Una vuelta inesperada (Parte II)

Juan Ortiz fue secuestrado por un grupo improvisado de criminales. Dos días de negociaciones llevaron a disminuir el monto que exigían para su liberación. Pero algo saldría mal y la operación se fue de control. Lo que Juan no sabía es que estaba condenado a morir.

–Le ofrecí la mitad, más de eso es difícil de con­seguir en tan corto tiempo, dijo Juan Vicente al oficial Ramírez. El policía le inte­rrogó sobre lo que hablaron en esa última conversación. El secuestrador nuevamente quedó con la jugada a definir, llevaba la ventaja. Retozaba con su víctima, y eso compli­caba el siguiente paso al no poder presionar en la nego­ciación. El ambiente en la casa era tóxico, casi podía percibirse la desesperación, no podían extralimitarse.

Juan Vicente tenía las manos sobre la cabeza, sentado de rodillas y meditando. No sabía qué esperar. La noción del tiempo la había perdido por completo. 7:00 de la mañana del lunes 24 de agosto, Juan no se ubicaba en el tiempo. La preocupación hizo que solo mida el riesgo de sus acciones y no el transcurso de las horas.

El teléfono sonó. Fue tan estridente que se escuchó en toda la casa, el pánico cubierto en silencio provo­caba que cada uno despierte de su desesperación y preste atención a lo que podría pasar. Juan se incorporó y corrió a tomar la llamada, ¡¿Hola?! –Soy yo, aceptamos los 50 mil dólares. Escucha la instrucción que te voy a dar.

–¡Sí, te escucho, decime! Con­testó el padre angustiado y ansioso; veía por primera vez una oportunidad de recupe­rar a su hijo.

–Sobre la supercarretera Mariscal López, frente a un local que se llama Twins Bur­guer. Ahí le vas a entregar a una persona que estará espe­rándote en una moto. Sin poli­cías, sin prensa. Cualquier error, él muere, si lo hacés bien, Juan va a ser liberado por la noche en Salto del Monday, en Presidente Franco. Luego la llamada se cortó.

Juan Vicente quedó en silen­cio y ante la mirada de poli­cías y su familia. No podía asimilar, era un sentimiento extraño. El temor y la intran­quilidad de que algo pudiera salir mal y la felicidad plena de ver un camino, una puerta que conduzca a liberar a su hijo.

Juan explicó a los policías las condiciones para resol­ver esto. Debía ir solo y cual­quier paso en falso detona­ría la muerte de su hijo. No podía ponerlo en riesgo y pre­firió pagar cada billete que le pedían. Colocó cada dólar en una mochila y fue hasta el punto de encuentro.

19:30, lunes 24 de agosto. 52 horas de secuestro. Juan Vicente está impaciente. Usó una columna del ten­dido eléctrico para repo­sar su cuerpo, su pánico; está aterrado pero debía aparentar que estaba tran­quilo. En su mente solo pasa­ban indicaciones –de su subconsciente– que le exi­gía no cometer errores, no ser imprudente y hacerlo de forma natural.

Los minutos pasaban y nada. Cada escape de motocicleta que irrumpía en una estruen­dosa explosión de gases, hacía que su mirada se tense en torno a la dirección de dónde provenía. Se ponía firme y afi­naba nuevamente la mirada.

El conductor del biciclo se aproximaba y a medida que se acercaba, Juan preparaba la bolsa extendiendo la mano derecha, imaginó si debía lan­zársela al pasar o este se deten­dría a confirmar su identidad.

El ruido se intensificaba por el acercamiento, pero el con­ductor pasó de largo. No se quedó. Fue un error, no era a quién aguardaba.

Su teléfono sonó una vez más. ¿Hola? Una voz tosca respon­dió: –dejá la bolsa bajo la pie­dra que está a tu derecha y salí de ese lugar. El contacto se interrumpió.

Juan obedeció esa última instrucción. Luego de colo­car la bolsa bajo la pie­dra, subió a su vehículo y retornó a su casa. Espe­rando el momento de abra­zar nuevamente a Juan, lo extrañaba y no sabía de él en las últimas horas.

Diez minutos después, un motociclista detuvo su mar­cha frente a la piedra. Bajó, la hizo a un lado y tomó la bolsa. Subió nuevamente a la moto y en ese mismo segundo una detonación a sus espaldas le advirtió de algo. El aire se cortó con el sonido de una bala, cruzó por uno de sus costa­dos, y él seguía dando patadas a la moto para que el motor se ponga en marcha, una y otra vez. Tres disparos más se producen, el motor reac­cionó. El secuestrador huyó con el dinero en dirección a la ciudad de Hernandarias.

¡Mierda! Se escuchó a lo lejos. Eran policías. Estaban ocul­tos tras unos árboles y plan­tas. Habían seguido a Juan Vicente, sin que se percatara. Tenían la intención de captu­rar al delincuente y la opera­ción fue un fracaso.

–¿Quién disparó? Preguntó el comisario Ramírez. –Fui yo señor, respondió el subcomi­sario Julio Machuca, subjefe de la policía local. Ramírez presentía que lo ocurrido deja­ría consecuencias.

ERA JUAN…

5:00, 62 horas de secuestro. El viejo teléfono en la comi­saría sonaba desde hacía minutos. El policía de guar­dia batallaba contra Morfeo en su somnolencia, hasta que la insistencia lo hizo reac­cionar. – ¡Policía Nacional, buenos días! contestó tras­trabillando su saludo. –Hola, señor, de Salto Monday estoy llamando. Acá encontramos un cuerpo en un matorral…

La Policía confirmó que el cadáver era de Juan Ortiz, los secuestradores lo mata­ron a balazos y arrojaron su cuerpo a un matorral. Estaba con la misma ropa que lle­vaba aquel viernes cuando salió para una fiesta.

En poco tiempo el lugar fue acordonado y comenzó a lle­narse de agentes y curiosos.

En la casa de Juan Vicente la esperada llamada sonó. Juan no tardó en llegar hasta donde dejó el celular. –¡Hola, Juan, hijo, ¿sos vos?! Juan estaba excitado, esperando escuchar la voz de su hijo, confirmando su libertad. Sin embargo, otro respondió en la llamada. –Señor, Juan Vicente Ortiz, ¿es usted? –Sí, soy yo. ¿Quién habla?

–Soy el oficial Quiñónez de la comisaría de Salto del Mon­day. Le tengo malas noticias señor, creemos que su hijo fue asesinado y necesitamos que venga hasta el lugar a reconocer el cuerpo.

Todos sus miedos se con­centraron en una terrible sensación. Quedó inmóvil y no pudo responder. Bajó el teléfono sobre una mesa de madera, de lejos se escuchaba la voz del agente clamando por una respuesta.

Juan Vicente quedó pálido. Una lágrima surcó su mejilla y no paró de sujetar con fuerza una fotografía de su hijo, una que adornaba su sala.

EN LA ESCENA DEL CRIMEN

El forense irrumpió entre la gente ¡háganse a un lado para que pase el médico por favor! Gritó a lo lejos un policía que intentaba separar a los veci­nos de los investigadores. El médico abrió su caja de instru­mentos, se colocó los guantes de látex y comenzó a exami­narlo. –A ver muchacho, tomá nota de lo que te voy diciendo, se dirigió aquel hombre de 51 años a un joven funcionario de la Fiscalía. –Dígame, doctor. Lo escucho, respondió espe­rando comenzar su informe.

–Veo cinco orificios de bala, todos frontales. Dos fueron en el pecho, a la altura del tórax, uno en la espalda y dos en las piernas, uno de estos dos está a la altura de la ingle. Ahora son las ocho de la mañana… su temperatura corporal es de 33 grados Celsius aproximada­mente y presenta rigor cadavé­rico. Esto me lleva a la conclu­sión que lleva cuatro horas de muerto. Hora de fallecimiento aproximado sería entre la una y dos de la madrugada del 25 de agosto, con esto conclui­mos aquí. Necesito trasladar el cuerpo al laboratorio para examinar mejor.

CABOS SUELTOS

Los investigadores contaban con el número de teléfono que usaron los secuestradores. Al analizarlo les arrojó una pista del lugar de donde se emitía la señal, era frecuente y del mismo lugar. –Con esto ya los tenemos, dijo Ramírez. Al menos una tiene que salir, retrucó contra su propia mala racha.

Villa Bancaria, Ciudad del Este. –A mi orden se entra, ¿entendieron? Susurró el comisario Ramírez a los agen­tes. Eran cincuenta policías dispersos en grupos peque­ños. La tenían rodeada.

El grupo de asalto invadió en pocos segundos la vivienda de un lujo superlativo. ¡Alto, policía! ¡Manos en el suelo! Ramírez vio a un hombre, joven, sentado en la cama cuando ingresó a una de las habitaciones. Una vez que lo identificó supo que se trataba de Rodrigo Vera, las esposas ajustaron sus muñecas. Pasó a ser el primer detenido. Su novia, una mujer llamada Yen­nifer Rocío, también fue espo­sada. En otro punto de la casa, redujeron al guardia de seguri­dad, Luis Pereira. –A todos los vamos a llevar a la comisaría, por ahora todos son sospecho­sos. Ramírez sentía que estaba en la casa del plagio, y esas personas sabían lo que había pasado con Juan. –¡Registren la casa! La corazonada le decía al policía que podían encontrar algo más. En la misma habi­tación de Rodrigo encontra­ron varios billetes, 63 millones de guaraníes. Había muebles embalados, recientemente comprados. Mesas de juegos, máquinas tragamonedas. La casa se iba a convertir en un casino clandestino.

La intuición es que el secues­tro pagó toda la inversión, pero necesitaban atar un cabo más. Ramírez se acercó a Yennifer y la sola presencia de un hombre tosco y de poco hablar la intimidaba. Ella sabía que si no hablaba, la esperaba un proceso ante la ley. Contuvo la respiración, y exhaló. Lo miró fijamente y confesó –Rodrigo, mi novio, fue él…

Los agentes planificaron otra operación de arresto. Esta vez, fueron a unos pocos kilómetros, en el barrio San Rafael de Presidente Franco. –¡Alto, policía! No intenten hacer nada, y quiero ver las manos. El comisario Ramírez nuevamente lideraba al equipo, no quería errores y necesitaba aprovechar cada dato que obtenía de sus sos­pechosos. En ese mismo lugar dos mujeres fueron arresta­das, María Eliza Medina y Sil­via Talavera, pareja y madre de Marcos Emilio Lezcano. Los datos de los policías decían que Marcos ocupaba el segundo orden en impor­tancia en la banda. María tampoco soportó la presión de los agentes y delató el plan.

Unas cuadras más adelante, en el mismo barrio. La Policía irrumpió en otra casa, otra información les condujo a más miembros de la organización. Armando Lugo, Carlos Renzo –un ex aspirante a policía– y algunas jóvenes que fueron utilizadas como señuelo para tenderle una trampa a Juan, fueron llevadas a la comisaría.

Ramírez se sentó a procesar toda la información que había obtenido. En una de sus ano­taciones subrayó las coinci­dencias que existían entre las confesiones de Yennifer y María, las novias de los prin­cipales cabecillas. “Armaron una fiesta en la casa, le invita­ron a Juan, la idea era doparle pero no pudieron y después le pegaron con el arma que tenían…”. Para el comisario era suficiente. Esta decla­ración era suficiente para pedir al fiscal que encarcele a Rodrigo y Marcos. El gran problema es que el segundo escapó y no lo encontraban.

Ramírez sabía qué hacer, debía presionar a Rodrigo para que confiese. Pidió hablar nuevamente con él. La primera vez dijo que era ino­cente. –Bien Rodrigo, Marcos no está. Tu novia y la novia de él los responsabilizan por el secuestro y el crimen. Te voy a dar una oportunidad más para escucharte, ¿qué decís?

Rodrigo, se vio arrinconado. Las evidencias en la casa, los testimonios y el trabajo forense apuntaban a él como uno de los asesinos. El joven de 30 años miró al experi­mentado agente, se mordió los labios y luego habló. –Está bien, fui yo, con Marcos. Pero la idea fue de Juan, las cosas se salieron de control después del pago y Marcos se molestó porque la Policía disparó. Por eso lo matamos. Luego de eso, Marcos tomó parte del dinero del rescate, le dio a su mamá y huyó a la Argentina. Es todo lo que sé. Algo no cuadraba, no coincidían las declaraciones. Ramírez mostró fotografías de los autores a la familia de Juan, para saber si se conocían. Juan Vicente reconoció a Rodrigo apenas observó la foto

–Fueron compañeros durante toda la escuela, comió en nues­tra mesa y hasta durmió en la casa. Fueron amigos… luego se quebró en llanto.

Para Ramírez Juan quedó con­denado desde el principio, lo mataron porque podía identi­ficar a sus captores. La saña –en la cantidad de disparos– con­firma que debían asegurarse de ello. Lo debían matar.

DOS AÑOS DESPUÉS

20:30 horas. 11 de mayo del 2011. –Dos votos por la pena máxima, dijo el relator en la audiencia. Era el quinto día de juicio. Rodrigo miraba cómo aquel funcionario judicial hablaba pero no lograba enten­der, no quería hacerlo. Recibió 30 años de prisión. Su suerte ahora pasaría a contar los días en la cárcel de Coronel Oviedo, no los querían juntos. Carlos Renzo, el guardia, fue califi­cado como cómplice. Los jue­ces le impusieron 18 años en la oscuridad de una celda. Yen­nifer y María también fueron condenadas a cinco años por no denunciar lo que ocurrió. Decidieron callar y ser partí­cipes del crimen.

Ramírez notó cierta satisfac­ción en Juan Vicente, el dolor de ese padre aún continuaba presente en cada arruga de su devastado rostro. Pero enten­día que ese hombre encontró al menos un poco de alivio. Rodrigo quiso el dinero para montar su casino, su codicia lo llevó a planificar el secues­tro. La Policía aún espera que la orden de captura interna­cional sobre Marcos funcione alguna vez.

Alerta sobre explosiva mezcla: un cóctel muy riesgoso para la salud

La mezcla de bebidas alcohólicas con energizantes, muy popular entre los jóvenes, puede ser muy peligrosa, ya que aumenta el riesgo de intoxicación, comportamientos arriesgados y efectos negativos en la salud.

La combinación de alcohol con energizantes se convirtió en una tendencia entre los jóvenes, debido en parte a la percepción de que los energizantes pueden contrarrestar los efectos sedantes del alcohol, lo que lleva a una sensación de estar más alerta y en control. Esto, reforzado por la publicidad y el marketing.

En la búsqueda de experiencias intensas y emocionantes, los jóvenes creen que este cóctel permite disfrutar de la fiesta por más tiempo sin experimentar la fatiga asociada al consumo de alcohol. Sin embargo, muchos desconocen los peligros que hay detrás de esta riesgosa práctica.

Los estimulantes de la cafeína en los energizantes pueden enmascarar los efectos sedantes del alcohol, lo que lleva a una falsa sensación de sobriedad. Esto puede resultar en un consumo excesivo de alcohol y un mayor riesgo de intoxicación. Además, la combinación de alcohol y cafeína puede aumentar el riesgo de comportamientos arriesgados o impulsivos.

La doctora Nilda Villalba, directora del Centro Nacional de Toxicología, reconoció que la combinación de bebidas alcohólicas con energizantes es una mezcla explosiva. Esto, a raíz de que las personas pierden la noción de los síntomas depresivos que el alcohol normalmente ocasiona en el organismo. Se trata de un “cóctel riesgoso para la salud”.

La experta resaltó que el alcohol es un depresor del sistema nervioso central y las bebidas energizantes, por el contrario, son estimulantes. Por ello es que, las bebidas energizantes enmascaran los síntomas depresores del alcohol y hacen que las personas consuman de una manera engañosa.

Dentro de los componentes que poseen los energizantes sobresalen la cafeína, vitaminas, guaraná y son varias sustancias que se van mezclando para brindar esa característica particular de dar energía al organismo, según detalló a la radio 650 AM.

“Debemos estar preparados para afrontar las complicaciones que pueden darse por esa mezcla. Se desaconseja el consumo de estos productos en personas que están con problemas cardíacos, que sufren de hipertensión, las embarazadas, los diabéticos y los menores de 16 años. Los adolescentes están en una etapa de reconocimiento de los límites que tienen, entonces esos límites fácilmente se van de un extremo a otro, es por eso que desaconsejamos el consumo de esta mezcla”, subrayó.

Por su parte, el médico pediatra Robert Núñez había mencionado que los energizantes son la segunda sustancia más consumida por la franja etaria de entre 13 y 17 años, después del alcohol. Mayormente, los adolescentes consumen por curiosidad, y tres de cada cuatro menores de edad hacen la peligrosa mezcla de ambas sustancias.

Si bien es importante resaltar que esta mezcla no está prohibida (consumo del alcohol solo en mayores de edad), se deben conocer cuáles son los efectos nocivos de la misma en el organismo, de modo a evitar alguna complicación y desgracia que lamentar.

Estrella Roja: el socialismo marciano de Bogdánov

Podemos decir que Aleksándr Bogdánov fue un adelantado a su tiempo. En 1908 publicó Estrella Roja, una entretenida novela de ciencia ficción de inspirada naturaleza marxista, con la que se adelantó casi una década a las traumáticas revoluciones de febrero y octubre de 1917; que desembocaron en la llegada del Partido Bolchevique al poder en Rusia, el fin de 300 años de gobierno de los Románov y el posterior nacimiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Por Gonzalo Cáceres-periodista

Alexander Alexandrovich Bogdánov (1873-1928) fue un revolucionario comunista bielorruso de múltiples talentos: escritor, médico, economista, científico y filósofo, también se formó en psiquiatría. Fundador del Partido Bolchevique, y de influencia significativa en el desarrollo de la teoría marxista en Rusia, ostentó una reconocida militancia política y el estrecho contacto que tuvo con Vladimir Lenin, al tiempo de evidenciar su relación con los más radicales movimientos obreros.

Pese a sus grandes aportes filosóficos, científicos y a las letras, Bogdánov no tuvo la misma repercusión en Occidente que la que sí vieron los monstruos de la literatura rusa como León Tolstói y/o Fiódor Dostoyevski, a razón -principalmente- de las escasas traducciones de sus novelas y otros escritos.

Pero hablemos de Estrella Roja, su principal y más conocido trabajo.

MARCIANOS COMUNISTAS

Estrella Roja aborda una serie de cuestiones políticas que reflejan los debates de la convulsa época en que fue escrita. El libro abraza al socialismo como ideal utópico, la lucha de clases y la revolución como temas de fondo, y una crítica al capitalismo y al papel del individuo en la sociedad socialista.

Precursora de la ciencia-ficción soviética, Estrella Roja se erige como una suerte de ventana por dónde observar el idealismo de la entonces incipiente era de las revoluciones industriales en la lúgubre Rusia de los zares que, tras la eclosión de las revueltas incitadas por los soviets, dio lugar a la redefinición de las clases sociales, lo que concibió una nueva relación con los medios de producción, la ciencia, la tecnología y la literatura.

El libro conjuga dos rasgos fundamentales y necesarios para la literatura de su época y de nuestros días: la imaginación y la utopía, porque además de fungir de testimonio político de su autor, también es considerada por los críticos como una de las primeras novelas sobre exploración espacial.

Bogdánov plasmó su visión de un futuro basado en la concepción de la igualdad social.

La trama se desarrolla en un futuro distante donde la humanidad pegó el salto tecnológico y emprendió la colonización de Marte. La historia sigue el viaje del ingeniero Leonid, quien llega al ‘planeta rojo’ y se sumerge en la sociedad marciana, que difiere significativamente de la que continúa en la Tierra.

La civilización humana en Marte alcanzó un estadio sin división de clases, donde todos sus miembros contribuyen según su capacidad, y reciben según necesiten; un sistema de características propias como ser, la economía planificada, el unipartidismo y la férrea dirección de las relaciones interplanetarias, lo que en la actualidad podemos interpretar como socialismo en la más exorbitante fase.

De forma intrínseca, Bogdánov reflexiona sobre la naturaleza de los humanos y el progreso social, y expone la forma -idealista- en que el socialismo puede transformar las relaciones y crear un mundo sin abusos de las clases dominantes, a priori más justo y equitativo, sin la odiosa brecha económica.

A través de Leonid, el lector atestigua una civilización humana harta de innovaciones con repercusión en el transporte, la generación y suministro de energía (ya trata, por ejemplo, la idea de sustituir los combustibles fósiles por fuentes renovables) y las comunicaciones, y con una medicina tan avanzada que las enfermedades graves son de extrema rareza y la longevidad moneda corriente, con novedosos procedimientos quirúrgicos y de diagnóstico.

Estrella Roja gozó de popularidad luego de plasmarse la Revolución Rusa y con la llegada de las generaciones soviéticas que vivieron los insistentes intentos de la URSS por desarrollarse como potencia mundial (la afamada carrera armamentista y espacial).

A Bogdánov se le reconoce explotar ideas hasta exageradas para su contexto, de ahí su importancia para la literatura universal. Estrella Roja permeó en menor o mayor medida en grandes novelas posteriores como Marte Rojo (1992) de Kim Stanley Robinson, Los Desposeídos (1974) de Ursula K. Le Guin, el Hombre de Marte (1946) de Stanislaw Lem y hasta hay quien asegura que el mismísimo Isaac Asimov se vio influenciado para la serie de la Fundación (1961-1993).

TRÁGICO FINAL

Después de la revolución, Bogdánov se centró en el trabajo en biología y medicina. En 1926 encabezó el primer instituto en el mundo de transfusión de sangre, lo que terminó en su trágico y evitable final.

Bogdánov falleció el 7 de abril de 1928 a raíz de una infección que contrajo tras un fallido experimento médico con transfusiones de sangre (dicen que recibió volúmenes de diferentes jóvenes en un intento de dar pie a su teoría del ‘colectivismo fisiológico’), lo que generó interés y debate a lo largo del tiempo (terminó como ejemplo en las grandes universidades).

Aunque su obra literaria y científica sigue siendo relevante, aquel experimento final y su resultado fatal marcaron su legado.

Etiquetas:

Bolardos en San Lorenzo: protección para ciclistas, dolor de cabeza para automovilistas

San Lorenzo fue escenario de llamativos percances automovilísticos semanas atrás, específicamente en la avenida Victorio Curiel, donde los protagonistas no fueron precisamente los conductores, sino unos bloques de cemento conocidos como “bolardos”, colocados para dividir la bicisenda, pero ¿para qué realmente sirven?

Imprudencia, falta de atención y alta velocidad, los factores que, sobre esta avenida situada en Capilla del Monte causaron los reiterados accidentes donde los bolardos provocaron graves daños materiales.

Los bolardos se encuadran dentro del mobiliario urbano, y son los elementos que sirven para realizar delimitaciones de espacios, ya sean fijos o temporales. Muy útiles para limitar el acceso de vehículos y que los conductores sepan cuando se están aproximando a algo con lo cual, si colisionan, podrían generar accidentes.

Accidente con bolardos en Vittorio Curiel.Accidente con bolardos en Vittorio Curiel.

La Arq. Evelyn Madelaire de la Municipalidad de San Lorenzo explicó que estos delineadores tubulares, bolardos, fueron instalados en esa avenida para lograr una mayor seguridad vial, a fin de que los conductores puedan captar los obstáculos que tienen para circular, en este caso, una bicisenda.

“Los bolardos por definición son elementos que cumplen dos objetivos, en primer lugar, segregar, es decir, dividir lo que es el tránsito vehicular de la bicisenda. Y en segunda instancia, proteger, dar seguridad a los usuarios en mayor situación de vulnerabilidad, en este caso, el ciclista”, expresó durante una entrevista en el canal GEN/Nación Media.

Bolardos de cemento. Foto: Nación MediaBolardos de cemento. Foto: Nación Media

Vittorio Curiel es una avenida urbana que pasa por una zona residencial y una mixta, no es una autopista. La arquitecta indicó que, en ese trayecto, los vehículos circulaban a 80 km/h e incluso más, cuando deberían ir a 40km/h. Ante esto, se colocaron los bolardos.

Sin embargo, la alta velocidad todavía juega una mala pasada a los conductores que circulan por esa zona.

Apenas días después de que se colocaran estas barreras de cemento, dos automóviles atropellaron y destruyeron, no solo sus vehículos, sino también los bolardos hechos de hormigón. Uno circulaba a alta velocidad, el otro intentó adelantarse.

Cabe recordar que, la avenida Vittorio Curiel no es precisamente un trayecto en el que se pueda circular en doble fila, por lo que, insisten en respetar los límites de velocidad permitidos.

Sobre Vittorio Curiel no se puede circular en doble fila. Foto: Nación MediaSobre Vittorio Curiel no se puede circular en doble fila. Foto: Nación Media

¿Cumple o no cumple su función?, estamos viendo que sí cumple su función. Lamentablemente, para ciertos automovilistas, con perjuicio material. Cumple la función de proteger, nosotros no inventamos, no son precisamente necesarios para hacer funcionar una bicisenda, pero se usa”, finalizó Madelaire.

La Municipalidad de San Lorenzo está trabajando en un plan de educación y seguridad vial para que la ciudadanía pueda entender la funcionalidad de los bolardos. Así se buscará evitar que más conductores tengan que lamentar el perjuicio inmenso a sus rodados.