Miércoles de la decimoctava semana del tiempo durante el año

327 – “Mujer, ¡qué fe tan grande tienes! Que se cumplan tus deseos”. Mt 15, 28

 

La mujer cananea es un gran ejemplo de fe y perseverancia en la oración. Aunque todo parecía conspirar contra ella –y que el milagro que necesitaba no estaba en los planes de Dios–, ella supo insistir y humillarse delante de Jesús, hasta que él se dio cuenta de que ella estaba movida por una fe demasiado grande y que no podía continuar sin atenderla. Tampoco nosotros debemos bajar las manos cuando nos parece que nuestras súplicas no son atendidas. La fe verdadera no se intimida en las dificultades, sino que persevera hasta llegar a su meta. Paz y bien.

 

Exaltación de la Santa Cruz

“Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto para que todos los que creen en él tengan Vida eterna”. Jn 3, 14-15


La cruz de Cristo es para todos nosotros el mejor resumen de la historia de la salvación. Por amor, nuestro Señor Jesús entregó su vida por nosotros y, colgado en el madero, derramó su sangre. ¡Oh, cruz bendita, que pusiste en alto al Salvador para que todos puedan ser atraídos por él! ¡Oh, árbol de la vida, que nos das el fruto santísimo que nos devuelve la inmortalidad! Danos, Señor, la gracia de contemplar tu cruz y ser así contagiados con tu amor, que vence nuestros pecados y debilidades. Paz y bien.

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Jueves de la quinta semana de Pascua

- “Permanezcan en mi amor”. Jn 15, 9


Jesús trajo al mundo el amor de Dios y nos amó hasta el extremo, entregando su vida por nosotros. Él nos pide que permanezcamos en su amor; esto es, que no nos alejemos de él, que no cerremos nuestro corazón y que no despreciemos su palabra. Debo, por lo tanto, estar en alerta al amor de Dios en mi vida, cuidarlo para que esta llama de amor que él incendió en mi corazón no se apague por la maldad o por el egoísmo. Permanecer en el amor de Cristo significa ser canal del bien, instrumento de paz y promotor de la verdad y de la justicia. Paz y bien.

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Miércoles de la quinta semana de Pascua

“A las ramas que dan fruto, el Padre las poda para que den más todavía”. Jn 15, 2

Ser podado es siempre una experiencia muy dolorosa. Sin embargo, sabemos que una vid que no es podada va perdiendo su fuerza y va dejando de dar frutos. A veces, nos preguntamos por qué surgen pruebas en nuestra vida si estamos tratando de hacerlo todo bien. Aquí tenemos la respuesta: a quien produce, el Padre poda para que pueda dar aun más frutos. Las pruebas son, por lo tanto, ternura del Viñador que nos cuida y sabe que podemos producir más, que no quiere que nos acomodemos y vayamos perdiendo nuestro vigor. Aunque duela, digamos siempre: gracias, Señor, por las podas. Paz y bien.

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