestaciones todavía corresponden a El Niño.
“No está comprobado que el fenómeno El Niño esté asociado a la sequía en la región. En lo que respecta a Paraguay, las consecuencias del El Niño están más bien asociadas a precipitaciones por encima de lo normal”, agregó.
FASE NEUTRAL Y LA NIÑA
La fase neutral, es decir, el periodo de transición y finalización de El Niño se daría entre los meses de abril, mayo y junio. Salinas sostuvo que cualquier evento climático que se presente en ese tiempo, no se podría atribuir ni a El Niño ni a La Niña.
“A partir de julio, agosto y septiembre recién estamos esperando que sea un fenómeno de La Niña. Hay altas probabilidades. Hay 80% de probabilidad”, agregó el gerente.
Por un lado, El Niño es un fenómeno natural que tiene su origen en el océano Pacífico tropical y trae temperaturas de la superficie del mar más cálidas que lo normal. En tanto, La Niña se origina en el mismo lugar, pero presenta condiciones más frías.
Para el gerente de Climatología, es improbable que La Niña se origine, según indican en los pronósticos, pero si se manifiesta, tendría una duración de 12 meses.