Miércoles de la segunda semana de Pascua

“Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único”. Jn 3, 16


Son muchas las señales del amor de Dios: la naturaleza con todas sus magníficas manifestaciones, nuestra familia, las personas que nos aman y son capaces de sacrificarse por nosotros, los eventos lindos que nos suceden; pero la prueba más grande de su amor fue enviar a su Hijo único al mundo para enseñarnos el camino de la redención. Aun sabiendo todo lo que los hombres le harían sufrir, Dios no escatimó a su Hijo único porque sabía que en su donación total estaba la única medicina eficaz para sanar la metástasis del pecado en nuestra vida. Esto es amor y no macana. Paz y bien.

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Lunes de la quinta semana de Pascua

“El que me ama será fiel a mi palabra”. Jn 14, 23

Amar a Cristo es mucho más que un sentimiento, es una decisión de seguir su palabra, de buscar vivir la propia vida según sus enseñanzas, aun con las limitaciones que se tienen. No basta decir que lo amo, sentir algo en el corazón al pronunciar su nombre o emocionarse al ver una bella imagen. Es necesario decidirse a servir a los necesitados, comprometerse con la Iglesia, participar en los sacramentos, dar testimonio y rechazar la corrupción, la maldad, el egoísmo. Quien vive en Cristo encuentra el verdadero gusto a la vida y se llena de paz. Paz y bien.

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V Domingo de Pascua (B)

“Yo soy la vid y ustedes las ramas. Si alguien permanece en mí, y yo en él, produce mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada” Jn 15, 5


En este V domingo del tiempo de Pascua la Iglesia nos ofrece el evangelio de la Vid y las ramas.

Esta imagen es muy sencilla y muy conocida. La gente en el tiempo de Jesús estaba muy familiarizada con la vid, con el cuidado que se debería tener, con sus ramas y sus frutos.

Conforme como los apóstoles iban asimilando el gran misterio de la resurrección de Cristo, empezaban a recordar sus enseñanzas y solamente entonces podían comprender la fuerza de sus palabras. A lo mejor cuando escucharon por primera vez esta comparación ni le hicieron mucho caso, pues no entendían muy bien que significaba. Sin embargo, después de la resurrección de Cristo todos los recuerdos se llenaron de una nueva luz. Se les abrieron los ojos y el corazón. Solamente a la luz de la resurrección ellos fueron capaces de entender que significaba estar unido a Cristo y recibir de Él la savia para sus vidas.

Cristo está vivo. Él es el vencedor de todo el mal, hasta de la muerte. Nada ni nadie pueden detenerlo o hacerle daño. Entonces estar unido a él, como los ramos están unidos a la Vid, significa tener la misma vida de Él, y así poder producir en nosotros los mismos frutos que Él produce.

Es más, en nuestro mundo, solamente a través de nosotros Él puede continuar produciendo frutos. Su resurrección, su victoria, su amor, su gracia, su misericordia... pueden continuar dando frutos en la historia humana sólo a través de nuestras manos, de nuestras obras, de nuestra vida.

En el bautismo nosotros fuimos injertados en Cristo. Empezamos a hacer parte de su cuerpo. Nos tornamos una rama de esta gran vid. Y Él espera que cada uno de nosotros pueda expandirse mucho y producir abundante fruto, pues quien no lo hace un día será cortado de la vid y morirá. Para crecer y producir frutos necesitamos recibir la savia. Y cuanto más esta sea abundante tanto más vigorosos seremos. Nosotros podemos recibir la savia de Cristo en la Iglesia, sobre todo en los sacramentos y en la oración. Estos son los medios que Dios eligió para alimentarnos en la fe.

Quien se contenta solamente con una señal de la Cruz, o una pequeña oración distraída, recibe seguramente muy poca savia, a lo mejor lo suficiente para no morir, pero no puede producir frutos. Nadie puede dar lo que no posee. Es la participación frecuente a la eucaristía, la escucha constante de su palabra, la intensa oración como dialogo con Dios, que nos llena de la gracia de Cristo, y hace despuntar en toda nuestra vida, en nuestras sencillas acciones y en nuestras palabras los frutos de Dios.

Esta savia es el Espíritu Santo. Es Él quien nos hace productivos en el bien. (¡Sin mí no pueden hacer nada!)

Es importante darse cuenta que nosotros producimos de acuerdo con lo que consumimos. Quien solo recibe la savia del mundo, a través, por ejemplo, de las músicas, de las telenovelas, de los romances, de los chismes, de las páginas de internet... ciertamente producirá en su vida como fruto el egoísmo, la prepotencia, la mentira, la lujuria... Una persona, por ejemplo, que se llena de rock pesante todo el tiempo, que se divierte con los videos games violentos, que frecuenta ambientes de mucha tensión ... no es difícil de entender porque sea agresivo.

Debemos estar unidos a Cristo, y esto no puede ser solo una idea, o una buena intención. Muy en lo concreto, debemos decir que no sirve querer ser cristiano, pero no tener tiempo para Él. Solo la buena voluntad no hace un campo ser productivo. Nadie vive solo teniendo ganas de comer, sin alimentarse concretamente. Lo mismo pasa con la vida cristiana.

Hermano, es el Señor quien nos invita: “Permanezcan en mí y yo permaneceré en ustedes.” El mundo necesita de los frutos de Dios, y a través de nosotros el Señor los puede producir.

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino.

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Sábado de la cuarta semana de Pascua

“Yo haré todo lo que pidan en mi nombre, para que por el Hijo se manifieste la gloria del Padre”. Jn 14, 13

Jesucristo es el puente perfecto entre nosotros y el Padre. Su misión, viniendo a nosotros, es revelarlo, dar a conocer su amor, su poder y su gloria. Por eso, lo que pedimos al Padre en su nombre tiene mucha fuerza, pues Jesús quiere mostrar la gloria de Dios realizando milagros en nuestra vida. Lastimosamente, muchas veces nuestra fe es tan mezquina que nuestra oración casi no se hace sentir. Con confianza en el poder de Cristo, debemos suplicar incesantemente en su nombre y experimentaremos la gloria de Dios en nuestra existencia. Paz y bien.

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