XV Domingo del Tiempo Ordinario (A)

“El sembrador salió a sembrar” Mt 13,3

 

El evangelio de este domingo nos presenta la muy conocida parábola del
sembrador. De hecho, Jesús para hablar de Dios y de su acción en el mundo usa
siempre ejemplos muy accesibles a todas las personas, pues quiere que su mensaje
pueda ser comprendido y practicado por todos, especialmente en su sociedad
agropecuaria. Él muchas veces aprovecha de las experiencias concretas de la gente
para introducirles en los misterios de la vida espiritual.
Esta parábola trae elementos que son colocados en evidencia: el sembrador,
las semillas y la tierra. Sin uno de ellos no se puede llegar a la cosecha, pero ante todo
Jesús quiere hacernos reflexionar… ¿Qué tipo de tierra somos nosotros?
Existe la tierra del camino. Las semillas que caen allí y se pierden. Los pájaros
las comen, o las personas las pisan. Estas semillas en general ni germinan. Así son las
personas que no dan ningún valor a palabra de Dios en sus vidas. Hasta participan en la
misa o escuchan alguna predicación, pero no hacen caso a lo que escuchan, lo hacen
solo por costumbre. Sus vidas, sus decisiones, sus pensamientos no tienen ninguna
conexión con la voluntad de Dios. Para ellos, la Iglesia, Dios, los sacerdotes, son cosas
interesantes, que deben ayudar a los demás a encontrar la paz y alivianar sus tristezas,
pero no deben influenciar en sus vidas… Cada uno debe hacer lo que quiere siempre y
basta, en ellas la Palabra de Dios no produce ningún fruto. Es increíble, pero existen
muchas personas que piensan así. Son hijos de una ideología que pone la experiencia
de fe como una cosa tan privada, que nadie ni debe darse cuenta de sus creencias y de
su fe.
Existe además la tierra que está en medio a las piedras. Es una tierra sin
profundidad. Ella recibe bien la semilla que con mucho ánimo luego crece, todavía sus
raíces son muy sutiles, y cuando viene el sol las quema completamente. Son aquellas
personas que muy fácilmente se animan con la palabra de Dios. De un día para el otro
quieren cambiar el mundo y están tan motivadas que podrían tocar las estrellas.
Tienen muchos sueños, hacen lindos planes, pero después que pasan algunos días
todo se transforma en humo. Son inconstantes. No consiguen perseverar en un
proyecto. No son capaces de mantener la palabra. No son capaces de soportar una
crítica. Personas de este modo también existen muchas. Especialmente en nuestros
días muchos viven de un modo tan superficial, que, como estas plantitas, mueren con
los primeros rayos de sol.
Existe también la tierra con espinas. Es increíble como las hierbas malas crecen
con mucha más fuerza que aquellas buenas. Las semillas que caen en esta tierra
tampoco producen frutos, pues son ahogadas por las malezas. Estas son las personas
que reciben la Palabra de Dios y se quedan contentas, hacen planes para colocarlas en
práctica, pero pasan los días, surgen otras propuestas, y acaban ocupándose de
muchas otras cosas y habiendo gastado las energías con otras actividades, la vida
espiritual va perdiendo espacio hasta que un día muere ahogada. De este tipo también

existen muchos. Son buenos, pero no saben organizar su tiempo, no consiguen
establecer prioridades. Entran en los engranajes del mundo, y terminan por
consumirse en cosas banales.
Existe la tierra buena, que acoge las semillas y produce todo lo que puede cada
una. Son aquellos que acogen el mensaje de Dios y deciden orientar sus vidas según su
voluntad. Sus vidas se transforman en un armazón de Dios, siempre cargados de
buenas acciones, de generosidad, de amor, de perdón.
¿Qué tipo de tierra somos nosotros? ¿Llegamos a producir frutos porque
practicamos lo que Dios nos dice?
Creo que todos nosotros tenemos un poquito de cada una de estas tierras.
Pienso, que no existe alguien de nosotros que nunca desperdició, una semilla de la
Palabra de Dios, así como alguien que nunca haya realizado, algo de lo que Dios
propone.
Por otro lado, meditando en estas palabras, y reconociendo mis debilidades por
las cuales, tantas veces los frutos fueron muy mezquinos en mi vida, nace en mí una
súplica al Sembrador:
Señor, prepara mi tierra. Limpia Señor el campo de mi vida, quita las piedras,
arranca los espinos. Remueve Señor el terreno de mi vida, antes de sembrar, abónala
Señor, con tu Espíritu. Riégame Señor constantemente con tu gracia, pues sin ti yo sé
que no puedo producir nada.

El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te de la PAZ.
Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino.

Lunes de la quinta semana de Pascua

“El que me ama será fiel a mi palabra”. Jn 14, 23

Amar a Cristo es mucho más que un sentimiento, es una decisión de seguir su palabra, de buscar vivir la propia vida según sus enseñanzas, aun con las limitaciones que se tienen. No basta decir que lo amo, sentir algo en el corazón al pronunciar su nombre o emocionarse al ver una bella imagen. Es necesario decidirse a servir a los necesitados, comprometerse con la Iglesia, participar en los sacramentos, dar testimonio y rechazar la corrupción, la maldad, el egoísmo. Quien vive en Cristo encuentra el verdadero gusto a la vida y se llena de paz. Paz y bien.

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V Domingo de Pascua (B)

“Yo soy la vid y ustedes las ramas. Si alguien permanece en mí, y yo en él, produce mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada” Jn 15, 5


En este V domingo del tiempo de Pascua la Iglesia nos ofrece el evangelio de la Vid y las ramas.

Esta imagen es muy sencilla y muy conocida. La gente en el tiempo de Jesús estaba muy familiarizada con la vid, con el cuidado que se debería tener, con sus ramas y sus frutos.

Conforme como los apóstoles iban asimilando el gran misterio de la resurrección de Cristo, empezaban a recordar sus enseñanzas y solamente entonces podían comprender la fuerza de sus palabras. A lo mejor cuando escucharon por primera vez esta comparación ni le hicieron mucho caso, pues no entendían muy bien que significaba. Sin embargo, después de la resurrección de Cristo todos los recuerdos se llenaron de una nueva luz. Se les abrieron los ojos y el corazón. Solamente a la luz de la resurrección ellos fueron capaces de entender que significaba estar unido a Cristo y recibir de Él la savia para sus vidas.

Cristo está vivo. Él es el vencedor de todo el mal, hasta de la muerte. Nada ni nadie pueden detenerlo o hacerle daño. Entonces estar unido a él, como los ramos están unidos a la Vid, significa tener la misma vida de Él, y así poder producir en nosotros los mismos frutos que Él produce.

Es más, en nuestro mundo, solamente a través de nosotros Él puede continuar produciendo frutos. Su resurrección, su victoria, su amor, su gracia, su misericordia... pueden continuar dando frutos en la historia humana sólo a través de nuestras manos, de nuestras obras, de nuestra vida.

En el bautismo nosotros fuimos injertados en Cristo. Empezamos a hacer parte de su cuerpo. Nos tornamos una rama de esta gran vid. Y Él espera que cada uno de nosotros pueda expandirse mucho y producir abundante fruto, pues quien no lo hace un día será cortado de la vid y morirá. Para crecer y producir frutos necesitamos recibir la savia. Y cuanto más esta sea abundante tanto más vigorosos seremos. Nosotros podemos recibir la savia de Cristo en la Iglesia, sobre todo en los sacramentos y en la oración. Estos son los medios que Dios eligió para alimentarnos en la fe.

Quien se contenta solamente con una señal de la Cruz, o una pequeña oración distraída, recibe seguramente muy poca savia, a lo mejor lo suficiente para no morir, pero no puede producir frutos. Nadie puede dar lo que no posee. Es la participación frecuente a la eucaristía, la escucha constante de su palabra, la intensa oración como dialogo con Dios, que nos llena de la gracia de Cristo, y hace despuntar en toda nuestra vida, en nuestras sencillas acciones y en nuestras palabras los frutos de Dios.

Esta savia es el Espíritu Santo. Es Él quien nos hace productivos en el bien. (¡Sin mí no pueden hacer nada!)

Es importante darse cuenta que nosotros producimos de acuerdo con lo que consumimos. Quien solo recibe la savia del mundo, a través, por ejemplo, de las músicas, de las telenovelas, de los romances, de los chismes, de las páginas de internet... ciertamente producirá en su vida como fruto el egoísmo, la prepotencia, la mentira, la lujuria... Una persona, por ejemplo, que se llena de rock pesante todo el tiempo, que se divierte con los videos games violentos, que frecuenta ambientes de mucha tensión ... no es difícil de entender porque sea agresivo.

Debemos estar unidos a Cristo, y esto no puede ser solo una idea, o una buena intención. Muy en lo concreto, debemos decir que no sirve querer ser cristiano, pero no tener tiempo para Él. Solo la buena voluntad no hace un campo ser productivo. Nadie vive solo teniendo ganas de comer, sin alimentarse concretamente. Lo mismo pasa con la vida cristiana.

Hermano, es el Señor quien nos invita: “Permanezcan en mí y yo permaneceré en ustedes.” El mundo necesita de los frutos de Dios, y a través de nosotros el Señor los puede producir.

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino.

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Sábado de la cuarta semana de Pascua

“Yo haré todo lo que pidan en mi nombre, para que por el Hijo se manifieste la gloria del Padre”. Jn 14, 13

Jesucristo es el puente perfecto entre nosotros y el Padre. Su misión, viniendo a nosotros, es revelarlo, dar a conocer su amor, su poder y su gloria. Por eso, lo que pedimos al Padre en su nombre tiene mucha fuerza, pues Jesús quiere mostrar la gloria de Dios realizando milagros en nuestra vida. Lastimosamente, muchas veces nuestra fe es tan mezquina que nuestra oración casi no se hace sentir. Con confianza en el poder de Cristo, debemos suplicar incesantemente en su nombre y experimentaremos la gloria de Dios en nuestra existencia. Paz y bien.

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