Rumores que matan (parte I)

Ángel era un estudiante de periodismo asesinado en el 2013. Todo indicaba desde un primer instante que el motivo fue robarle lo que llevaba consigo camino a tomar el bus una mañana de agosto. Los vecinos fueron los primeros en reaccionar en aquel momento en búsqueda de los asesinos.

Por Óscar Lovera Vera, periodista La Nación.

Ángel tenía poco tiempo para llegar a la parada del bus, si no lograba alcanzar el de las 22:40, su sentencia de un día tarde estaba firme. Barrientos Chávez de apellido, el joven de 21 años tomó pronto el teléfono celular, le conectó el auricular dejándolo pendular sobre su pecho, lo guardó en el bolsillo y se despidió de su abuelo. Al fin tenía la puerta principal de su casa cerrándose detrás suyo. Vivía en el barrio Cañada San Rafael, en la ciudad de Luque.

Los buses en la ciudad tenían horas marcadas y si no te disciplinabas vivías llegando tarde a todas partes, Ángel lo sabía, lo tenía aprendido, ya que de su trabajo dependía el pago de sus estudios de periodismo en una universidad privada. Para ello trabajaba en el hospital regional de la ciudad. Eran las 9:30 y apresuró el paso ese 22 de agosto del 2013.

Hay algo que Ángel manejaba muy bien y resultaba, era la disciplina de estar siempre antes. Se inducia a llegar siempre a tiempo, con mucha antelación. Era mental, así lograba que lo tengan en cuenta en el trabajo. Esa inducción consistía en convencerse que era tarde a las 9:30, su horario en el hospital comenzaba a las 11:00 y se prolongaba hasta las 17:00. Con ello lograba una hora anticiparse a su entrada y le resultaba. Aunque ese día –tal vez– su costumbre se complotó con el infortunio, quizás, la muerte intuyó su rutina.

NUEVE CON TREINTA Y CINCO

Ángel seguía con su mente puesta en que tenía pocos minutos para abordar su bus, si no lo alcanzaba perdería su viejo hábito. Iba cantando en sus pensamientos, con la mirada puesta en el horizonte, divisaba a lo lejos la ruta por donde transitaban todos, a puntos diferentes y con prisa.

Tranquila peculiaridad de la calle que lo sostenía al caminar, solo se oía –a lo lejos– el motor al vuelo de aquellos vehículos. Aunque un sonido más grave llamó su atención, muy cerca para provenir de la ruta, la música en sus oídos lo confundían; sin embargo, igual lograba percibir lo intimidante de este y lo cercano a su espalda. Se detuvo, quizás se trataba de alguien conocido, uno que deseaba saludarlo o acercarlo a la parada del bus.
No habían transcurrido cinco minutos desde que se despidió de su abuelo cuando el turbado bullicio sacudió la puerta de la casa. El hombre de sesenta años, con dificultad, fue hasta la vereda para observar de qué se trataba. Silvino Chávez notó un detalle familiar en la escena, era su nieto. Ángel agonizaba en el suelo.

Lo caótico y estremecedor de los comentarios iluminaban con cierto detalle lo que aconteció, el chico fue atacado por dos ladrones que lo acorralaron. Con perversa conducta, uno de los motociclistas sostuvo en la mano un revólver y amenazando con sacarle la vida interpuso a cambio lo que llevaba a la vista, el teléfono. Aunque –sin saciar su apetito criminal– también quería lo que Ángel cargaba colgando del hombro, su mochila. Sin embargo, se negó, no lo entregaría, llevaba su tarea con la que obtendría los puntos necesarios en su examen final del semestre universitario. Se sacrificó tanto por acabarlo que no cedería tanto esfuerzo.

Un manotazo a la correa de la mochila de Ángel lo despertó del shock que entumeció su cuerpo, devolvió la misma dosis enfrentando a su victimario, se negaba a ceder eso que apreció más que otra pertenencia. Ese trabajo debía presentarlo a su profesor, lo veía como una baldosa más, el escalón para conquistar su sueño: recibirse de periodista.

La detonación del arma hizo un primer intervalo en la pelea, el plomo perforó la pierna de Ángel. Del muslo brotaba la sangre, y el ardor le provocó tanto dolor que cayó al suelo gimoteando, aunque no lo amilanó en su pelea por sobrevivir.

Se reincorporó y vio su salvación detrás de los dos ladrones que lo miraban como aturdidos por el frenesí del combate. Un almacén de barrio a veinte metros, ahí podría ocultarse y recibir ayuda. Con la pierna sangrando, se arrastró con dificultad, trastrabillaba por momentos, pero no perdía la certidumbre sobre el lugar que podría usar de refugio.

ALGUIEN QUE LO AYUDE

Nadie entendía qué pasaba, no se percataba lo peligroso de su estado. El disparo perforó su arteria femoral y el flujo sanguíneo lo debilitaba. Su cuerpo se entumecía y sentía que las fuerzas lo rezagaban del sitio a donde quería llegar, lo notaba borroso, poco claro y su fragilidad era cada vez mayor.
Una segunda detonación sacudió la cuadra. Provino a traición y lo tumbó al suelo, Ángel cayó estrellando su rostro en el suelo. No atinó a reconocer lo que ocurrió. Los delincuentes le dieron un tiro de gracia y escaparon, cuando el humo del tubo cañón aún no se disipaba del arma homicida.

La sangre esta vez brotaba en la parte posterior del cuello, el proyectil traspasó la arteria carótida, restándole las pocas chances de llegar a su refugio.

Con las manos surcó cuando arado las marcas de un deseo instintivo de sobrevivir, aunque su vida se iba desprendiendo minuto a minuto, disipándose como el polvo que levantaba al expulsar el poco aire que sus pulmones liberaban.

Sin fuerzas, más que el deseo de sobreponerse, se resistía a cerrar sus ojos pese a su atenuado aliento. Deseaba que alguien lo tomara de los brazos para sanar sus heridas. Entró en shock y un profundo sueño.

EL REPARTIDOR DE LECHE

Don Silvino comprendió lo que ocurrió y con esperanzas clamó ayuda. El repartidor de leche bajó la caja que tenía para el almacén a donde Ángel debía llegar. Corrió y cargó al chico en sus brazos llevándolo hasta el vehículo. El destino sería el mismo a donde el moribundo joven debía llegar, el hospital regional.

Lo extraño del furgón con el emblema lechero irrumpiendo en el estacionamiento de urgencias dedujo sentido común en el camillero que acercó una cama, intuyó que traían a un herido.

¡3…2…1, arriba! Gritó el paramédico cuando pasaron de la camilla a una cama de cirugía, Ángel estaba inconsciente por la pérdida de sangre, fue mucha y la palidez era notoria. Dos arterias importantes fueron comprometidas y sus chances comenzaron a complicarse.

El pulso se dilataba, se diluía con la frecuencia cardíaca. Cada vez más imperceptibles para las máquinas a la que fue conectado. El pitido final, agudo y tétrico, no resistió. Ni adrenalina, ni desfibrilador, la reanimación fue estéril. Ángel murió.
SIN CAMINO

El dolor se extendió en todo el barrio, en la ciudad poco después. Cada familia sintió como propia la muerte de aquel estudiante, se agravó más aún cuando encontraron la mochila de Ángel, apenas unas horas después del crimen. La tarea que tanto protegió Ángel estaba ahí, de hecho, todas sus pertenencias que no eran más que útiles para sus estudios. Lo dejaron cerca de un arroyo, se habrán frustrado al no encontrar algo a que sacarle provecho, dijo uno de los vecinos luego de guiar a los policías hasta el sitio del hallazgo. Algunos rumores maduraron a indicios de culpa, su conversión era inevitable por la indignación de los vecinos. No sobraba más ideas que tomar el pulular del murmullo y erigir operativos de captura, al menos la búsqueda de sospechosos.

Resultó una presión constante del vecindario, tanto que lograron fortalecer la investigación de la estación de policías del barrio, los agentes de la Brigada Central de Investigaciones y los expertos en criminalística fueron asignados a la patrulla.

A mitad de la tarde, la pesquisa encontró su primer resultado. La descripción de algunos pocos coincidió con el aspecto de Milner Zorrilla, su vasta experiencia en robos en la ciudad no le ayudaban mucho; al contrario, para la Policía el perfil encajaba perfectamente. El segundo al que colocaron las esposas fue a Hugo Alfredo González Casanova, otro joven avezado en la obtención de lo ajeno, sin contratiempos. Temido en el barrio, de ahí la deducción rápida de la comunidad. Lo que los vinculaba, en la teoría era la moto en la que paseaban, una de color negro, la que conocen como moto de cobrador. Rondaban el asentamiento 9 de Mayo, en el barrio Maka’i de esa ciudad. Todo era fácil de interpretar para aquella brigada, no había que sumarle otro dato más. Para ellos, estos eran los bandidos que mataron a Ángel… ¿o no?

Continuará.

Ante desidia de intendentes y “pase de pelota”, jóvenes se organizan para bachear calles

Un grupo de jóvenes, harto de la desidia e inacción municipal, decidió organizarse para taponar baches en diversas calles que se encuentran en deplorables condiciones. Fue así como nació “Bacheando Py”.

La intersección de las calles Juan Leopardi y Lomas Valentinas, en el límite entre Fernando de la Mora y San Lorenzo, este domingo fue beneficiada con un trabajo de bacheo, aunque en este caso no estuvo detrás ninguna gestión municipal o del MOPC.

En realidad, fue un grupo de jóvenes el que decidió organizarse para tapar el enorme bache que se había formado en este cruce y que ya venía ocasionando problemas a más de un automovilista que transitaba por la zona.

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Estos voluntarios forman parte de la organización “Bacheando Py”, cuyo objetivo principal es el de impulsar acciones por cuenta propia para resolver un problema que, en la práctica, debería estar en manos de las municipalidades.

Según explicó uno de los voluntarios al canal C9N, decidieron utilizar pavimento asfáltico en frío para poder rellenar el cráter sobre Leopardi, teniendo en cuenta su impermeabilidad y rápido secado, lo cual permite volver a habilitar el tránsito en poco tiempo.

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Para cumplir con esta loable misión, estos jóvenes destinaron sus propios recursos para adquirir los materiales e insumos requeridos, así como para alquilar la máquina compactadora que facilitó el trabajo.

Los miembros de “Bacheando Py” cuestionan la inacción de las autoridades municipales, principalmente de los mismos intendentes que “se pasan la pelota” en vez de resolver un problema como este, el cual con el paso del tiempo va agravándose aún más y genera inconvenientes en el tránsito.

Unas 50 familias paraguayas afectadas por inundaciones en Brasil: “Lo perdieron todo”

Hasta el momento, unas 50 familias paraguayas se vieron afectadas por las históricas inundaciones que se registran en el sur del Brasil, principalmente en el estado de Río Grande do Sul.

Nelly Delgado Von Lepel, cónsul de Paraguay en Porto Alegre, comentó al canal C9N que se encuentran trabajando de cerca con las autoridades para recibir reportes actualizados sobre la situación en Río Grande do Sul, azotado por las inundaciones.

Conforme al último informe de este domingo, unos 333 municipios del estado brasileño se encuentran afectados, con más de 710.000 damnificados y 100 desaparecidos, además de 75 personas fallecidas.

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Delgado confirmó que, hasta el momento, asciende a 50 el número de familias paraguayas que se vieron afectadas por este desastre natural sin precedentes. “Ahora están sin nada, lo perdieron todo, salieron de sus casas con la ropa que tenían”.

Por ahora, no se tienen noticias sobre compatriotas que estén internados en hospitales o que hayan fallecido, precisó durante la entrevista, aunque siguen recabando información de forma continua para reportar cualquier novedad.

La funcionaria diplomática señaló que ya lograron hacer las gestiones necesarias con el Ministerio de Relaciones Exteriores, a fin de brindar una asistencia a los connacionales damnificados lo más pronto posible y ver cuáles son sus necesidades.

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“Es muy triste todo lo que está pasando”, afirmó Delgado, quien expresó su preocupación por la cantidad de personas que quedaron damnificadas en dicha región del vecino país, sin mencionar el enorme perjuicio a nivel de infraestructura.

La mayoría de los hospitales de Río Grande do Sul sufrió los embates del avance del agua, por lo que muchos de ellos brindan una atención parcial. A esto se le suma la falta de agua potable y energía eléctrica, hecho que agrava aún más el desolador escenario por el que atraviesa el sur del Brasil.

Yaguarón: policía muere luego de ser atropellado por un camión

Un agente de la Policía Nacional falleció de forma trágica luego de ser arrollado por un camión de gran porte. El fatal episodio se registró en la ciudad de Yaguarón.

En la madrugada de este domingo se registró un arrollamiento con derivación fatal a la altura del Km 47 de la Ruta PY01, en jurisdicción de la Compañía Zayas de Yaguarón.

El hecho tuvo como víctima a un agente de la Policía Nacional. Se trata del Suboficial Inspector Teodocio Miguel Ortiz López, 38 años de edad.

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El uniformado se encontraba realizando un trabajo preventivo sobre la ruta y, cuando se disponía a efectuar la verificación de una motocicleta, fue arrollado por un tractocamión de la marca Scania, al mando de Juan Esteban Aquino Gómez, de 66 años.

La víctima quedó gravemente herida y fue asistida por bomberos voluntarios, siendo trasladado primeramente hasta el Centro de Salud de Yaguarón y luego al Hospital Nacional de Itauguá, donde ya llegó sin signos de vida.

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Tanto el camión de gran porte como el conductor responsable del accidente fueron demorados en la sede de la Comisaría 15ª de Yaguarón.

Desde el Comando Institucional de la Policía Nacional expresaron su profundo pesar a raíz del fallecimiento del suboficial Teodocio Ortiz, manifestando públicamente sus condolencias a sus familiares y allegados.