Miércoles de la cuarta semana de Cuaresma

093 - “No se extrañen de esto: llega la hora en que todos los que están en el sepulcro oirán su voz”. Jn 5, 28

¡Qué bella profecía! Nos hace recordar cuando Jesús llamó a Lázaro del sepulcro. Más
allá de los muertos físicos, hay también muchos que están sepultados en el odio, en los
vicios, en los celos, en el egoísmo, en el materialismo, en la lujuria… A cada uno de
estos, Jesús también les llama por su nombre para que se despierten de esta muerte y
salgan del sepulcro. Que, por la fuerza de tu Santo Espíritu, Señor, en verdad, todos los
que están en estas sepulturas puedan escuchar tu voz. Paz y bien.

San Matías, apóstol

“Ustedes no me eligieron a mí; he sido yo quien los eligió a ustedes”. Jn 15, 16


La elección de Matías como apóstol nos da la posibilidad de meditar en que es Dios siempre quien toma la iniciativa en la relación con nosotros. Es él quien nos elige aunque muchas veces creemos que fuimos nosotros quienes lo encontramos. En verdad, él ya nos estaba esperando hace mucho. Él está siempre armando posibilidades para que lo encontremos. En su providencia, realiza tantas cosas que, a veces, creemos que son coincidencias para atraparnos en su amor. Él nos conoce profundamente y nos eligió desde toda la eternidad para que seamos felices y realizados en su seguimiento. Mi hermano, acepta que Dios te eligió y quiere conducir tu vida; lo que sucede no son meras coincidencias.

Paz y bien.

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Lunes de la séptima semana de Pascua

“Tengan valor: yo he vencido al mundo”. Jn 16, 33


A veces nuestras cruces se hacen tan pesadas que queremos tirar la toalla. Sin embargo, Jesús, el vencedor, se acerca a todos los que están en prueba para animarles y decirles que perseveren con la cabeza erguida, pues, si ponen su confianza en él, podrán también vencer. Jesús nunca prometió librarnos de todas las dificultades. Lo que prometió fue dar la victoria a quien persevera con él en la lucha. No desistas, hermano. Aunque la cruz se haga muy pesada, con Cristo tú puedes llevarla adelante. Si pones en el Señor tu confianza, participarás de su victoria. Paz y bien.

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Ascensión del Señor

“Así, pues, el Señor Jesús, después de hablarles, fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios” Mc 16, 19

Ya casi al final del tiempo de Pascua la Iglesia nos invita a celebrar la ascensión de Jesús al cielo.

La Biblia dice que cuarenta días después de su resurrección, habiendo aparecido muchas veces a sus apóstoles, confirmándoles en la fe, el Señor Jesús subió al cielo para sentarse a la derecha de Dios Padre.

Pero, ¿por qué es importante celebrar esta fiesta? ¿Qué es lo que la Iglesia nos quiere enseñar?

Celebramos con gran alegría la venida de Dios en la historia con las fiestas de la anunciación, de la navidad y de la epifanía. Y nos parece muy lógico hacerlo, al final es estupendo conocer el misterio del Dios que nos visita. Pero si no entendemos bien, puede parecer extraño que nos alegremos por su partida.

Ciertamente, celebrar la ascensión de Jesús al cielo, no es celebrar el abandono de Dios. No significa decir que, estando a la derecha del Padre, ahora Él es un Dios distante, que ya no tiene más nada que ver con nosotros. La última frase del evangelio de San Mateo, nos habla muy claramente: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se termine este mundo.”

La nueva alianza con Dios, fundada en el misterio de Jesucristo, hombre-Dios, es nueva y eterna, y por eso no puede ser quebrada, aun menos por Dios, quien fue el que tuvo la iniciativa de ofrecérnosla.

La Ascensión de Jesús señala entonces el inicio de una nueva fase en nuestra relación con Dios. Ahora ya no tendremos más el privilegio de poder verlo, de abrazarlo, de dejar que él nos lave los pies, de tocar con nuestros dedos sus llagas y su costado, de comer el pan por él multiplicado, pues, como eventos históricos, estas cosas ya pasaron. Pero, como decía san León Magno: “Todo lo que en Jesús fue evento, a través de la Iglesia, son para nosotros sacramentos.” Nuestra nueva relación con él se da en el Espíritu Santo.

Es a través del Espíritu Santo que la Iglesia, en los sacramentos, hace viva y eficaz toda la obra salvadora de Jesucristo. En la fuerza del Espíritu, el bautismo, la confirmación, la Eucaristía, la reconciliación, la unción, el matrimonio y el orden son, para nosotros, el modo sacramental de sentir su presencia con nosotros, todos los días hasta el final del mundo.

Alguien podría pensar que si él estuviera presente “en carne y hueso”, sería más fácil el sentir su acción en nuestras vidas. Pero esto puede ser un pensamiento ingenuo. De hecho, muchos de aquellos que estuvieron junto a Jesús, aun así, no tuvieron fe ni transformaron sus vidas. Muchos, tan encerrados en sus prejuicios, ni percibieron que Dios caminaba con ellos. Por otro lado, con fe, los sacramentos dejados por Jesús son suficientes para experimentar su acción en nuestras vidas, para acoger su reino, para vencer todas las pruebas y para transformarnos continuamente en su imagen.

Por eso, celebrar la Ascensión de Jesús es profesar nuestra fe en su presencia actuante en nuestro medio. Es abrirnos a la gracia de su Santo Espíritu, que nos hace recordar todas sus palabras y sus gestos, descubriendo el sentido profundo de cada uno de ellos y permitiendo que él continúe en nosotros la obra empezada.

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino.

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