XVII Domingo del Tiempo Ordinario (C)

“Pidan y se les dará, busquen y hallarán, llamen a la puerta y les abrirán. Porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y, al que llame a una puerta se le abrirá” Lc 11, 9-10  

En este fin de semana la liturgia nos hace celebrar el misterio de la oración y su
importancia en nuestras vidas.
Uno de los discípulos pidió a Jesús que les enseñara a orar. Y él les enseñó el
Padre Nuestro y después les hizo un discurso sobre la importancia de la oración.
El Padre Nuestro es sin dudas, la mejor oración que tenemos pues nos fue
entregado por el propio Dios que se hizo carne. A veces me asusto cuando algunas
personas, aunque con muy buena intención, atribuyen poderes casi mágicos a otras
oraciones y colocan en un segundo plano la oración del Padre Nuestro. No digo que no
tengamos bellísimas oraciones, muchas de ella hechas por santos, y que nos ayudan a
rezar mejor, pero ninguna se puede comparar con aquella que nos dio Jesús.
Nos decía santa Teresa De Ávila, que quien quisiera hacer una hora de buena
oración, bastaría hacer en este tiempo un Padre Nuestro, meditando en sus palabras, y
esto sería suficiente. Seguramente esta es una mujer que aprendió a rezar con
Jesús.
El Padre Nuestro es una oración completa. Allí damos gloria a Dios, no porque
El tenga necesidad de nuestras alabanzas, sino porque para nosotros es fundamental
reconocer su gloria a fin que podamos descubrir quiénes somos y hacia donde
debemos ir. En el Padre Nuestro nos abrimos a la acción de Dios y expresamos nuestra
confianza en su gracia. Decir “hágase tu voluntad” es muy comprometedor, pero es el
único camino para nuestra real felicidad. Dentro de esto “hágase”, le presentamos
nuestras necesidades: el pan cotidiano; el perdón; la protección. Pero después de
darnos esta maravillosa oración, Jesús insiste mucho sobre la importancia de orar.
El tema central de su discurso es la perseverancia. Nuestra oración debe ser
perseverante. La debemos hacer con insistencia. No basta decir: ya le pedí una
vez, ahora solo me resta esperar. Es en la constancia de la oración, que reside su
eficacia. El ejemplo que nos da Jesús del hombre que en la madrugada insiste con el
vecino hasta que se le atienda, si no por amistad, al menos para no ser más molestado,
es muy claro. También nosotros debemos pedir y pedir, llamar y llamar hasta que el
Señor nos escuche.
Con todo, es importante tener claro, que existen tres clases de cosas que
podemos pedir a Dios:
a) cosas que colaboran para nuestra salvación, para nuestro crecimiento como
personas;
b) cosas que son indiferentes para la vida en Dios, pero que nos ayudarán a ser
más felices en ciertas situaciones;
c) y otras cosas que, aunque no nos demos cuenta, nos harán daño o al menos
colocará en peligro nuestra salvación.
En cuanto a las primeras, podremos decir que Dios es el primer interesado en
nuestra salvación. Este es el regalo que él más nos quiere dar, y no negará a nadie que
lo pida.

En cuanto a las segundas, dependerán de nuestra insistencia, de las
motivaciones que tengamos. Del como las pedimos. Del cuanto realmente son
importantes para nosotros. (Como un padre de familia siente placer en regalar a su
hijo, en alguna oportunidad especial, alguna cosa, que sabe que lo desea mucho
porque siempre lo pide, aunque no sea esencial para su vida, así también Dios hace
con nosotros).
Mas, si nosotros le pedimos una cosa que no nos hará bien, o nos puede hacer
daño, es natural que él no nos conceda, aunque pasemos toda la vida insistiendo. Dios
es nuestro padre y por sobretodo nos quiere defender y proteger. Así como, a un niño
pequeñito que pide a sus padres un cuchillo afilado, ellos por cierto le negarán,
aunque él pida entre lágrimas, también a nosotros, porque nos ama, Dios algunas
veces no nos atiende.
Pero no nos olvidemos, orar no es solo hacer listas de pedidos. Es también
agradecer, reconocer los beneficios, conocer todo lo que ya hizo Dios y alabarlo. Y por,
sobre todo, oración es dialogo, no es monologo. Debemos estar también dispuestos a
escuchar a Dios, a contemplarlo, a dejarse tocar por él.
La oración debe volverse en nuestra vida “respiración de amor”

El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino.

Jueves de la séptima semana de Pascua

“Que todos sean uno, para que el mundo crea que Tú me enviaste”. Jn 17, 21

Es muy triste encontrar tantas divisiones entre los cristianos ya que Jesús dio su vida para que todos los que creen en él vivan unidos, y así, sean el mejor testimonio para el mundo. Por eso, aunque haya diferencias, todos los que de verdad aman a Cristo y creen en él tienen que desear la unidad de los cristianos y deben estar orando y trabajando para que esto suceda. Los que promueven divisiones o están siempre buscando separar cada vez más a los cristianos no son movidos por el Espíritu de Cristo, sino que son instrumentos del maligno. Paz y bien.

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Miércoles de la séptima semana de Pascua

- “No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno”. Jn 17, 15


En su oración sacerdotal, antes de dejarnos, Jesús intercede al Padre por todos sus seguidores, que tienen una misión en este mundo tan lleno de trampas, de peligros, de injusticias, de tentaciones. Aunque sea un gran riesgo estar en este mundo, es aquí donde Jesús quiere que seamos misioneros, y por eso pide al Padre que sostenga a cada uno para que no caiga en las trampas del enemigo. Así que no debemos escondernos del mundo, sino revestirnos de Cristo y lanzarnos a las tantas situaciones de dolor, de miserias, de pecados, de vicios, para que podamos rescatar a estos hermanos para el Señor. Paz y bien.

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San Matías, apóstol

“Ustedes no me eligieron a mí; he sido yo quien los eligió a ustedes”. Jn 15, 16


La elección de Matías como apóstol nos da la posibilidad de meditar en que es Dios siempre quien toma la iniciativa en la relación con nosotros. Es él quien nos elige aunque muchas veces creemos que fuimos nosotros quienes lo encontramos. En verdad, él ya nos estaba esperando hace mucho. Él está siempre armando posibilidades para que lo encontremos. En su providencia, realiza tantas cosas que, a veces, creemos que son coincidencias para atraparnos en su amor. Él nos conoce profundamente y nos eligió desde toda la eternidad para que seamos felices y realizados en su seguimiento. Mi hermano, acepta que Dios te eligió y quiere conducir tu vida; lo que sucede no son meras coincidencias.

Paz y bien.

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