Martes de la tercera semana de Adviento

022 – «El hijo le respondió: “No quiero”, pero luego se arrepintió y fue”». Mt 21, 29
Para Dios, lo que cuenta no es el pecado que haya cometido, aunque muy grave, sino el
arrepentimiento y el cambio de actitud. En su infinito amor, Él quiere perdonar a todos los
pecadores, pues su deseo es que recapaciten y empiecen a trabajar en su viña. Para Él,
vale más una persona que, aun con muchos pecados, decide volver a vivir en santidad,
que una persona que de palabra siempre se compromete a hacer el bien y está siempre
por la iglesia, pero que, efectivamente, no vive la propuesta de Jesús. Aún hay tiempo
para arrepentirse. Hoy se nos invita a la conversión. Paz y bien.

Martes de la octava semana del tiempo durante el año

“Ninguno que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o campos por mi causa y por el Evangelio quedará sin recompensa”. Mc 10, 29


En el misterio de la fe, una de las verdades de gran importancia es que Dios no se deja vencer en generosidad. Nadie puede decir que dio mucho más de lo que recibió de Él. Cuando yo confío en el Señor y generosamente entrego mis capacidades, mi tiempo y hasta mis bienes, Dios siempre me los devuelve con creces. Ciertamente, no faltan persecuciones o situaciones difíciles en el camino del Señor, pero él no deja de recompensar el bien que hacemos. Si los hombres no reconocen nuestra donación, tanto mejor, Dios lo hará. Paz y bien.

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Lunes de la octava semana del tiempo durante el año

“¡Qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!”. Mc 10, 23


El dinero ejerce un encanto tal sobre las personas que muchas veces las dejan ciegas o les dan la ilusión de ser omnipotentes, generando personas perversas e inescrupulosas. Son muchos los que creen que pueden conseguir todo con la plata y por esto lo que más anhelan es acumular lo máximo posible. Sin embargo, lo que da sentido a la vida, lo que nos hace plenos y felices no son las posesiones materiales sino el encuentro con Dios, el experimentar su amor y el escuchar su voz. ¡Pruébalo! Paz y bien.

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Solemnidad de la Santísima Trinidad

“Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos, en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” Mt 28, 19

Este domingo la Iglesia nos invita a celebrar el misterio de la Santísima Trinidad.

En verdad todas las celebraciones cristianas son profundamente marcadas por la Santísima Trinidad. La oración cristiana, principalmente en sus fuentes más antiguas, era siempre hecha al Padre, por Cristo y en el Espíritu Santo. De hecho, en el primer milenio de la Iglesia no se pensaba en hacer una fiesta para la Trinidad, pues todos sabían que cualquier oración de la Iglesia era siempre para glorificarla.

La Trinidad es el misterio fundamental de nuestra fe y por eso no puede haber un auténtico cristiano que no crea a la Santísima Trinidad. Desde nuestro bautismo, nosotros fuimos sumergidos en este misterio, y ahora “vivimos, nos movemos y existimos” en él.

El misterio de nuestra vida está íntimamente conectado al misterio de Dios, pues en el bautismo Dios Padre nos adoptó como sus hijos, tocó nuestros corazones con el fuego de su amor y se dispuso a sanar nuestras heridas en las llagas de Cristo.

La fe en el Dios Uno y Trino que opera en el mundo y en nuestras vidas es el motor de la Iglesia de Cristo, y debería ser también el motor de nuestras vidas. Por eso debemos buscar siempre más profundizar nuestro conocimiento y también la experiencia de este misterio.

Alguien podría decir: ¿”pero si es un misterio, como podemos conocerlo?” Ya otras veces hemos explicado el sentido cristiano de la palabra misterio: es alguna cosa que podemos conocer, pero jamás completamente. Por ejemplo, cuando decimos que el hombre es un misterio, no estamos diciendo que no podemos conocer nada sobre él, pero sí que nunca podremos decir que ya sabemos todo. Lo mismo es el misterio de la Trinidad. Ya se escribieron muchos libros sobre esto, pero es un misterio que siempre nos supera, siempre se puede encontrar novedades.

Nosotros creemos que Dios es Uno. Somos una religión monoteísta, como también los judíos y los musulmanes. Esto significa que no creemos, como los antiguos griegos, que existan varios dioses, cada uno con sus particularidades, sus ideas y proyectos (lo que muchas veces genera conflictos entre las divinidades). Creemos que Dios es único. Que todas las cosas fueron creadas por él y dependen de él. Que él es perfectísimo, omnipotente, omnisciente y omnipresente. Y estas características solo pueden ser de uno sólo. No puede haber dos omnipotentes. Sería un absurdo.

Con todo, aun siendo Uno, nuestro Dios no es solitario. Nuestro Dios único es una comunidad. Un solo Dios en tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En esto está el misterio del nuestro Dios. Él es Trinidad, Comunidad perfecta: modelo de unidad. Jamás el Hijo revelará alguna cosa diferente de lo que piensa el Padre, ni lo Espíritu Santo inspirará algo diverso de lo que dijo y enseñó el Cristo. Los tres, en completa unidad y en perfecta armonía, actúan en nuestras vidas para llevarnos a la plenitud de nuestra existencia, a vivir en la cotidianidad la vida divina.

Cada día el Padre nos “recrea de nuevo” a través de su Palabra (Cristo) e infla en nosotros su Soplo de vida (el Espíritu Santo).

Cada día él nos llama a una vida nueva y nos inspira hacia el bien.

Abrirnos a la acción de la Trinidad es el gran ideal de la vida cristiana. Acogiéndola en su Misterio y permitiendo que Ella continúe modelándonos a su imagen. Pues solamente seremos verdaderamente felices, cuando con nuestras vidas, con nuestros gestos, con nuestras palabras, con nuestros deseos... seamos señal de la gloria del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino.

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