Solemnidad de la Santísima Trinidad

“Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos, en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” Mt 28, 19

Este domingo la Iglesia nos invita a celebrar el misterio de la Santísima Trinidad.

En verdad todas las celebraciones cristianas son profundamente marcadas por la Santísima Trinidad. La oración cristiana, principalmente en sus fuentes más antiguas, era siempre hecha al Padre, por Cristo y en el Espíritu Santo. De hecho, en el primer milenio de la Iglesia no se pensaba en hacer una fiesta para la Trinidad, pues todos sabían que cualquier oración de la Iglesia era siempre para glorificarla.

La Trinidad es el misterio fundamental de nuestra fe y por eso no puede haber un auténtico cristiano que no crea a la Santísima Trinidad. Desde nuestro bautismo, nosotros fuimos sumergidos en este misterio, y ahora “vivimos, nos movemos y existimos” en él.

El misterio de nuestra vida está íntimamente conectado al misterio de Dios, pues en el bautismo Dios Padre nos adoptó como sus hijos, tocó nuestros corazones con el fuego de su amor y se dispuso a sanar nuestras heridas en las llagas de Cristo.

La fe en el Dios Uno y Trino que opera en el mundo y en nuestras vidas es el motor de la Iglesia de Cristo, y debería ser también el motor de nuestras vidas. Por eso debemos buscar siempre más profundizar nuestro conocimiento y también la experiencia de este misterio.

Alguien podría decir: ¿”pero si es un misterio, como podemos conocerlo?” Ya otras veces hemos explicado el sentido cristiano de la palabra misterio: es alguna cosa que podemos conocer, pero jamás completamente. Por ejemplo, cuando decimos que el hombre es un misterio, no estamos diciendo que no podemos conocer nada sobre él, pero sí que nunca podremos decir que ya sabemos todo. Lo mismo es el misterio de la Trinidad. Ya se escribieron muchos libros sobre esto, pero es un misterio que siempre nos supera, siempre se puede encontrar novedades.

Nosotros creemos que Dios es Uno. Somos una religión monoteísta, como también los judíos y los musulmanes. Esto significa que no creemos, como los antiguos griegos, que existan varios dioses, cada uno con sus particularidades, sus ideas y proyectos (lo que muchas veces genera conflictos entre las divinidades). Creemos que Dios es único. Que todas las cosas fueron creadas por él y dependen de él. Que él es perfectísimo, omnipotente, omnisciente y omnipresente. Y estas características solo pueden ser de uno sólo. No puede haber dos omnipotentes. Sería un absurdo.

Con todo, aun siendo Uno, nuestro Dios no es solitario. Nuestro Dios único es una comunidad. Un solo Dios en tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En esto está el misterio del nuestro Dios. Él es Trinidad, Comunidad perfecta: modelo de unidad. Jamás el Hijo revelará alguna cosa diferente de lo que piensa el Padre, ni lo Espíritu Santo inspirará algo diverso de lo que dijo y enseñó el Cristo. Los tres, en completa unidad y en perfecta armonía, actúan en nuestras vidas para llevarnos a la plenitud de nuestra existencia, a vivir en la cotidianidad la vida divina.

Cada día el Padre nos “recrea de nuevo” a través de su Palabra (Cristo) e infla en nosotros su Soplo de vida (el Espíritu Santo).

Cada día él nos llama a una vida nueva y nos inspira hacia el bien.

Abrirnos a la acción de la Trinidad es el gran ideal de la vida cristiana. Acogiéndola en su Misterio y permitiendo que Ella continúe modelándonos a su imagen. Pues solamente seremos verdaderamente felices, cuando con nuestras vidas, con nuestros gestos, con nuestras palabras, con nuestros deseos... seamos señal de la gloria del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino.

Etiquetas:

XI Domingo del Tiempo Ordinario (B)

“El reino de Dios se parece a un hombre que echa semiente en la tierra. Él duerme de noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo” Mc 4, 26-27

En el evangelio que la Iglesia nos regala este domingo, descubrimos a Jesús que quiere explicarnos, en un modo muy sencillo que es el Reino de Dios. Aun hablando de cosas tan profundas, Jesús que es un perfecto comunicador, consigue explicar con un lenguaje del cotidiano el misterio de su reino.

Hoy a través de la ciencia algunas personas ya conocen todos los mecanismos que hacen crecer una semilla. Al contrario, la mayor parte de los campesinos no saben explicar este proceso, pero saben exactamente lo que tienen que hacer para que ello suceda.

Lo más importante para el Reino de Dios no es saber todas las cosas, conocer todos los mecanismos, ser un gran científico. Lo más importante es confiar que poniendo una semilla en la tierra y dándole agua, ella va a crecer y producir frutos.

Cuando hacemos un bien, cuando realizamos una obra de caridad, cuando oramos, cuando perdonamos a alguien, cuando acogemos y respetamos a los demás como personas, entonces somos como el agricultor que está colocando la semilla en la tierra, y en esto misteriosamente va haciendo crecer el reino de Dios.

Es inútil conocer toda la fisiología del brazo, ser un especialista de los músculos, saber explicar en detalles todos sus movimientos y no ser capaz de dar un abrazo.

Es inútil tener lindos discursos pacifistas, colocar la bandera de la paz en la ventana, participar en marchas contra las guerras y no ser capaz de perdonar a quien te hizo una ofensa.

Es inútil saber hablar de solidaridad internacional, hacer lindos proyectos para ayudar a los niños carentes, y no ser capaz de renunciar a una cosa tuya para darle a quien la necesita más que tú.

El Reino de Dios no crece con teorías. El Reino de Dios crece con la semilla echada en la tierra. Crece en la noche.

A veces ante un problema, nos desesperamos, queremos entender todo, queremos resolver primero en nuestras mentes y acabamos no haciendo nada. Parece que la sugerencia de Jesús es otra: antes que nada, buscar hacer el bien, una oración, una buena palabra, un abrazo y mucha confianza, pues sin que sepamos Dios hará germinar la solución. Es inútil angustiarnos con lo que nos supera. Debemos hacer lo que podemos: “colocar la semilla”, el resto Dios lo hará.

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino.

Etiquetas:

Sábado de la décima semana del tiempo durante el año

“Que la palabra de ustedes sea sí, sí; y no, no”. Mt 5, 37


En nuestros días, parece que la palabra ya está muy gastada. Casi no tiene fuerza. Decimos algo ahora y en seguida creemos que ya podemos decir completamente lo contrario, como si nada. Sin embargo, esta no es la propuesta de Jesús. Para él, nuestra palabra debe ser verdadera y debemos honrarla, aunque nos cueste. Debo pensar y calcular antes de hablar, pero una vez que hablé, debo ser consecuente con lo dicho.Esta es la base de una verdadera relación: respetar la palabra dada. Hay que empezar. Al inicio será más difícil, pero de a poco nos habituaremos a la sinceridad. Paz y bien.

Etiquetas:

Viernes de la décima semana del tiempo durante el año

“Si tu ojo derecho te lleva a pecar, sácatelo y tíralo lejos de ti”. Mt 5, 29

¿Qué quiere decir el Señor con este consejo? Los pecados que hago con el ojo derecho, muy bien puedo hacerlo también con el izquierdo. Ciertamente Él no está queriendo que nos mutilemos. Se refiere a que, cuando identificamos la situación que nos lleva a caer, debemos hacer lo máximo posible para evitarla. Debo escapar de las ocasiones de pecado, aunque sea algo tan doloroso como arrancarme un ojo o cortarme una mano. Si consigo hacer esto, es decir, consigo tener las riendas de mi vida en mis manos, no seré víctima de mis debilidades. Paz y bien.

Etiquetas: