Viernes de la vigesimocuarta semana del tiempo durante el año

383 – “Los doce acompañaban a Jesús juntamente con algunas mujeres”. Lc 8, 1-2
Esta frase nos revela algo muy importante: había también algunas señoras que eran
seguidoras de Jesús y que lo apoyaban. Sin dudas, la historia de la salvación está muy
marcada por muchas mujeres que fueron grandes colaboradoras de Dios. También
nuestra Iglesia siempre fue sostenida por la dedicación de tantas santas. Pero, muchas veces, a causa del machismo, ellas se quedan relegadas a un plano inferior. Más allá de las ideologías que puedan estar de moda, es muy importante entender el plan de Dios para la redención integral del género humano y la misión que el Señor tiene reservada para las mujeres. Paz y bien.

Solemnidad de la Santísima Trinidad

“Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos, en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” Mt 28, 19

Este domingo la Iglesia nos invita a celebrar el misterio de la Santísima Trinidad.

En verdad todas las celebraciones cristianas son profundamente marcadas por la Santísima Trinidad. La oración cristiana, principalmente en sus fuentes más antiguas, era siempre hecha al Padre, por Cristo y en el Espíritu Santo. De hecho, en el primer milenio de la Iglesia no se pensaba en hacer una fiesta para la Trinidad, pues todos sabían que cualquier oración de la Iglesia era siempre para glorificarla.

La Trinidad es el misterio fundamental de nuestra fe y por eso no puede haber un auténtico cristiano que no crea a la Santísima Trinidad. Desde nuestro bautismo, nosotros fuimos sumergidos en este misterio, y ahora “vivimos, nos movemos y existimos” en él.

El misterio de nuestra vida está íntimamente conectado al misterio de Dios, pues en el bautismo Dios Padre nos adoptó como sus hijos, tocó nuestros corazones con el fuego de su amor y se dispuso a sanar nuestras heridas en las llagas de Cristo.

La fe en el Dios Uno y Trino que opera en el mundo y en nuestras vidas es el motor de la Iglesia de Cristo, y debería ser también el motor de nuestras vidas. Por eso debemos buscar siempre más profundizar nuestro conocimiento y también la experiencia de este misterio.

Alguien podría decir: ¿”pero si es un misterio, como podemos conocerlo?” Ya otras veces hemos explicado el sentido cristiano de la palabra misterio: es alguna cosa que podemos conocer, pero jamás completamente. Por ejemplo, cuando decimos que el hombre es un misterio, no estamos diciendo que no podemos conocer nada sobre él, pero sí que nunca podremos decir que ya sabemos todo. Lo mismo es el misterio de la Trinidad. Ya se escribieron muchos libros sobre esto, pero es un misterio que siempre nos supera, siempre se puede encontrar novedades.

Nosotros creemos que Dios es Uno. Somos una religión monoteísta, como también los judíos y los musulmanes. Esto significa que no creemos, como los antiguos griegos, que existan varios dioses, cada uno con sus particularidades, sus ideas y proyectos (lo que muchas veces genera conflictos entre las divinidades). Creemos que Dios es único. Que todas las cosas fueron creadas por él y dependen de él. Que él es perfectísimo, omnipotente, omnisciente y omnipresente. Y estas características solo pueden ser de uno sólo. No puede haber dos omnipotentes. Sería un absurdo.

Con todo, aun siendo Uno, nuestro Dios no es solitario. Nuestro Dios único es una comunidad. Un solo Dios en tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En esto está el misterio del nuestro Dios. Él es Trinidad, Comunidad perfecta: modelo de unidad. Jamás el Hijo revelará alguna cosa diferente de lo que piensa el Padre, ni lo Espíritu Santo inspirará algo diverso de lo que dijo y enseñó el Cristo. Los tres, en completa unidad y en perfecta armonía, actúan en nuestras vidas para llevarnos a la plenitud de nuestra existencia, a vivir en la cotidianidad la vida divina.

Cada día el Padre nos “recrea de nuevo” a través de su Palabra (Cristo) e infla en nosotros su Soplo de vida (el Espíritu Santo).

Cada día él nos llama a una vida nueva y nos inspira hacia el bien.

Abrirnos a la acción de la Trinidad es el gran ideal de la vida cristiana. Acogiéndola en su Misterio y permitiendo que Ella continúe modelándonos a su imagen. Pues solamente seremos verdaderamente felices, cuando con nuestras vidas, con nuestros gestos, con nuestras palabras, con nuestros deseos... seamos señal de la gloria del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino.

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Sábado de la séptima semana del tiempo durante el año

“Quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”. Mc 10, 15


Jesús siempre dio una atención especial a los niños y muchas veces nos propone valores para la vida cristiana inspirados en esos pequeños inocentes. En efecto, hay que tener un corazón de niño, sin prejuicios, maldades, hipocresía y rencores para poder recibir la novedad que nos trae el Reino de Dios. Solo podemos llenarnos del cielo cuando nos vaciamos de las cosas del mundo. Los que ya están cómodamente estructurados o petrificados por los bienes materiales o enceguecidos en la búsqueda del poder y del placer difícilmente se darán cuenta de la llegada de Dios a su vida. Paz y bien.

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Viernes de la séptima semana del tiempo durante el año

“Ya no son dos, sino una carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. Mc 10, 8-9


El ideal de la vida matrimonial es la unión entre un hombre y una mujer para toda la vida. Por el bien de la pareja y también de los hijos, el matrimonio debe ser conservado, aun pasando por tantas pruebas. El divorcio o la separación nunca deberían ser la primera alternativa en una crisis matrimonial. Ambos esposos deben estar predispuestos a buscar la unidad para conservar la obra de Dios, perdonándose y ayudándose a mejorar cada día. Quizás uno de los secretos más eficaces para conservar la unidad es la oración conjunta y diaria de los esposos. Paz y bien.

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