Con el enemigo en la casa

Zeneida Núñez salió por la mañana para el Registro Civil para inscribir a su hija, pero nunca llegó. Más tarde su cuerpo apareció a varios kilómetros. El asesino sería alguien inesperado y obsesionado.

  • Por Óscar Lovera Vera

  • Periodista

Viernes 16 de marzo. 16.00. Al costado del cauce del arroyo Amambay, en Itacurubí de la Cordillera.

“Cuidado doc, baje despacio, mire que está resbaladizo el fango y lo podría llevar hasta el agua”. — “Tranquilo muchacho, no es la primera vez que hago esto”, contestó el médico forense Nelson Fer­nández al policía. Los agen­tes de Barrero Grande fue­ron los primeros en llegar a la escena del crimen, luego de la llamada que recibieron de un pescador que descubrió el cuerpo mientras buscaba un sitio para lanzar una carnada.

El cuerpo ya llevaba unas horas en el lugar y a simple vista se podía confirmar que esa no era la escena del cri­men; el cadáver lo arrojaron en ese sitio. Estaba cubierto en parte por malezas, el doc­tor identificó rápidamente a una mujer.

El médico sacó de su maletín un par de guantes de látex, y en lo que le demoraba colo­cárselos, examinaba dete­nidamente la posición del cuerpo y algunas lesiones visibles. “Tome nota de esto oficial: ‘la causa del falleci­miento es un fuerte golpe en la cabeza y una fractura cer­vical, es decir en el cuello. Presumiblemente producida durante la caída desde la ruta hacia este barranco, donde encontramos el cadáver. Sos­pecho que la víctima recibió un golpe con un objeto pun­tiagudo en la cabeza, lo que le produjo un severo trauma­tismo de cráneo’. Estaba con vida cuando fue arrojada a la zanja, y falleció luego de cinco horas de una larga agonía”, concluyó Fernández, mien­tras se tomaba de las rodillas para erguir su cuerpo en ese difícil terreno. Eso es todo, ya pueden levantar el cadáver y llevár­selo al hospital regional, aquí de la zona. Luego verifiquen si podemos llevarlo al hospital de Caacupé, ordenó la fiscala Gladys Torales a los policías y paramédicos.

El lugar estaba atestado de curiosos que miraban dete­nidamente todo lo que hacían los investigadores, en tanto las luces de sirenas pintaban sus perturbados rostros de azul y rojo.

La fiscala miraba deteni­damente cada acción que tomaban los agentes en el transcurso de ese tiempo, intentaba encontrar un detalle que —quizás— en ese momento estaba pasando desapercibido. Gladys Tora­les ya llevaba años como funcionaria del Ministerio Público, y un par en esa zona de Cordillera. No era común encontrarse con un cuerpo, y menos con esos rastros de violencia. El forense también mencionó golpes, moretones en algunas partes del cuerpo.

Esto fue producto de una pelea, se dijo a sí misma. Una venganza, tal vez. Llamó al agente de Policía y le pidió un reporte de las mujeres des­aparecidas y que tengan esa característica física. Debían identificar a la mujer lo más rápido posible, el cuerpo fue abandonado hace 24 horas y el asesino no debía estar muy lejos.

UN DÍA ANTES …

Pasaron pocos minutos de las 10 de la mañana del jue­ves 15 de marzo. Zeneida Núñez Colher, una joven de 29 años, marcó el número de teléfono de su hermana. Necesitaba una dirección y que mejor que ella para decírselo, era más amiga­ble con su memoria. “¡Her­mana! ¿qué tal? Necesito la dirección del Registro Civil, aquí en Fernando de la Mora. Quiero ir con Omar para ins­cribir a la beba y retirar el certificado de nacimiento, así ya terminamos con ese proceso, ¿sí?”. Unos segun­dos después, Zeneida pre­sionó la pantalla y culminó el diálogo con su hermana. Tomó sus cosas y llamó a su esposo. A las 10:30 salieron de la casa, en las calles Santa Cecilia y Colón del barrio San Miguel, en la ciudad de San Lorenzo. Desde ese lugar hasta el Registro Civil solo serían veinte minutos.

Las horas transcurrieron normalmente, Omar Vera y Zeneida tenían actividades particulares, cada uno por su lado y quedaron en verse por la tarde. Pero eso no ocurrió.

Omar llamó a la casa de su suegra y Zeneida no estaba. Eso despertó la desespera­ción de la familia. Desde ese momento el tormento y los pensamientos perturbado­res comenzarían a desgastar la paciencia. Las noticias de esos días, los comentarios, la inseguridad a diario suma­ban para generar pánico.

Los padres, hermanos y Omar, cada uno pensaba para sí qué mal le pudo ocurrir, por eso no encontraban rastros de ella.

¡No hay caso, acá no vamos a conseguir nada! dijo Omar, y se levantó cortando el aire y el silencio. Todos estaban reunidos alrededor del telé­fono, en la sala de la casa materna. “Iré a la Comisa­ría a radicar la denuncia, y ver que la busquen”, dijo mirando a la madre de su esposa.

LA DENUNCIA

Omar llegó a la Comisaría 53 en el barrio San Miguel, en la ciudad de San Lorenzo. El lugar —esa noche— estaba tranquilo, luego de una jor­nada sin muchos sobresal­tos, como gustaba repor­tar —siempre que podía— el oficial de guardia, un joven que excedía notablemente la estatura promedio. Omar apenas le llegaba a la altura del tórax, lo cual resultaba intimidante. Tuvo que hacer un esfuerzo para sostener la mirada mientras le explicaba sobre su presencia. Su ama­bilidad era proporcional a su longitud. Opuesta a la imagen que proyectaba.

“Adelante señor, tome asiento, iré por el libro de denuncias. Aguárdeme aquí, por favor” dijo con tono cor­dial el agente, señalándole una silla de plástico ubicada a un costado de la recepción. Luego de relatar el minuto a minuto de ese día, Omar se retiró, pero más tarde vol­vería pidiendo una copia de la denuncia que realizó. Esto despertó la curiosidad de los agentes, para ellos era común que familiares de una persona extraviada se con­centren en buscarla, no en volver a la dependencia para pedir una copia del parte de desaparecido; algo ocultaba, se planteaban los agentes de ese turno.

Algunas horas después las noticias retumbaban en los informativos nocturnos. Los presentadores relataban el hallazgo del cuerpo de una mujer al Este de la ciudad de San Lorenzo, a unos 75 kiló­metros. Era Zeneida…

La familia de la joven se que­bró. No podían entender cómo pasó. Hasta hace unas horas ella estaba con la idea fija de inscribir a su pequeña en los registros del Estado, para darle una identidad. Hoy la niña estaba huérfana.

La conmoción fue tal que todos tardaron en reaccio­nar con el ulular de un telé­fono a disco —que repicaba sobre un roído mueble de cedro— ubicado en un pasi­llo de la casa paterna. En la llamada les esperaba la con­firmación sobre la muerte de Zeneida, algo que preferían no creer, pero necesitaban presentarse para reconocer el cadáver.

Todos fueron hasta la ciudad, necesitaban cerciorarse de que era ella. Al llegar un fun­cionario de la Fiscalía y un policía los esperaban. Por aquí señora, le dijo uno de ellos mientras le indicaba la puerta que conducía a la mor­gue del hospital local.

Sobre las camillas de frío acero, yacían varios sue­ños truncados. Entre ellos, Zeneida, el reconocimiento fue inmediato. Las lágrimas no tardaron en brotar y los alaridos convulsionantes acompañaban a ese dolor intangible.

Las especulaciones en la investigación llegaron tan pronto como el vertiginoso ritmo del crimen. El primer sospechoso barajado por la Policía de Homicidios fue justamente su esposo, Omar Vera. —“Señor, usted queda detenido por orden fiscal. Se sospecha que podría estar involucrado en el asesinato de Zeneida Núñez Colher…”, la mirada fija de Omar al agente de Policía, tras esa frase, bus­caba explicación lógica. No encontraba la forma rápida de demostrar que él no pudo matar a su esposa, a la madre de su hija.

En la primera indagatoria, la fiscala le exhibió un testi­monio por escrito. “Un hom­bre que estuvo caminando al mismo instante en que arro­jaron el cuerpo de su esposa al barranco, lo reconoce como el que lo hizo, qué puede decir a eso señor Vera”, le interpeló la investigadora.

Omar la miraba fijamente y luego liberó una carga de aire que le presionaba el pecho, estaba en pánico y la angustia no lo dejaba reaccionar con rapidez.

Hasta que finalmente dijo: “doctora, ese día…”

— Espere un segundo, señor y piense bien lo que dirá, mire que hay varios testigos que mencionan lo mismo. Usted llegó conduciendo un auto­móvil y la ventanilla del lado derecho estaba abajo, eso per­mitió que lo pudieran ver, y lo tengo aquí como anticipo de pruebas, esto tiene peso en un juicio, interrumpió la agente de manera a ejercer algo de presión a Omar y ver si esto servía para hacerlo confesar,

Para la Fiscalía no existía dudas, Omar era un sospe­choso relevante. Rápida­mente la fiscala firmó un pedido para que lo lleven al penal de varones en el barrio Tacumbú de la capital, ahí podría estar bajo custodia hasta encontrar todas las pruebas que lo vinculasen al crimen de su mujer.

La familia de Omar, y la pro­pia familia de Zeneida protes­taron la decisión y presenta­ron una serie de testimonios que respaldaban a Omar. “Ese día él estuvo en el tra­bajo, durante todo el tiempo en que ella desapareció. Es imposible que Omar la matara…” clamaban sus ami­gos. Pero la Fiscalía tenía un parecer diferente.

CABO SUELTO

Las horas transcurrían y la Policía solo sostenía la pri­sión de Omar con versiones basadas en características físicas del homicida, muy parecidas a él. Algo más fal­taba y no tenía del todo sen­tido. Mientras más escarba­ban en la vida de la pareja, menos motivos encontraban para establecer un disgusto, una venganza.

El fin de semana se presen­taba largo para Omar, estaba imputado por el asesinato cruel de su esposa y el agra­vante de arrojar el cuerpo lejos de la ciudad. Ya pasaron 72 horas, pero para él eran los primeros años de una larga condena que imaginaba la iban a curtir en sus espaldas.

Los familiares recrudecieron sus reclamos, no iban a per­mitir más tiempo de lo que ellos llamaban un error en la investigación.

Pidieron hablar con la fiscala, Gladys Torales, “doctora, por favor. Solo escuche esto y pro­meta que al menos averiguará si es cierto. Mire, hay un joven que estaba obsesionado con Zeneida, que no la dejaba en paz. Pese a que sabía de su rela­ción matrimonial. Ese hom­bre es Hugo Ricardo Campu­zano Benítez, de 27 años, que hostigaba frecuentemente a nuestra hija” dijo acongojada la madre de Zeneida.

La mujer estaba derrumbada. Su mirada estaba anclada al suelo, y las lágrimas que bañaban su rostro conmo­vieron a la fiscala. “Está bien señora, veré quién es este hombre y si podría estar conec­tado al asesinato. Hasta tanto con­tinuaremos con nuestro único sos­pechoso, Omar”.

Al poco tiempo, los datos comenza­ron a tomar forma. La Policía pudo armar un rompe­cabezas con mucha lógica. Uno de los policías se acercó a la fiscala, bajo el brazo llevaba una carpeta, y en ella una serie de foto­grafías y anota­ciones. La bajó en la mesa, abrió el expediente, y como esperando una conexión directa con la agente— la miró fijamente esperando lo más próximo a una reacción telepá­tica, pero la fiscala no lograba comprender. ¿Qué pasa oficial, qué me quiere decir con esto?” preguntó la agente bastante confundida.

—“Doctora, escuche bien. Todo esto es lo que conseguí de este muchacho Hugo y le parecerá interesante. Mire, él fue amigo de la pareja. Es chofer de largas distan­cias, trabajó con el marido de la víctima. Con el tiempo logró ganarse la confianza de ambos, de Zeneida y Omar, y se instaló en la casa en los días en que descansaba. Pero con el tiempo él se enamoró de la mujer, la comenzó a perseguir, presionar, y que­ría obligarle a escaparse con él. Zeneida no aceptó y él la amenazó de muerte. Final­mente se fue de la casa, y desde ahí no supieron de él en un tiempo”.

Tiene sentido oficial, ¿pues entonces qué esperan? Vayan a traerlo y vemos qué dice al respecto.

Los agentes indagaron sobre el paradero de Hugo. No era un hombre fácil de encontrar por su trabajo, un camionero tiene poca vida en un lugar fijo. Pero esta vez tuvieron suerte, a las 21 horas del lunes 16 de julio lo encontraron en el barrio Las Américas en la ciudad de Hernandarias, al Este de la capital.

Hugo, sintió la presión. Pensó que su plan quedó al descu­bierto e inmediatamente asu­mió que era el asesino. Pocos minutos después, en lo que duró el viaje a la oficina de la fiscala, los agentes ya conta­ban con el nombre del cóm­plice: Luis Gilberto Morínigo, un hombre de 37 años. El reci­bió la orden de Hugo de ven­der lo más pronto que pudiera el vehículo de la víctima. Un Kia Río. La idea era cruzar el Puente de la Amistad y des­hacerse del automóvil a bajo costo en la ciudad de Foz de Yguazú. Pero las noticias interrumpieron la estrategia, las imágenes de Zeneida, la del auto desaparecido y otros detalles pusieron en alerta a los controladores de frontera. Estaban encajonados.

En la sede del departamento de Homicidios, Hugo con­fesó nuevamente que mató a la mujer. Sujetando su puño con firmeza y —en algunas ocasiones— mordiéndose los labios contaba por momentos su coartada.

El hombre mencionó que nunca tuvo una relación con Zeneida, pero ella lo buscaba en los momentos en que se sentía triste. Sin mucho sen­tido continuó relatando que el día del crimen, la mujer lo citó en un motel de la ciu­dad de San Lorenzo para abonarle un dinero que él le prestó, pero eso no ocurrió y eso lo descontroló. “En ese momento tomé una de la almohadas de la cama y la presioné contra su cara, no la dejaba respirar. Ella se sacu­día mucho. Me arañó inten­tando zafarse. Pero yo hun­día más y más mis manos en la almohada, hasta que dejó de moverse. En ese momento me di cuenta que murió.

Martes 17 de julio. Mediodía. Omar Vera cargó lo poco de ropa que tenía en un bolso y con su resolución de libe­ración comenzó a cruzar los diferentes portones hasta recuperar nuevamente su libertad. Estaba desvincu­lado del asesinato.

Los investigadores ahora centrarían su atención en probar lo mencionado por Hugo. Cuando comenzaron a repasar cada línea de su declaración, el joven pidió hablar con la fiscala nueva­mente.

GIRO DE TUERCA

Cuando creían que el caso estaba cerrado. Hugo se sentó nuevamente en la silla de madera, de frente a la fiscala y esta vez la miraría directa­mente a los ojos. “Doctora, yo no maté a esa mujer. Todo lo que dije fue porque un grupo de personas me presiona­ron y amenazaron para que diga eso, yo soy inocente”. Sus explicaciones y otro giro gravitante… esta vez fueron nueve horas de “confesar que no confesó”, al menos siendo honesto.

Con esta declaración de Hugo, la confusión se apo­deró de todos, pero existía una carta más que la Fis­calía debía jugar. Hugo dijo que él la mató con una almo­hada, pero el cuerpo presen­taba varios golpes, algo no cerraba. La fiscala Torales pidió una necropsia, necesi­taba una nueva inspección del cadáver.

Esta vez fue el forense Pablo Lemir. 21 de abril, 35 días des­pués.

Bueno doc, ¿qué pudiste encontrar? Consultó la fis­cala al médico, un hombre de estatura baja, algo calvo y de vasta experiencia en la medi­cina forense.

Lemir la miraba fijamente, y no sabía por dónde comen­zar. “doctora, seré directo. La inspección que se hizo en aquella oportunidad, por el terreno puede presentar algunas inconsistencias y fal­sos positivos. Con este nueva revisión pudimos determinar que la mujer fue asesinada por asfixia y no por trauma­tismo pusante en el cráneo. No había lesión cervical y los moretones son premor­tem, antes de la muerte. Estos son de aproximadamente 5,5 centímetros en el antebrazo derecho y el rostro, cerca de la nariz. También noté que los pulmones estaban daña­dos y esto es producto de la asfixia. Ah, y algo más… Entre las uñas de Zeneida encontré restos epiteliales, esto es pro­ducto de la defensa que ella ejerció, peleó con el asesino antes de morir”. Gracias doc, esto que me dijo es funda­mental para cerrar mi caso.

Torales comenzó a unir cabos mientras conducía nueva­mente hasta su oficina en la ciudad de Caacupé, eran 60 kilómetros. Tenía mucho para pensar…

DOS AÑOS DESPUÉS

¡Y este tribunal condena a 20 años de cárcel al señor, Hugo Ricardo Campuz­zano. Al encontrar suficien­tes elementos para vincu­larlo al asesinato de la señora Zeneida Núñez, y a dos años de prisión a Luis Alberto Morínigo por reducción al intentar vender el automó­vil de la víctima, notifíquese! El martillo golpeó la mesa y la familia respiró justicia.

Finalmente encontraron culpable al hombre que se había ganado la confianza del matrimonio y se obsesionó con Zeneida. Para la Fiscalía fue determinante encontrar la prueba forense en la nueva revisión del cuerpo y vincu­lar a la declaración de Hugo, que luego la negó. La piel bajo las uñas de la víctima sirvie­ron para involucrarlo con una prueba de ADN, y con ello el caso quedó cerrado.

Alerta sobre explosiva mezcla: un cóctel muy riesgoso para la salud

La mezcla de bebidas alcohólicas con energizantes, muy popular entre los jóvenes, puede ser muy peligrosa, ya que aumenta el riesgo de intoxicación, comportamientos arriesgados y efectos negativos en la salud.

La combinación de alcohol con energizantes se convirtió en una tendencia entre los jóvenes, debido en parte a la percepción de que los energizantes pueden contrarrestar los efectos sedantes del alcohol, lo que lleva a una sensación de estar más alerta y en control. Esto, reforzado por la publicidad y el marketing.

En la búsqueda de experiencias intensas y emocionantes, los jóvenes creen que este cóctel permite disfrutar de la fiesta por más tiempo sin experimentar la fatiga asociada al consumo de alcohol. Sin embargo, muchos desconocen los peligros que hay detrás de esta riesgosa práctica.

Los estimulantes de la cafeína en los energizantes pueden enmascarar los efectos sedantes del alcohol, lo que lleva a una falsa sensación de sobriedad. Esto puede resultar en un consumo excesivo de alcohol y un mayor riesgo de intoxicación. Además, la combinación de alcohol y cafeína puede aumentar el riesgo de comportamientos arriesgados o impulsivos.

La doctora Nilda Villalba, directora del Centro Nacional de Toxicología, reconoció que la combinación de bebidas alcohólicas con energizantes es una mezcla explosiva. Esto, a raíz de que las personas pierden la noción de los síntomas depresivos que el alcohol normalmente ocasiona en el organismo. Se trata de un “cóctel riesgoso para la salud”.

La experta resaltó que el alcohol es un depresor del sistema nervioso central y las bebidas energizantes, por el contrario, son estimulantes. Por ello es que, las bebidas energizantes enmascaran los síntomas depresores del alcohol y hacen que las personas consuman de una manera engañosa.

Dentro de los componentes que poseen los energizantes sobresalen la cafeína, vitaminas, guaraná y son varias sustancias que se van mezclando para brindar esa característica particular de dar energía al organismo, según detalló a la radio 650 AM.

“Debemos estar preparados para afrontar las complicaciones que pueden darse por esa mezcla. Se desaconseja el consumo de estos productos en personas que están con problemas cardíacos, que sufren de hipertensión, las embarazadas, los diabéticos y los menores de 16 años. Los adolescentes están en una etapa de reconocimiento de los límites que tienen, entonces esos límites fácilmente se van de un extremo a otro, es por eso que desaconsejamos el consumo de esta mezcla”, subrayó.

Por su parte, el médico pediatra Robert Núñez había mencionado que los energizantes son la segunda sustancia más consumida por la franja etaria de entre 13 y 17 años, después del alcohol. Mayormente, los adolescentes consumen por curiosidad, y tres de cada cuatro menores de edad hacen la peligrosa mezcla de ambas sustancias.

Si bien es importante resaltar que esta mezcla no está prohibida (consumo del alcohol solo en mayores de edad), se deben conocer cuáles son los efectos nocivos de la misma en el organismo, de modo a evitar alguna complicación y desgracia que lamentar.

Estrella Roja: el socialismo marciano de Bogdánov

Podemos decir que Aleksándr Bogdánov fue un adelantado a su tiempo. En 1908 publicó Estrella Roja, una entretenida novela de ciencia ficción de inspirada naturaleza marxista, con la que se adelantó casi una década a las traumáticas revoluciones de febrero y octubre de 1917; que desembocaron en la llegada del Partido Bolchevique al poder en Rusia, el fin de 300 años de gobierno de los Románov y el posterior nacimiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Por Gonzalo Cáceres-periodista

Alexander Alexandrovich Bogdánov (1873-1928) fue un revolucionario comunista bielorruso de múltiples talentos: escritor, médico, economista, científico y filósofo, también se formó en psiquiatría. Fundador del Partido Bolchevique, y de influencia significativa en el desarrollo de la teoría marxista en Rusia, ostentó una reconocida militancia política y el estrecho contacto que tuvo con Vladimir Lenin, al tiempo de evidenciar su relación con los más radicales movimientos obreros.

Pese a sus grandes aportes filosóficos, científicos y a las letras, Bogdánov no tuvo la misma repercusión en Occidente que la que sí vieron los monstruos de la literatura rusa como León Tolstói y/o Fiódor Dostoyevski, a razón -principalmente- de las escasas traducciones de sus novelas y otros escritos.

Pero hablemos de Estrella Roja, su principal y más conocido trabajo.

MARCIANOS COMUNISTAS

Estrella Roja aborda una serie de cuestiones políticas que reflejan los debates de la convulsa época en que fue escrita. El libro abraza al socialismo como ideal utópico, la lucha de clases y la revolución como temas de fondo, y una crítica al capitalismo y al papel del individuo en la sociedad socialista.

Precursora de la ciencia-ficción soviética, Estrella Roja se erige como una suerte de ventana por dónde observar el idealismo de la entonces incipiente era de las revoluciones industriales en la lúgubre Rusia de los zares que, tras la eclosión de las revueltas incitadas por los soviets, dio lugar a la redefinición de las clases sociales, lo que concibió una nueva relación con los medios de producción, la ciencia, la tecnología y la literatura.

El libro conjuga dos rasgos fundamentales y necesarios para la literatura de su época y de nuestros días: la imaginación y la utopía, porque además de fungir de testimonio político de su autor, también es considerada por los críticos como una de las primeras novelas sobre exploración espacial.

Bogdánov plasmó su visión de un futuro basado en la concepción de la igualdad social.

La trama se desarrolla en un futuro distante donde la humanidad pegó el salto tecnológico y emprendió la colonización de Marte. La historia sigue el viaje del ingeniero Leonid, quien llega al ‘planeta rojo’ y se sumerge en la sociedad marciana, que difiere significativamente de la que continúa en la Tierra.

La civilización humana en Marte alcanzó un estadio sin división de clases, donde todos sus miembros contribuyen según su capacidad, y reciben según necesiten; un sistema de características propias como ser, la economía planificada, el unipartidismo y la férrea dirección de las relaciones interplanetarias, lo que en la actualidad podemos interpretar como socialismo en la más exorbitante fase.

De forma intrínseca, Bogdánov reflexiona sobre la naturaleza de los humanos y el progreso social, y expone la forma -idealista- en que el socialismo puede transformar las relaciones y crear un mundo sin abusos de las clases dominantes, a priori más justo y equitativo, sin la odiosa brecha económica.

A través de Leonid, el lector atestigua una civilización humana harta de innovaciones con repercusión en el transporte, la generación y suministro de energía (ya trata, por ejemplo, la idea de sustituir los combustibles fósiles por fuentes renovables) y las comunicaciones, y con una medicina tan avanzada que las enfermedades graves son de extrema rareza y la longevidad moneda corriente, con novedosos procedimientos quirúrgicos y de diagnóstico.

Estrella Roja gozó de popularidad luego de plasmarse la Revolución Rusa y con la llegada de las generaciones soviéticas que vivieron los insistentes intentos de la URSS por desarrollarse como potencia mundial (la afamada carrera armamentista y espacial).

A Bogdánov se le reconoce explotar ideas hasta exageradas para su contexto, de ahí su importancia para la literatura universal. Estrella Roja permeó en menor o mayor medida en grandes novelas posteriores como Marte Rojo (1992) de Kim Stanley Robinson, Los Desposeídos (1974) de Ursula K. Le Guin, el Hombre de Marte (1946) de Stanislaw Lem y hasta hay quien asegura que el mismísimo Isaac Asimov se vio influenciado para la serie de la Fundación (1961-1993).

TRÁGICO FINAL

Después de la revolución, Bogdánov se centró en el trabajo en biología y medicina. En 1926 encabezó el primer instituto en el mundo de transfusión de sangre, lo que terminó en su trágico y evitable final.

Bogdánov falleció el 7 de abril de 1928 a raíz de una infección que contrajo tras un fallido experimento médico con transfusiones de sangre (dicen que recibió volúmenes de diferentes jóvenes en un intento de dar pie a su teoría del ‘colectivismo fisiológico’), lo que generó interés y debate a lo largo del tiempo (terminó como ejemplo en las grandes universidades).

Aunque su obra literaria y científica sigue siendo relevante, aquel experimento final y su resultado fatal marcaron su legado.

Etiquetas:

Bolardos en San Lorenzo: protección para ciclistas, dolor de cabeza para automovilistas

San Lorenzo fue escenario de llamativos percances automovilísticos semanas atrás, específicamente en la avenida Victorio Curiel, donde los protagonistas no fueron precisamente los conductores, sino unos bloques de cemento conocidos como “bolardos”, colocados para dividir la bicisenda, pero ¿para qué realmente sirven?

Imprudencia, falta de atención y alta velocidad, los factores que, sobre esta avenida situada en Capilla del Monte causaron los reiterados accidentes donde los bolardos provocaron graves daños materiales.

Los bolardos se encuadran dentro del mobiliario urbano, y son los elementos que sirven para realizar delimitaciones de espacios, ya sean fijos o temporales. Muy útiles para limitar el acceso de vehículos y que los conductores sepan cuando se están aproximando a algo con lo cual, si colisionan, podrían generar accidentes.

Accidente con bolardos en Vittorio Curiel.Accidente con bolardos en Vittorio Curiel.

La Arq. Evelyn Madelaire de la Municipalidad de San Lorenzo explicó que estos delineadores tubulares, bolardos, fueron instalados en esa avenida para lograr una mayor seguridad vial, a fin de que los conductores puedan captar los obstáculos que tienen para circular, en este caso, una bicisenda.

“Los bolardos por definición son elementos que cumplen dos objetivos, en primer lugar, segregar, es decir, dividir lo que es el tránsito vehicular de la bicisenda. Y en segunda instancia, proteger, dar seguridad a los usuarios en mayor situación de vulnerabilidad, en este caso, el ciclista”, expresó durante una entrevista en el canal GEN/Nación Media.

Bolardos de cemento. Foto: Nación MediaBolardos de cemento. Foto: Nación Media

Vittorio Curiel es una avenida urbana que pasa por una zona residencial y una mixta, no es una autopista. La arquitecta indicó que, en ese trayecto, los vehículos circulaban a 80 km/h e incluso más, cuando deberían ir a 40km/h. Ante esto, se colocaron los bolardos.

Sin embargo, la alta velocidad todavía juega una mala pasada a los conductores que circulan por esa zona.

Apenas días después de que se colocaran estas barreras de cemento, dos automóviles atropellaron y destruyeron, no solo sus vehículos, sino también los bolardos hechos de hormigón. Uno circulaba a alta velocidad, el otro intentó adelantarse.

Cabe recordar que, la avenida Vittorio Curiel no es precisamente un trayecto en el que se pueda circular en doble fila, por lo que, insisten en respetar los límites de velocidad permitidos.

Sobre Vittorio Curiel no se puede circular en doble fila. Foto: Nación MediaSobre Vittorio Curiel no se puede circular en doble fila. Foto: Nación Media

¿Cumple o no cumple su función?, estamos viendo que sí cumple su función. Lamentablemente, para ciertos automovilistas, con perjuicio material. Cumple la función de proteger, nosotros no inventamos, no son precisamente necesarios para hacer funcionar una bicisenda, pero se usa”, finalizó Madelaire.

La Municipalidad de San Lorenzo está trabajando en un plan de educación y seguridad vial para que la ciudadanía pueda entender la funcionalidad de los bolardos. Así se buscará evitar que más conductores tengan que lamentar el perjuicio inmenso a sus rodados.