Viernes de la decimoquinta semana del tiempo durante el año

302 – “Sus discípulos, hambrientos, se pusieron a arrancar espigas y comérselas en día
sábado”. Mt 12, 1
Las reglas existen para ayudar a las personas a vivir mejor y todos debemos estar
dispuestos a respetarlas; sin embargo, a veces la vida nos pone delante de situaciones
tan particulares en las cuales se justifica el quiebre de una regla para que la vida sea
defendida. Por eso, no debemos absolutizar las reglas como si ellas estuvieran por
encima de todas las cosas o como si todas tuvieran el mismo valor. En la jerarquía de los
valores descubrimos que hay momentos en que lo justo es saltar alguna exigencia de la
norma para salvaguardar un bien mayor. Paz y bien.

VI Domingo de Pascua

“Mi mandamiento es éste: Ámense unos con otros como yo los he amado. No hay amor más grande que éste: dar la vida por sus amigos” Jn 15, 12-13

Muchas veces hablamos del amor en un modo muy superficial. En nuestros días esta palabra perdió mucho de su fuerza y se llama amor hasta a un simple y pasajero sentimiento o algunos lo llaman hasta mismo a una ocasional relación sexual.

Seguramente no es de este tipo de amor que hoy nos quiere hablar Jesús. Él nos propone el AMOR en su sentido pleno, con toda su fuerza, con toda su exigencia.

Nosotros ya conocemos la fórmula: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” Esta era la segunda parte del mandamiento más importante del Antiguo Testamento. Jesús está de acuerdo con esta propuesta. Ya es sin dudas una gran cosa amar a nuestro prójimo del mismo modo como nos amamos a nosotros mismos y hacer a él exactamente como queremos que nos hagan; tratarlo con el mismo respecto que queremos ser tratados; y ofrecer a él las mismas posibilidades que tenemos nosotros.

Tener este grado de amor por los demás es una gran victoria sobre nuestro egoísmo, y esto no siempre es muy fácil. En nuestra vida cotidiana este amor se revela en cosas muy sencillas, como sería no buscar tener ventajas sobre los demás. Un ejemplo muy concreto es respetar una fila, sin buscar pasar delante de nadie: así como no me gusta que nadie se meta por delante porque es injusto, también yo no tengo el derecho de hacerlo. Lo mismo en los trabajos que tenemos que hacer, en las responsabilidades civiles, en el tráfico, en la mesa...

Amar a los demás como nos amamos a nosotros mismo, de modo muy sencillo, significa preguntarse siempre “esto que estoy por hacer si otro lo hiciera, ¿cómo me sentiría?” Y también delante de los equívocos del otro preguntarse: “¿y si fuera yo el equivocado como me gustaría que me tratase?” Estoy seguro que si conseguimos vivir esta propuesta de “amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos” el mundo ya sería muy diferente. Palabras como: “ya no se puede confiar más en nadie!”; “quien puede más, llora menos!”; “el mundo es de los expertos!” perderían el sentido.

En el fondo este mandamiento tiene sus raíces en la igualdad de todas las personas y la necesidad de respetar a todos y es la base de la convivencia social.

Todavía, si no bastara la exigencia de este mandamiento: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, Jesús resucitado lo renueva y lo deja aún más exigente: “Ámense unos con otros como yo los he amado.” El criterio del amor no es más nosotros mismos. Ahora, es Él, que fue capaz de dar su propia vida por nosotros, quien se transforma en el criterio del amor cristiano.

Jesucristo nos amó más que a sí mismo, y por eso fue capaz de dar su vida. Él por amor hacia nosotros no hizo caso a la justicia y aun sin tener siquiera un pecado aceptó ser condenado y muerto, para librarnos de la culpa.

Por eso, como hizo Él, también nosotros, que nos llamamos cristianos, debemos hacer. Debemos amar a los demás más de lo que nos amamos a nosotros mismos. Al cristiano no le basta amar al prójimo como a sí mismo, es necesario amarlo como Jesús nos amó. En lo concreto esto significa, para usar el mismo ejemplo, no solo respetar la fila sin buscar pasar a nadie, pero ser capaz de dar nuestro puesto a una persona que llegó después e ir al último lugar de nuevo. Es ser capaz no solo de dividir igual, pero de dar la mejor parte al otro. Es ser capaz de hacer el bien, a quien te hizo el mal. Es ser capaz de ayudar a quien te lastimó. Es ser capaz de perdonar a quien gratuitamente te ofendió.

Yo sé que esto es muy difícil. Yo mismo estoy aún muy lejos de conseguir vivir de este modo. Pero ¡no puedo callarme! Estoy convencido que este es el ideal de Jesucristo, y todos nosotros que queremos ser verdaderos cristianos tenemos que buscar de concretizarlo.

Pienso que la única posibilidad que tengo para poder realizar este ideal de “amar a los demás como Jesucristo me amó” es dejándome contagiar por Él. Es escuchando atentamente su palabra, pidiendo continuamente que su Espíritu actúe en mi vida, participando siempre de la eucaristía, recibiendo su cuerpo y su sangre, esforzándome cotidianamente por vencer mi egoísmo hasta en las pequeñas cosas y preguntándome siempre: ¿en mi lugar qué haría Jesús? (Que gran cambio: ahora la pregunta no es más ¿Qué me gustaría que me hagan?, sino que ¿Qué haría Jesús?)

Creo que solamente así, despacito acontecerá con nosotros lo mismo que con Paulo y podremos entonces decir: “Ya no soy yo quien vivo, es Cristo que vive en mí”.

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino.

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Santos Felipe y Santiago, apóstoles

“Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes y ¿todavía no me conocen?”. Jn 14, 12


Hay muchas personas que, aunque vayan a la iglesia a menudo, aunque fueron bautizadas y hasta confirmadas, participan de grupos, hacen cosas buenas, aún no conocen verdaderamente a Jesús. Esto es, quizás, hasta tienen admiración por sus palabras o asimilaron costumbres religiosas en la familia o necesitan del ambiente de acogida y contención que se tiene en la iglesia, pero nunca experimentaron al Hijo de Dios en su vida. También con los propios apóstoles esto sucedió; hacía años que estaban con él y no tenían claro quién era. Pidamos que lo mismo que sucedió a los apóstoles, que se tornaron testigos de Cristo, pueda suceder también con nosotros. Paz y bien.

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Exaltación de la Santa Cruz

“Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto para que todos los que creen en él tengan Vida eterna”. Jn 3, 14-15


La cruz de Cristo es para todos nosotros el mejor resumen de la historia de la salvación. Por amor, nuestro Señor Jesús entregó su vida por nosotros y, colgado en el madero, derramó su sangre. ¡Oh, cruz bendita, que pusiste en alto al Salvador para que todos puedan ser atraídos por él! ¡Oh, árbol de la vida, que nos das el fruto santísimo que nos devuelve la inmortalidad! Danos, Señor, la gracia de contemplar tu cruz y ser así contagiados con tu amor, que vence nuestros pecados y debilidades. Paz y bien.

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