XXIV Domingo del Tiempo Ordinario (C)

“Tu hermano está de vuelta y tu padre mandó matar el ternero gordo, por haberlo recobrado con buena salud. Entonces el hijo mayor se enojó y no quiso entrar en la fiesta” Lc 15, 27-28

La Iglesia nos propone para este domingo las tres parábolas del capítulo 15 de Lucas, que nos enseñan hasta qué punto llega la misericordia del corazón de Dios-Padre. En los años anteriores cuando ya encontramos este evangelio hemos meditado justamente sobre esta capacidad infinita de perdonar de Dios que supera todos nuestros parámetros. Hoy queremos meditar sobre otro aspecto, el cuanto nos cuesta ser misericordiosos con nuestros hermanos. De hecho, al final de este evangelio Jesús nos habla del enojo del hermano mayor con la actitud misericordiosa del Padre. Por hermanos entendemos no solo los hermanos de sangre como también los miembros de una comunidad religiosa, o hasta colegas y amigos de un determinado grupo social.

El hecho es que, desde del inicio del mundo la relación entre hermanos fue siempre marcada por el conflicto, por los celos, por la disputa de poder y privilegios. Ya los dos primeros hermanos que existieron (Caín y Abel) uno mató el otro. Aun encontramos que Jacob robó la bendición de la primogenitura a su hermano Esaú y quedó con todos los derechos que no le correspondían. También los hermanos de José lo querían matar a causa de los celos, pero al final lo vendieron como esclavo. Y los ejemplos podrían aun continuar…

La relación entre un hombre y una mujer es sostenida por el deseo, por el amor… los dos sienten necesidad entre sí para completarse. La relación entre el padre (o la madre) y el hijo es estimulada del hecho que los hijos son en un cierto modo una prolongación de uno mismo. Sin embargo, entre hermanos no tenemos una motivación natural que nos una. Al contrario, un hermano generalmente lo sentimos como una amenaza. Es alguien que llega para robarnos la atención, el afecto, el espacio… Basta recordar los celos de los niños cuando les nace un nuevo hermanito. Son los padres que deben enseñar a respectar, a compartir y a amar a los hermanos. Aun así, al final siempre se queda algo: siempre tenemos algo que reclamar con nuestros padres en relación a nuestros hermanos: a veces nos parece que prefieren al otro y que a él siempre hacen más.

Es muy común que después que los padres se vayan, empiecen a crecer muchas diferencias entre hermanos. La repartición de los bienes en general es muy problemática y fuente de muchas luchas y divisiones. Como el hijo mayor de la parábola, gritamos siempre por justicia y queremos impedir que nuestros padres sean misericordiosos con nuestros hermanos. Como el hijo mayor, esperamos que el padre castigue nuestro hermano delante de nosotros, que le llame la atención, que le trate con dureza. 

Cada hijo, en la intimidad, siempre cree que tendría más derecho que los otros, y hasta sería capaz de dar muchas razones para esto. Con todo, lo que secretamente nos mueve son estos celos, es nuestra inseguridad, es nuestra rabia por no ser únicos en el mundo. Reconocer al otro y tener que compartir con él la vida, los afectos, los bienes… es siempre un gran desafío.

Es justamente esta relación entre hermanos que necesita ser iluminada y transformada por el evangelio. Jesús vino al mundo para proponernos un nuevo modo de ser hermano. Al contrario de Caín que mató su hermano, Jesús vino para dar su vida por sus hermanos.

 

Él es el hermano, el primogénito, que libre de cualquier celo y de envidia quiso (y quiere) solamente el bien para sus hermanos; que envés de pedir al padre que haga justicia con nosotros, aceptó de pagar nuestra deuda cargando la cruz; que envés de querer la herencia toda solo para si, está buscando siempre nuevos hermanos con quien compartirla; que siendo el primogénito envés de querer que todos lo sirvan, prefiere lavar los pies de sus hermanos; que envés de enojarse con la fiesta que el padre hace por cada hijo que retorna a su casa, ofrece su propia carne para el banquete …

Este es el único modo de cambiar el mundo: aprender a ser hermano como y con Jesús.

Debemos descubrir y reconocer que dentro de cada uno de nosotros naturalmente existe un Caín siempre dispuesto a asesinar a quien nos hace sombra, a quien tiene algo mejor que nosotros, a quien nos roba la cena, o quien juzgamos que haya cometido algún pecado… Este Caín necesita ser combatido y transformado en Cristo, listo para servir, para amar, para perdonar y hasta para dar la vida por el hermano. Santos como Francisco de Asís, Vicente de Paúl, Teresa de Calcuta… lo consiguieron. Ellos vivieron una nueva relación con sus hermanos. También nosotros podemos hacerlo. La eucaristía de cada domingo debe ayudarnos en este proceso de Cristificación.

 

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

Hno Mariosvaldo Florentino, capuchino.

 

“Ele lhe explicou: Voltou teu irmão. E teu pai mandou matar um novilho gordo, porque o reencontrou são e salvo. Encolerizou-se ele e não queria entrar,” Lc 15, 27-28

 

A Igreja nos propõe para este domingo as três parábolas do capítulo 15 de são Lucas, que nos ensinam até que ponto chega a misericórdia do coração de Deus Pai. Nos anos anteriores, quando já encontramos este evangelho, meditamos justamente sobre esta capacidade infinita de perdoar de Deus que supera todos os parâmetros. Hoje queremos meditar sobre outro aspecto: quanto nos custa ser misericordiosos com nossos irmãos. De fato, no final do Evangelho, Jesus nos fala da raiva do irmão mais velho com a atitude de misericórdia do Pai. Por irmãos entendemos não somente os irmãos de sangue, como também os membros de uma comunidade religiosa, ou até mesmo colegas e amigos de um determinado grupo social.

O fato é que desde o início do mundo a relação entre os irmãos foi marcada pelo conflito, pelos ciúmes, pela disputa de privilégios. Já os dois primeiros irmãos que existiram (Caim e Abel) viveram uma história de fratricídio. Ainda existe a história de Jacó que roubou a benção de primogenitura de seu irmão Esaú e ficou com todos os direitos que não lhe correspondiam. Também os irmãos de José o queriam matar por causa dos ciúmes, mas ao final o venderam como escravo. E os exemplos poderiam se multiplicar…

            A relação entre um homem e uma mulher é sustentada pelo desejo, pelo amor… os dois sentem necessidade recíproca de se completarem. A relação entre o pai (ou a mãe) e o filho é estimulada pelo fato que os filhos são de algum modo um prolongamento da própria existência. Contudo, entre os irmãos não há uma motivação natural que nos una. Pelo contrário, um irmão geralmente é sentido como uma ameaça. É alguém que chega para nos roubar a atenção, o afeto, o espaço… Basta recordar os ciúmes das crianças quando nasce um novo irmãozinho. São os pais que devem ensinar a respeitar, a partilhar e a amar aos irmão. Mesmo assim, no final sempre permanece algo: sempre temos algo do que reclamar com nossos pais em relação a nossos irmãos. Algumas vezes parece que eles preferem o outro e que para ele sempre fazem mais.

            É muito comum depois que os pais se vão, começarem a crescer as diferenças entre os irmãos. A divisão dos bens em geral é muito problemática e fonte de muitas lutas e divisões. Como o filho mais velho da parábola, gritamos sempre por justiça e queremos impedir nossos pais de serem misericordiosos com nossos irmãos. Como o filho maior, esperamos que o pai castigue nossos irmãos diante de nós, que chame a atenção deles, que os trate com dureza.

Cada filho, no íntimo, sempre acredita que teria mais direito que os outros e até seria capaz de dar muitas razões para isso. Contudo, o que secretamente nos move são estes ciúmes, é nossa insegurança, é nossa raiva por não sermos únicos no mundo. Reconhecer o outro e ter que partilhar come ele a vida, os afetos, os bens… é sempre um grande desafio.

É justamente esta relação entre os irmãos que necessita ser iluminada e transformada pelo evangelho. Jesus veio para dar sua vida pelos irmãos.

 

Ele é o irmão, o primogênito, que livre de qualquer ciúme e inveja quis (e quer) somente o bem para seus irmãos; que ao invés de querer a herança toda para si, está buscando sempre novos irmãos com os quais partilhar; que sendo o primogênito não quis ser servido, mas preferiu lavar os pés dos irmãos; que ao invés de se enraivecer com a festa que o pai faz por cada filho que retorna à casa, oferece sua própria carne para o banquete…

Este é o único modo de mudar o mundo: aprender a ser irmão como e com Jesus.

Devemos descobrir e reconhecer que dentro de cada um de nós naturalmente existe um Caim, sempre disposto a assassinar a quem nos faz sombra, a quem tem algo melhor que nós, a quem nos rouba a cena, ou quem julgamos que tenha cometido algum pecado… Este Caim necessitar ser combatido e transformado em Cristo, isto é, pronto para servir, para amar, para perdoar e até mesmo para dar a vida por seu irmão. Santos como Francisco de Assis, Vicente de Paula, Teresa de Calcutá… conseguiram. Eles viveram uma nova relação com seus irmãos. Também nós podemos fazê-lo. A Eucaristia de cada domingo deve nos ajudar neste processo de cristificação.

 

Que o Senhor vos abençoe e vos guarde.

Que o Senhor mostre a sua face e vos seja favorável!

Que o Senhor volva o seu rosto misericordioso e vos de a paz.

 

F

rei Mariosvaldo Florentino, capuchinho.

 

 

 

“E’ tornato tuo fratello e tuo padre ha fatto ammazzare il vitello grasso, perché lo ha riavuto sano e salvo. Allora il figlio maggiore si arrabbiò e non voleva entrare alla festa.” Lc 15, 27-28

 

La Chiesa ci propone in questa domenica le tre parabole del cap.15 del vangelo di Luca che c’insegnano fino a che punto arriva la misericordia del cuore di Dio Padre. Negli anni antecedenti, quando abbiamo già trovato questa parte del vangelo, abbiamo meditato giustamente su questa capacità infinita di perdonare che possiede Dio e che supera tutti i nostri parametri. Oggi vogliamo meditare su un altro aspetto: il quanto ci costa essere misericordiosi con i nostri fratelli. In realtà alla fine di questo vangelo Gesù ci parla della collera del fratello maggiore contro l’atteggiamento misericordioso del Padre. Per fratelli intendiamo non solo i fratelli di sangue ma anche i membri di una comunità religiosa e i colleghi ed amici di un determinato gruppo sociale.

Il fatto è che già dall’inizio della creazione del mondo, la relazione tra fratelli è stata sempre segnata dai  conflitti che hanno a che fare con  la gelosia, con la disputa di potere e privilegi. Già i due primi fratelli  esistiti, Caino e Abele, erano in conflitto: uno ammazzò l’altro. Allo steso modo troviamo Giacobbe che rubò la benedizione della primogenitura a suo fratello Esaú e godette di tutti i diritti che non gli corrispondevano.   Anche i fratelli di Giuseppe, lo volevano ammazzare a causa della gelosia, ma alla fine lo vendettero come schiavo. E gli esempi potrebbero continuare ancora…

La relazione tra un uomo ed una donna è sostenuta dal desiderio, dall’amore… i due sentono la necessità di completarsi a vicenda. La relazione tra il padre  (la madre) ed il figlio è stimolata dal fatto che i figli sono in un certo modo un prolungamento di se stessi. Tuttavia tra fratelli non abbiamo una propensione naturale. Al contrario, un fratello lo sentiamo generalmente come una minaccia. È qualcuno che arriva per rubarci l’attenzione, l’affetto, lo spazio. … È sufficiente ricordare la gelosia dei bambini quando nasce loro un nuovo fratello. Sono i genitori che devono insegnare a rispettare, a condividere ed ad amare i fratelli.  Ma anche così, alla fine, abbiamo sempre da dire qualcosa: abbiamo sempre qualcosa da reclamare coi nostri genitori in relazione ai nostri fratelli e a volte ci sembra che preferiscano l’altro e che a lui facciano sempre più cose.

È molto comune che dopo che i genitori scompaiono, tra fratelli comincino a crescere molte differenze. La ripartizione dei beni, in generale, è molto problematica e fonte di molte lotte e divisioni.

Come il figlio maggiore della parabola, esigiamo sempre giustizia e vogliamo ostacolare i nostri genitori ad essere misericordiosi con i nostri fratelli. Come il figlio maggiore, speriamo che il padre punisca il nostro fratello davanti a noi, che lo richiami e che lo tratti con durezza. 

Ogni figlio, nell’intimo, crede sempre di avere più diritti degli altri, ed è molto convinto di questo. Tutto quello che segretamente ci muove è la gelosia, è la nostra insicurezza, è la nostra rabbia per non essere unici nel mondo. Riconoscere l’altro e dovere condividere con lui la vita, gli affetti, i beni… è sempre una grande sfida.

 

È giustamente questa relazione tra fratelli che deve essere illuminata e trasformata per il vangelo. Gesù è venuto al mondo per proporci un nuovo modo di essere fratello. Al contrario di Caino che ammazzò suo fratello, Gesù è venuto per dare la sua vita per i suoi fratelli.

Egli è il fratello, il primogenito, che libero da qualunque gelosia e  invidia, vuole solo il bene per i suoi fratelli; invece di chiedere al padre che facesse giustizia nei nostri riguardi,  accettò di pagare il nostro debito caricandosi la croce; invece di volere l’eredità tutta per sé,  cerca ancora sempre nuovi fratelli con condividerla; invece, come  primogenito di farsi servire dagli altri, ha preferito lavare i piedi ai suoi fratelli; invece di arrabbiarsi per la festa che il padre fa per ogni figlio che ritorna nella sua casa, offre la  propria carne per il banchetto…

Questo è l’unico modo di cambiare il mondo: imparare ad essere fratello come e con Gesù.

Dobbiamo scoprire e riconoscere che dentro ognuno di noi esiste naturalmente sempre un Caino pronto ad assassinare a chi ci fa ombra, a chi ha qualcosa di migliore di noi e che ci ruba la cena. Questo Caino deve essere combattuto e trasformato in Cristo, cioè, pronto a servire, ad amare, a perdonare e perfino a  dare la vita per il fratello. Santi come Francesco di Assisi, Vincenzo di Pauli, Teresa di Calcutta…  sono riusciti. Essi vissero una nuova relazione coi propri fratelli. Anche noi possiamo farlo.  L’eucaristia di ogni domenica deve aiutarci in questo processo di santificazione. 

 

 Il Signore ti benedica e ti protegga,

Faccia risplendere il suo volto su di te e ti doni la sua misericordia.

Rivolga su di te il suo sguardo affettuoso e ti doni la sua Pace.

 

Fra Mariosvaldo Florentino, cappuccino.

Martes de la sexta semana de Pascua

“El Príncipe de este mundo ya ha sido condenado”. Jn 16, 11


Con el sacrificio de Cristo en la cruz, el enemigo fue mortalmente herido. La entrega total de Jesús, Dios-hombre, por puro amor, fue un golpe fatal en aquel que promueve el egoísmo, la intriga y la división. De hecho, el Espíritu Santo nos lleva a confiar plenamente en Dios, pues nos hace conocer que el diablo está vencido. Como decía San Agustín, él es como un perro muy malo y rabioso, pero que está atado, solo daña a quien se acerca para jugar con él. Él es malo; pero todopoderoso, solo Dios. Si estamos revestidos de Cristo, el condenado ya no nos podrá dañar. Paz y bien.

Etiquetas:

Lunes de la sexta semana de Pascua

“Yo les enviaré desde el Padre el Espíritu de la Verdad”. Jn 15, 26


Una vez que somos conquistados por Jesús y decidimos vivir su mensaje, él nos asiste enviándonos constantemente el Espíritu Santo, que nos sostiene e ilumina para que podamos mantenernos en la Verdad. De hecho, en un mundo tan convulsionado, con tantas mentiras disfrazadas o tantas medias verdades, es necesaria la luz de lo alto para que no nos perdamos. Solo con la gracia del Espíritu Santo podemos llegar a discernir y conocer la Verdad que nos hace libres. Señor, envíanos siempre al Espíritu Santo y no permitas que nuestras tinieblas oscurezcan tus santos designios. Paz y bien.

Etiquetas:

VI Domingo de Pascua

“Mi mandamiento es éste: Ámense unos con otros como yo los he amado. No hay amor más grande que éste: dar la vida por sus amigos” Jn 15, 12-13

Muchas veces hablamos del amor en un modo muy superficial. En nuestros días esta palabra perdió mucho de su fuerza y se llama amor hasta a un simple y pasajero sentimiento o algunos lo llaman hasta mismo a una ocasional relación sexual.

Seguramente no es de este tipo de amor que hoy nos quiere hablar Jesús. Él nos propone el AMOR en su sentido pleno, con toda su fuerza, con toda su exigencia.

Nosotros ya conocemos la fórmula: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” Esta era la segunda parte del mandamiento más importante del Antiguo Testamento. Jesús está de acuerdo con esta propuesta. Ya es sin dudas una gran cosa amar a nuestro prójimo del mismo modo como nos amamos a nosotros mismos y hacer a él exactamente como queremos que nos hagan; tratarlo con el mismo respecto que queremos ser tratados; y ofrecer a él las mismas posibilidades que tenemos nosotros.

Tener este grado de amor por los demás es una gran victoria sobre nuestro egoísmo, y esto no siempre es muy fácil. En nuestra vida cotidiana este amor se revela en cosas muy sencillas, como sería no buscar tener ventajas sobre los demás. Un ejemplo muy concreto es respetar una fila, sin buscar pasar delante de nadie: así como no me gusta que nadie se meta por delante porque es injusto, también yo no tengo el derecho de hacerlo. Lo mismo en los trabajos que tenemos que hacer, en las responsabilidades civiles, en el tráfico, en la mesa...

Amar a los demás como nos amamos a nosotros mismo, de modo muy sencillo, significa preguntarse siempre “esto que estoy por hacer si otro lo hiciera, ¿cómo me sentiría?” Y también delante de los equívocos del otro preguntarse: “¿y si fuera yo el equivocado como me gustaría que me tratase?” Estoy seguro que si conseguimos vivir esta propuesta de “amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos” el mundo ya sería muy diferente. Palabras como: “ya no se puede confiar más en nadie!”; “quien puede más, llora menos!”; “el mundo es de los expertos!” perderían el sentido.

En el fondo este mandamiento tiene sus raíces en la igualdad de todas las personas y la necesidad de respetar a todos y es la base de la convivencia social.

Todavía, si no bastara la exigencia de este mandamiento: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, Jesús resucitado lo renueva y lo deja aún más exigente: “Ámense unos con otros como yo los he amado.” El criterio del amor no es más nosotros mismos. Ahora, es Él, que fue capaz de dar su propia vida por nosotros, quien se transforma en el criterio del amor cristiano.

Jesucristo nos amó más que a sí mismo, y por eso fue capaz de dar su vida. Él por amor hacia nosotros no hizo caso a la justicia y aun sin tener siquiera un pecado aceptó ser condenado y muerto, para librarnos de la culpa.

Por eso, como hizo Él, también nosotros, que nos llamamos cristianos, debemos hacer. Debemos amar a los demás más de lo que nos amamos a nosotros mismos. Al cristiano no le basta amar al prójimo como a sí mismo, es necesario amarlo como Jesús nos amó. En lo concreto esto significa, para usar el mismo ejemplo, no solo respetar la fila sin buscar pasar a nadie, pero ser capaz de dar nuestro puesto a una persona que llegó después e ir al último lugar de nuevo. Es ser capaz no solo de dividir igual, pero de dar la mejor parte al otro. Es ser capaz de hacer el bien, a quien te hizo el mal. Es ser capaz de ayudar a quien te lastimó. Es ser capaz de perdonar a quien gratuitamente te ofendió.

Yo sé que esto es muy difícil. Yo mismo estoy aún muy lejos de conseguir vivir de este modo. Pero ¡no puedo callarme! Estoy convencido que este es el ideal de Jesucristo, y todos nosotros que queremos ser verdaderos cristianos tenemos que buscar de concretizarlo.

Pienso que la única posibilidad que tengo para poder realizar este ideal de “amar a los demás como Jesucristo me amó” es dejándome contagiar por Él. Es escuchando atentamente su palabra, pidiendo continuamente que su Espíritu actúe en mi vida, participando siempre de la eucaristía, recibiendo su cuerpo y su sangre, esforzándome cotidianamente por vencer mi egoísmo hasta en las pequeñas cosas y preguntándome siempre: ¿en mi lugar qué haría Jesús? (Que gran cambio: ahora la pregunta no es más ¿Qué me gustaría que me hagan?, sino que ¿Qué haría Jesús?)

Creo que solamente así, despacito acontecerá con nosotros lo mismo que con Paulo y podremos entonces decir: “Ya no soy yo quien vivo, es Cristo que vive en mí”.

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino.

Etiquetas: