III Domingo de Pascua (B)

“Dijo Jesús: «Esto estaba escrito: los sufrimientos de Cristo, su resurrección de entre los muertos al tercer día y la predicación que ha de hacerse en su Nombre a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, invitándoles a que se conviertan y sean perdonados de sus pecados. Y ustedes son testigos de todo esto»” Lc 24, 46-48


Queridos hermanos estamos en el tercer domingo de la gran Fiesta de la Pascua y una vez más Cristo resucitado se presenta en nuestras vidas y nos invita a ser testigos de su resurrección.

La resurrección de Cristo era una novedad tan grande para los apóstoles, que al inicio era muy difícil para ellos creer. Aunque el propio Jesús les había intentado preparar, de igual modo era una cosa tan extraordinaria que les parecía un sueño, una fantasía. Fueron necesarias varias apariciones de Jesús y también la ayuda del Espíritu Santo para que los discípulos pudiesen abrir los ojos de la fe y descubrir en la vida particular de cada uno, así como en la comunidad, la fuerza vivificante de esta novedad: la muerte fue vencida.

Pero Jesús fue paciente con ellos. Se presentaba a los apóstoles, les mostraba las manos y el costado, les hablaba de las profecías en las escrituras, compartía en la mesa con ellos... y así despacito, lo que al inicio era un miedo, se transformaba en una contagiante alegría, e iba creando raíces... Los apóstoles empezaron a entender la grandeza de lo que significaba la resurrección de Cristo y también sus consecuencias en sus vidas. Muchas cosas estaban cambiando en sus ideas y proyectos, pues aquel hombre que el mundo creía haber derrotado en la cruz, ahora gozaba de una vida nueva y muy superior a la anterior, pues ya nada le podía hacer mal. El que parecía derrotado, era en verdad el único victorioso.

Su resurrección hacía que cada palabra que él había antes pronunciado, ahora recibiera un nuevo valor. Con su resurrección, por ejemplo: “Amar a los enemigos” encontraba su real sentido, no era un consejo ingenuo, pero sí el camino justo para la victoria, así como, el perdón, la caridad, la amistad, la fidelidad...

Es por eso que los apóstoles en la medida que entendían lo que realmente sucedió con Jesús se trasformaban en sus testigos, sin miedo ni cuidados, pues habían entendido que por la cruz pasaba la victoria sobre el mal, y si alguien los amenazaba, al final, sólo les confirmaba en el camino.

Infelizmente hoy son poco los que meditan en el significado de la resurrección de Cristo y paralizados por el miedo no encuentran el modo de ser sus testigos. Dejemos al Señor entrar en nuestras vidas, dejémoslo hablar a nuestros corazones, para que también nosotros podamos dar testimonio de Él.

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino.

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Lunes de la quinta semana de Pascua

“El que me ama será fiel a mi palabra”. Jn 14, 23

Amar a Cristo es mucho más que un sentimiento, es una decisión de seguir su palabra, de buscar vivir la propia vida según sus enseñanzas, aun con las limitaciones que se tienen. No basta decir que lo amo, sentir algo en el corazón al pronunciar su nombre o emocionarse al ver una bella imagen. Es necesario decidirse a servir a los necesitados, comprometerse con la Iglesia, participar en los sacramentos, dar testimonio y rechazar la corrupción, la maldad, el egoísmo. Quien vive en Cristo encuentra el verdadero gusto a la vida y se llena de paz. Paz y bien.

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V Domingo de Pascua (B)

“Yo soy la vid y ustedes las ramas. Si alguien permanece en mí, y yo en él, produce mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada” Jn 15, 5


En este V domingo del tiempo de Pascua la Iglesia nos ofrece el evangelio de la Vid y las ramas.

Esta imagen es muy sencilla y muy conocida. La gente en el tiempo de Jesús estaba muy familiarizada con la vid, con el cuidado que se debería tener, con sus ramas y sus frutos.

Conforme como los apóstoles iban asimilando el gran misterio de la resurrección de Cristo, empezaban a recordar sus enseñanzas y solamente entonces podían comprender la fuerza de sus palabras. A lo mejor cuando escucharon por primera vez esta comparación ni le hicieron mucho caso, pues no entendían muy bien que significaba. Sin embargo, después de la resurrección de Cristo todos los recuerdos se llenaron de una nueva luz. Se les abrieron los ojos y el corazón. Solamente a la luz de la resurrección ellos fueron capaces de entender que significaba estar unido a Cristo y recibir de Él la savia para sus vidas.

Cristo está vivo. Él es el vencedor de todo el mal, hasta de la muerte. Nada ni nadie pueden detenerlo o hacerle daño. Entonces estar unido a él, como los ramos están unidos a la Vid, significa tener la misma vida de Él, y así poder producir en nosotros los mismos frutos que Él produce.

Es más, en nuestro mundo, solamente a través de nosotros Él puede continuar produciendo frutos. Su resurrección, su victoria, su amor, su gracia, su misericordia... pueden continuar dando frutos en la historia humana sólo a través de nuestras manos, de nuestras obras, de nuestra vida.

En el bautismo nosotros fuimos injertados en Cristo. Empezamos a hacer parte de su cuerpo. Nos tornamos una rama de esta gran vid. Y Él espera que cada uno de nosotros pueda expandirse mucho y producir abundante fruto, pues quien no lo hace un día será cortado de la vid y morirá. Para crecer y producir frutos necesitamos recibir la savia. Y cuanto más esta sea abundante tanto más vigorosos seremos. Nosotros podemos recibir la savia de Cristo en la Iglesia, sobre todo en los sacramentos y en la oración. Estos son los medios que Dios eligió para alimentarnos en la fe.

Quien se contenta solamente con una señal de la Cruz, o una pequeña oración distraída, recibe seguramente muy poca savia, a lo mejor lo suficiente para no morir, pero no puede producir frutos. Nadie puede dar lo que no posee. Es la participación frecuente a la eucaristía, la escucha constante de su palabra, la intensa oración como dialogo con Dios, que nos llena de la gracia de Cristo, y hace despuntar en toda nuestra vida, en nuestras sencillas acciones y en nuestras palabras los frutos de Dios.

Esta savia es el Espíritu Santo. Es Él quien nos hace productivos en el bien. (¡Sin mí no pueden hacer nada!)

Es importante darse cuenta que nosotros producimos de acuerdo con lo que consumimos. Quien solo recibe la savia del mundo, a través, por ejemplo, de las músicas, de las telenovelas, de los romances, de los chismes, de las páginas de internet... ciertamente producirá en su vida como fruto el egoísmo, la prepotencia, la mentira, la lujuria... Una persona, por ejemplo, que se llena de rock pesante todo el tiempo, que se divierte con los videos games violentos, que frecuenta ambientes de mucha tensión ... no es difícil de entender porque sea agresivo.

Debemos estar unidos a Cristo, y esto no puede ser solo una idea, o una buena intención. Muy en lo concreto, debemos decir que no sirve querer ser cristiano, pero no tener tiempo para Él. Solo la buena voluntad no hace un campo ser productivo. Nadie vive solo teniendo ganas de comer, sin alimentarse concretamente. Lo mismo pasa con la vida cristiana.

Hermano, es el Señor quien nos invita: “Permanezcan en mí y yo permaneceré en ustedes.” El mundo necesita de los frutos de Dios, y a través de nosotros el Señor los puede producir.

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino.

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Sábado de la cuarta semana de Pascua

“Yo haré todo lo que pidan en mi nombre, para que por el Hijo se manifieste la gloria del Padre”. Jn 14, 13

Jesucristo es el puente perfecto entre nosotros y el Padre. Su misión, viniendo a nosotros, es revelarlo, dar a conocer su amor, su poder y su gloria. Por eso, lo que pedimos al Padre en su nombre tiene mucha fuerza, pues Jesús quiere mostrar la gloria de Dios realizando milagros en nuestra vida. Lastimosamente, muchas veces nuestra fe es tan mezquina que nuestra oración casi no se hace sentir. Con confianza en el poder de Cristo, debemos suplicar incesantemente en su nombre y experimentaremos la gloria de Dios en nuestra existencia. Paz y bien.

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